Riccardo Muti. Foto: Javier del Real

Recuerda Riccardo Muti (Nápoles, 1941) que él salió disparado del Festival de Salzburgo cuando desembarcó por allí Gerard Mortier. Le quería imponer una puesta en escena (firmada por los Herrmann) de La clemenza di Tito que no compartía y no cedió. "Aun así siempre hemos mantenido una relación de amistad y de respeto en los años posteriores", explica el maestro italiano, armado de su simpático histrionismo en el Teatro Real. De hecho, Mortier, recién llegado en 2010 al Teatro Real, pensó en Muti para conmemorar el cuarto centenario de la muerte del Greco por todo lo grande. La idea del gestor belga cuajó y el próximo sábado Muti se pondrá al frente de la Orquesta Sinfónica de Madrid y del Coro del Real para ejecutar en la catedral de Toledo el Requiem de Verdi (también lo dirigirá el lunes en el coliseo de la plaza de Oriente madrileña).



Para un napolitano Toledo tiene resonancias domésticas. La arteria más carismática de la ciudad del Vesubio recibe ese nombre desde los tiempos de la dominación borbónica del sur de Italia (el Reino de las Dos Sicilias). "Intentaron cambiárselo después. Y oficialmente se llamaba Via Roma. Pero todos nosotros la llamábamos con el nombre histórico. Mi madre, cuando me mandaba al ultramarinos a comprar cualquier cosa, exclamaba: '¡Corre, ve a Toledo!'. Así, directamente. Nadie decía 'via'". El Requiem verdiano, además, tiene en su opinión un sustrato en el que la cultura italiana y española se dan la mano. Se refiere a la actitud latina frente al fenómeno religioso: "Nosotros hablamos a Dios como si fuera un hombre. Y le exigimos que se responsabilice de nuestro destino porque él, al fin y al cabo, nos ha creado. Por eso la soprano pide encarecidamente: 'Liberame, Domine, de morte aeterna".



Es algo, afirma, que cuesta mucho de entender en el norte de Europa, donde el hombre mira a Dios desde abajo y le ruega serenidad y afecto. "Para mí esa es la gran diferencia con el Ein deutsches Requiem de Brahms. En éste los vivos piden a Dios paz y en el de Verdi los muertos piden volver a vivir". Por esta razón, Muti considera la composición verdiana, escrita para honrar a Alessandro Manzoni tras su fallecimiento, como una bocanada de esperanza. A pesar de su carácter trágico, resulta una música muy oportuna en estos tiempos desolados. Aunque también lamenta los alardes estentóreos que normalmente se perpetran sobre lo que es, en sentido estricto, una partitura destinada a un servicio religioso.



Un problema que aprecia, en realidad, en buena parte de la música del maestro de Busseto. Las razones que han conducido a esa impostación son muy complejas según Muti. Intenta esbozar esencial: "La salida de Italia de Toscanini hizo mucho daño [dejó su país natal para dirigir la Filarmónica de Nueva York]. Él había tocado directamente con Verdi. Su asistente en la Scala entre 1920 y 1929, Antonino Votto, que fue mentor mío, recogió ese legado. Pero en la actualidad son muy pocos directores los que respetan las esencias de Verdi. Las interpretaciones que se hacen hoy día están plagadas de agudos innecesarios, que sólo buscan provocar ardientes reacciones entre el público. Algo que está casi físicamente demostrado", sentencia resignado. Más si cabe porque siente que se está faltando el respeto a la ópera italiana: "Esto no ocurre ni con Mozart ni con Wagner ni con Strauss...".



Muti se siente bastante solo en esta lucha contra las adherencias injustificadas. En su libro Verdi el italiano, publicado en 2001, aseguraba, entre bromas y veras, que el artífice de La Traviata es el músico del futuro: "Creo que hará falta que pasen todavía dos generaciones más para que empecemos a redescubrirlo en su estado original y esencial". El director titular de la Orquesta de Chicago señala también la ausencia de una sociedad protectora de los autores en los primeros años de trabajo febril de Verdi como un factor que propiciaba las alteraciones arbitrarias. "Entonces entregaba la partitura al empresario y éste la podía usar a su antojo. Por suerte, en el último tramo de su vida, nació una asociación de este tipo. Verdi, cuando depositaba las copias de sus manuscritos, incorporaba a su vez una serie de instrucciones para interpretarlos, no sólo de carácter musical, también respecto a la puesta en escena".



Insta a los músicos y registas contemporáneos a tomarse la molestia de revisarlas. Y también les invita a leer la correspondencia de Verdi, donde dejó por escrito, en términos lapidarios: "El único creador es el compositor. El director y los cantantes deben ejecutar fielmente lo que se les ha marcado". Tomen nota.