Ricard Sales y Adela Estévez en una escena de Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?

Muchas veces hemos escuchado comentar que los vagones de metro de las grandes ciudades son, a su vez, un hervidero de ligoteo. Que hay muchas miradas y conversaciones que surgen de la nada. A medio camino entre la mitología y la realidad, tal vez a muchos les haya ocurrido. A otros, jamás en la vida. Frente a la veracidad y el escepticismo a partes iguales, Adolfo Marsillach escribió Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, obra en la que se cuenta la historia de dos personas que se conocieron en el transporte público allá por el año 1970. Ahora, 45 años después de ser escrita, su hija Blanca Marsillach (Barcelona, 1966), recupera el texto y lo trae de vuelta al Teatro La Latina en una única representación. Darío Facal (Madrid, 1978) se pone frente a un pelotón de seis actores (el original está pensado para ser representado solo por dos) de la Compañía Teatro Social de Blanca Marsillach y Producciones Varela, un montaje para un teatro de integración que busca que gente discapacitada pueda acceder al mundo del teatro de manera profesional.



Encaramos un texto que Adolfo Marsillach escribió en 1970 y que aún hoy sigue teniendo la misma vigencia de entonces. Pero no hay que olvidar los cambios sociales que han repercutido en España desde entonces. "Justo muere Franco y entramos en la Transición pero seguimos enganchados a una dictadura. Hay que romper esos moldes y aún los seguimos rompiendo, aunque aparentemente hayamos avanzado no lo hemos hecho tanto como pensamos", explica Blanca Marsillach. No obstante, habla de cosas eternas como el primer amor, el primer novio, el momento de la pérdida de la virginidad. Temas universales sobre sentimientos universales. "Cuando te pones a trabajar en la obra descubres muchos matices y virtudes", comenta Facal.



Los primeros actores en interpretar sobre las tablas esta obra fueron José Sacristán y Concha Velasco en 1981. Poco a poco han ido pasando diversos profesionales de alta talla por la piel de unos personajes que intentan meterse al público en el bolsillo. O en el corazón mismo. Porque Marsillach padre alzó su voz para que fuera escuchada, para que el público pudiera pensar y reflexionar sobre lo que veían, para que no se quedaran quietos haciendo oídos sordos sobre lo que ocurría al rededor. Se trata "de un intento hacia la libertad hasta poder hablar de los sentimientos por encima de lo que la sociedad te dice a lo que te tienes que sujetar", apunta Marsillach.



La obra da comienzo en un vagón de metro cuando un hombre quiere ligar con la chica que tiene al lado. Ella estudia Filosofía y, cansada de que le hablen del Despotismo Ilustrado en la Facultad, entabla conversación con su acompañante. Cuando cada uno baja en su parada, deciden volver a verse. La cosa termina en matrimonio. Al igual que en la vida, se equivocan y el divorcio les espera a la vuelta de la esquina. Es aquí cuando comienza una comedia musicada en la que "los personajes van rememorando ciertos momentos de su vida sexual y su desarrollo", explica el director. Al tiempo, van explorando los recovecos de sus antiguas relaciones y experiencias, las cuales tienen mucha carga e importancia en el fracaso de su matrimonio.



Ese vagón es fundamental pero los acontecimientos se trasladan, después, a la oficina, a la habitación y a otras estancias manteniéndose fiel al texto original. En lo que sí hay cambios es en la carga musical que Adolfo Marsillach le imprimió. "Lo hemos aligerado y hemos prescindido de la figura del pianista pero mantenemos algunos momentos emblemáticos", explica el director. Y es que fue pensada como un teatro-café y originalmente, cuando la obra fue propuesta por primera vez, le dijeron que no "lo veían y luego fue un éxito total", recuerda Blanca Marsillach.



Pero desde entonces hasta ahora ha pasado mucho tiempo y, aún así, el texto no pierde ni un ápice de su carga original. De hecho, Facal cuenta que solo ha necesitado adaptar detalles. "Los más complejo tiene que ver con que sea representada por seis personajes en lugar de dos". Y junto a ello los rasgos de humor que conlleva pasar de dos a seis. "Nos hemos permitido sacar punta al humor negro de las situaciones donde la discapacidad puede ser motivo de humor", comenta.



Pero si hay algo clave en esta representación es la participación del público. Los actores alegan directamente al espectador. Ambos cuentan su historia, uno desde el punto de vista del hombre, la otra desde el punto de vista de la mujer. El papel del espectador es "valorar cuál de los dos personajes tiene la razón en ese matrimonio que se separa y cada uno de ellos intenta que el público se adscriba a su punto de vista", comenta el director de la obra. Se rompe, así, la cuarta pared, como cuando le cuentas algo a un amigo. Íntimo y personal.



Una única representación en el Teatro La Latina el 2 de diciembre de la mano de la Compañía Teatro Social de Blanca Marsillach con los actores Teresa Hurtado y Ricard Sales que compartirán tablas con Miriam Fernández, Enrique Herreros, Adela Estévesz y Antonio Lagar. La actriz y directora lleva al frente de este proyecto varios años colaborando con "con gente con capacidades diferentes". Todo comenzó con talleres de todo índole pero ella siempre tuvo "la idea de dar una oportunidad a la gente con discapacidad que tiene una vocación clara", explica. Les ha llevado organizar esta pieza cinco años. Una obra "arriesgada" en un momento arriesgado. "Estamos dentro de un conformismo en el que nadie se atreve a moverse, todo es sota caballo y rey. Pero hemos llegado hasta aquí y llegaremos hasta donde nos propongamos, el cielo es el límite", analiza la artista. Como decía Marsillach padre, cuando presentó la obra, "es una forma de mirarnos el ombligo y de sonreímos, al tiempo, con esa mirada".