Foto: Paul Yates

El director británico llega al Auditorio Nacional flanqueado por la excelsa Mahler Jugendorchester. Interpretan la ciclópea Segunda Sinfonía del compositor bohemio, en una nueva entrega de la temporada de Ibermúsica, que lucha para poder seguir en pie el próximo curso.

Jonathan Nott (Solihull, Inglaterra, 1962) nos visitó en enero de este año con la Orquesta de la que es titular, la Sinfónica de Bamberg. Regresa ahora para actuar en el Auditorio Nacional mañana, día 11 de abril, pero lo hace con la Gustav Mahler Jugendorchester, que fundara en 1986 Claudio Abbado. Es para muchos la mejor formación juvenil de Europa. Recordamos vivamente, con su creador al frente, también en el auditorio madrileño, una sensacional, reveladora, magistral, interpretación de Pelleas und Melisande de Schoenberg.



En atriles se va a colocar en este caso la Segunda Sinfonía de Mahler, gigantesca composición a la que llegaba el compositor bohemio tras una larga búsqueda, oficiando su ya reconocido papel de rupturista, dinamitador de la tradicional forma sonata.



Tras el ciclópeo primer movimiento y el flujo imparable, con aromas del Wunderhorn, de los tres siguientes, la obra alcanza su cénit, tras una desaforada marcha, con las palabras de la Oda a la Resurrección de Klopstock: ¡Resucitarás, sí, resucitarás, polvo mío, tras breve descanso! Un texto que el compositor había escuchado en febrero de 1894 en la Iglesia de San Miguel de Hamburgo durante el funeral por el pianista y director Hans von Bülow. Un final soberano, majestuoso, un crescendo espectacular, que requiere desde luego una orquesta formidable, pero también un coro que sepa salir como de la nada, tan delicado como poderoso. Una prueba para el Nacional de España, que es el que ha de acometer en este caso tan peliagudo cometido. Junto a él estarán la soprano israelí Chen Reiss, ya curtida mahleriana, vibrátil y fresca, y la mezzo alemana Christa Mayer, reciente Erda en Bayreuth.



No hay duda de que Nott le tiene cogida la medida a la música mahleriana, por lo que se aguarda con la lógica expectación el concierto. Es un director de una rara exactitud, no reñida en este caso con la expresión calurosa. Posee una batuta elegante, de elásticos y armoniosos movimientos, que le sirve para trasladar a profesores y oyentes unas ideas muy válidas, nacidas de previos y severos análisis. Sólo así se explica que consiga, dentro de un discurso bien trabado, esas espejeantes, al tiempo que ácidas, texturas, esa bien labrada polifonía y esos acentos tan propios, en los que se dan la mano un espléndido entendimiento del glisando, una aplicación expresiva del rubato y un dominio de las progresiones dinámicas. Factores básicos en cualquier aproximación a la música del compositor de Kalist.



El concierto del que hablamos se inscribe en la temporada de Ibermúsica. Puede que sea uno de los últimos que organice esta benemérita sociedad, fundada hace casi 50 años por Alfonso Aijón y que está atravesando, como se sabe, una peligrosa crisis determinada por la elevación de los costes, por la huida de centenares de abonados y por la ausencia de unos patrocinios que en otros tiempos contribuyeron al sostén de una aventura que cuando empezó, va a hacer diez lustros, abrió un camino fundamental para el desarrollo de la filarmonía en este país.



La temporada próxima está ya esbozada, a la espera de que la Unión Europea, a la que se ha pedido ayuda, pueda dar una respuesta positiva. Desde luego la desaparición de Ibermúsica sería una catástrofe para la afición de este país. Hemos podido conocer por ella a los mejores solistas, coros, orquestas y batutas, que nos han permitido tomar contacto con partituras de difícil acceso, lo mismo antiguas que modernas. Porque fueron muchas las que se pudieron escuchar por vez primera en estas temporadas. Un nutrido grupo de artistas ha firmado hace poco un manifiesto en defensa de Ibermúsica. Algunos, como Mehta, Barenboim, Jansons, se han brindado a actuar, si fuera necesario, totalmente gratis. Esperemos.