Foto: Santi Cogolludo

Un hombre con gafas de pasta, en el Teatro Lara a partir del 2 de febrero, y Hey boy, hey girl en el Conde Duque (día 4) convierten a Jordi Casanovas en una de las referencias teatrales del momento. El autor de Pàtria y Ruz-Bárcenas nos habla de su teatro documental, del tsunami de la nueva dramaturgia y de la importancia de las pequeñas salas para su difusión.

Jordi Casanovas (Villafranca del Penedés, 1978) se muestra, en el momento de esta entrevista, impactado aún por la emisión en Canal 33 del documental Ciutat morta, de Xapo Ortega y Xavier Artigas, sobre los hechos ocurridos en una 'casa okupa' de Barcelona el 4 de febrero de 2006. Acontecimientos como éste le han llevado a firmar obras como Ruz-Bárcenas o a estrenar la premonitoria Pàtria (obra que la deriva de la política catalana ha ido imitando en su trama casi palabra por palabra). Casanovas, alma de la sala Flyhard, encabeza ya una generación de nuevos autores que se abre paso sin complejos y que integra, entre otros, a Alberto Conejero (aún puede verse su Piedra oscura en el Teatro María Guerrero dirigida por otro talento como Pablo Messiez), Marta Buchaca, Guillem Clua y José Padilla.



-Dos obras en Madrid (Un hombre con gafas de pasta y Hey boy, hey girl) parecen confirmar su éxito en las carteleras. ¿Qué le moviliza a la hora de escribir?

-Las preguntas. Me pregunto por todo aquello que no acabo de comprender: las etiquetas, las clases sociales... La dramaturgia contemporánea tiene que hablar con calidad y rigor de lo que sucede en estos momentos. Ya sea con un teatro documental o totalmente ficcionado. Hay que hablar de todo, del nacionalismo, de la identidad colectiva, de un sistema más justo... Y generar preguntas.



-¿Lo consideraría un teatro urgente?

-Todavía hay un sector de la población reticente al teatro. Creo que hay que atraerlo con lo más cercano. Los autores nuevos atraen público nuevo. Tenemos que creer en lo que contamos y hacerlo con el material que nos da la realidad. En muchos casos, como en Ruz-Bárcenas, esa realidad era ya tan exagerada que requería del documento para que la ficción fuera creíble. Imposible la caricatura.



Nuevos retos intelectuales

-¿Es esta actualidad la que define los principios de su generación?

-Sí, y una clara voluntad de emocionar al público, de plantearse nuevos retos intelectuales sin aburrir. Existe una obstinada tendencia a comunicarnos. Nunca me he planteado un teatro que no sea por y para el público. Hace quince años, había autores que eso les importaba menos. Afortunadamente, hoy la presencia en los teatros de autores jóvenes es mayor. Yo venía de Bellas Artes un poco triste porque no podía dialogar con los receptores de mi mensaje. El teatro en salas pequeñas me lo permitió sin renunciar a ningún principio. En ese sentido, vivimos una buena coyuntura.



-En Un hombre con gafas de pasta aborda asuntos más cotidianos, menos comprometidos socialmente. ¿Cabe en la obra de Casanovas el intimismo, la rutina o lo cotidiano?

-Sí, hay momentos para todo. Además, me gusta cambiar de registro. Es el caso de Kötbulle, una pequeña obra sobre la paternidad que realicé en un laboratorio teatral de la SGAE. También he abordado mi intimidad en Vilafranca, una historia sobre mi familia y el lugar en el que nací que está a punto de estrenarse. En el caso de Un hombre con gafas de pasta quise abordar el miedo al fracaso y la necesidad de crear a través de un personaje, Marcos, un falso artista que se gana a la gente con su labia pero que sin embargo su obra no vale nada. En el fondo, es algo muy relacionado con los tiempos que corren.



-Gracias a la Joven Compañía y a José Luis Arellano se atreve también a "pervertir" un clásico como Romeo y Julieta.

-Bueno, con Hey boy, hey girl se trataba de abordar un shakespeare. Quise traerlo a nuestros días transformando tramas y tomando como base los reality shows. Quería comprender por qué gustan tanto estos programas. Creo que el público va a disfrutar por partida doble: por la transformación del clásico y por la historia que se cuenta. Es un juego intertextual y postmoderno que deriva finalmente en una obra nueva, con un nuevo mensaje.



Jordi Casanovas se despide con un guiño a las salas de pequeño formato que le han visto nacer como autor. Destaca el buen momento de Madrid, donde, considera, se "foguea" una gran dramaturgia: "En los próximos años este fenómeno tendrá una fuerza descomunal y habrá sido gracias a estos teatros. La pena es que las grandes instituciones no sienten este tsunami. No aprovechan el terremoto que están provocando".