Bob Dylan. Foto: Alberto Di Lolli

En Barcelona tocó para 2.000 personas y en Madrid para 12.000. La intimidad y precisión sonora del auditorio al aire del libre de los Jardines de Pedralbes es muy distinta a la del Barclaycard Center de Madrid, donde la calidad de recepción además varía según el lugar (pista, grada y diversas tribunas) desde el que se escuche. En todo caso, el concierto de Bob Dylan fue prácticamente el mismo. Exacta fue la set-list, que también repitió en Zaragoza, y exacto el minutaje, veinte temas en poco más de dos horas, con una pausa de veinte minutos y un encore de dos temas: Blowin' in the Wind y Love Sick.



¿Se puede ofrecer el mismo espectáculo para escenarios y aforos tan distintos? En el caso de Dylan no hay elección. No es su música la que se adapta al público sino el público el que se adapta a su música. Siempre ha sido así. Y para la gran mayoría del auditorio convocado -la burguesía pudiente de Barcelona asistiendo más a un acto social que musical, el espectador heterogéneo y ecléctico de Madrid- seguramente no fue fácil dejarse tentar por un repertorio de veinte temas que prácticamente hacía tábula rasa con su pasado para centrarse en sus trabajos más inmediatos, sobre todo del álbum Tempest.



El bardo de Minnesota canta solo en el centro del escenario, sopla la armónica que guarda en el bolsillo en algunos temas o se sienta al piano para otros. Toca el piano como si pintara sobre las canciones, añadiendo algunos colores, proporcionando una base de rythm & blues, sintiéndose acaso como su admirado Jerry Lee Lewis. Cuando intepretó Tangled Up in Blue, uno de los pocos clásicos que se permitió, se sentó en el piano a mitad de la canción después de tocar la armónica para aportar otras sonoridades a un tema río que no cantó al completo, y del que modificó varios versos, como viene haciéndolo desde que lo compusiera hace cuarenta años.



Ambos conciertos, a pesar de su estructura gemela, sonaron distintos, claro. Uno pensaría que el de Barcelona fue más cálido y más íntimo, aunque solo sea por el contexto (y el insoportable calor de la jornada) y la calidad sonora de la que presume el Festival Jardins de Pedralbes; pero lo cierto es que en el de Madrid, al menos junto a la mesa de sonido en el centro de la pista, la cualidad jazzística de la música de "salón" también acabó apropiándose del ambiente, especialmente en la segunda parte. Para cuando escuchamos la versión envolvente, ralentizada y sentida de Forgetful Heart -uno de los grandes momentos de la noche-, Dylan ya estaba cantando para cada uno de nosotros. Además, en Madrid tenía mejor voz, articulaba mejor los fraseos, creo que le puso más empeño.



Cada bloque del concierto llegaba a su guinda en un tono íntimo: los clásicos Full Moon and Empty Arms y Autum Leaves, que Dylan incluye en su último disco de covers a lo Frank Sinatra, Shadows in the Night. En Barcelona estos temas irradiaron cierta magia, había una consciencia por parte del intérprete de que no podía equivocar una sola nota, fue con ellos con los que calló bocas a los críticos que aún creen que Dylan croa y no canta. Cuando quiere expresar la emoción precisa de una canción, no hay nadie que pueda rivalizar con él. Y eso lo sentimos en Barcelona. En Madrid sin embargo no llegaron a encontrar su poesía, si bien nos encontramos con el regalo de una intepretación de Pay In Blood cargada de furia, con todos los miembros de la banda sintiendo el dictado rabioso de la canción, una de esas inerpretaciones que sonaron en perfecta conjunción. Lo mismo ocurró con Long and Wasted Years casi al final del bolo.



Cada concierto de Dylan cuenta una histora. Y la historia que empieza con Things Have Changed y termina con Love Sick (en una versión dura, sin concesiones al sufrimiento del cantante) solo puede ser acaso una historia de desamor y condena, un relato de cinismo y transformación. Bob Dylan parece estar disfrutando del momento actual de su arte como quizá no lo hacía desde la Rolling Thunder Revue. Aparte de She Belongs to Me, Tangled Up in Blue, Simple Twist of Fate, Blowin' in the Wind y Love Sick, todos los demás temas propios que interpreta estos días son del siglo XXI. Son su presente. Temas que en todo caso ahondan en las racíes de la música popular americana: el bluegrass de High Water, el rock & roll clásico de Early Roman Kings, la narración épica de Workingman's Blues #2 y de Scarlet Town, el romance mágico de Spirit On the Water...



No hubo anarquía ni sorpresas como en algunas noches de la gira interminable de Dylan, siguió a rajatabla el mismo set-list de las últimas semanas, su inspiración fue interminente y su misterio perpetuo, la elegancia de su música solo comparable a la de sus movimientos y la austeridad del montaje escénico... y aún así, en sus noches en Barcelona y Madrid, tan parecidas y tan distintas al mismo tiempo, comprobamos de nuevo que cada concierto de Dylan es irrepetible, el perfecto puente entre la alta cultura y la cultura popular.