Thom Yorke, líder de Radiohead, durante su concierto del viernes en el Primavera Sound. Foto: Eric Pàmies.

Más de 200.000 personas han visitado el Primavera Sound este año, un nuevo récord tras el del año pasado que va más allá del Parc del Fórum, sede de la mayoría de conciertos de alto copete, pero que también se extiende a otros puntos de la ciudad como el Raval o el Parc de la Ciutadella. La estrategia es clara: más que un festival de música, el Primavera aspira a apoderarse de la ciudad y llenarla de música de una punta a otra para que sea un evento que la transforme durante unos días. Con más de un 50% de asistentes extranjeros, por momentos era difícil saber en qué país estaba uno.



  Radiohead protagonizó los fastos, como era de esperar. Con un concierto de dos horas a la hora punta del viernes, y ante unos 40.000 espectadores hacinados en la explanada de los escenarios grandes (conocida popularmente como Mordor porque puede ser duro el paseo) los británicos repasaron sus clásicos en un show generoso y sobrio en el que no faltaron canciones como Karma Police, No Surprises o la épica Creep, con la que cerraron su actuación. Con un espectáculo audiovisual deslumbrante que parecía inspirado en el cubismo, el acontecimiento dio cuenta de la magnitud de un festival cuyos límites comienzan a ser inabarcables. Fue sin duda el momento más épico y simbólico aunque solo fuera porque la banda de Thom Yorke llevaba más de siete años sin cantar esa Creep que sobrecogió el Parc del Fórum.



  Si Radiohead representa la sofisticación y la vanguardia intelectual, poco después Beach House triunfó con una aproximación a la electrónica muy diferente donde prima lo emocional sobre lo racional y que posee una gran capacidad para conmover gracias a la fuerza lírica de canciones como Levitation o Sparks, que pusieron los pelos de punta e inundaron la enorme explanada con la indiscutible belleza de una música majestuosa y elegante. Y para completar el trío electrónico, los estadounidenses Animal Collective (unos clásicos absolutos del Primavera) dieron un show en el que demostraron que siguen avanzando a pasos agigantados hacia una suerte de primitivismo pop. Sus canciones suenan como si los maoríes hicieran versiones de Katy Perry y esa idea de lo primitivo estaba representada por unas esculturas que recordaban a las de la isla de Pascua.



  El sábado Los Chichos, exultantes, triunfaron con un espectáculo que recuperó el sabor añejo de esa Barcelona rumbera de Peret que hoy parece tan lejana y que fue acogido con vítores por un público entregadísimo al pop lolailo, quizá harto de tanta exquisitez anglosajona. Otro clásico como Brian Wilson, el líder de Beach Boys, pasó con mucha más pena que gloria para tocar su mítico Pet Sounds. Sentado detrás del piano y visiblemente cansado, Wilson no añadió mucha más gloria a su célebre banda. La reina fue, como era de esperar, PJ Harvey. Armada con un saxo y vestida de negro a lo Diamanda Galás, la roquera británica le dio un repaso a su último disco, The Hope Six Demolition Project, en un concierto en el que absorbió todo el protagonismo. Salvaje y sofisticada, Harvey estuvo acompañada por una docena de músicos pero era imposible no mirarla solo a ella.



@juansarda