Gustavo Dudamel en concierto.

El director venezolano hace escala desde el lunes en España. Oviedo, Zaragoza y Barcelona acogerán su torrencial musicalidad. Programa único: Sinfonía n° 6 de Beethoven y La consagración de la primavera de Stravinski.

La actividad del fenómeno venezolano de la dirección, Gustavo Dudamel (Barquisimeto, 1981), no conoce límites. No sale de una gira y se mete en otra, sin perder por ello su contacto permanente con las tres orquestas de las que es titular, la Sinfónica de Gotenburgo, la Filarmónica de Los Ángeles y la Simón Bolivar. En un par de lustros el joven músico ha recorrido un camino inmenso, tanto artística como territorialmente y ha ido creciendo en edad, saber y gobierno. Los propios de un superdotado, que ha alcanzado en muy pocos años una celebridad envidiable. Sin duda por méritos propios, aunque impulsado desde el llamado Sistema, el complejo educativo venezolano creado en 1975 por José Antonio Abreu.



Dos importantes directores, Daniel Barenboim y Simon Rattle, influyeron en él y lo ayudaron no poco. Deutsche Grammophon, compañía con la que ha registrado varios discos de éxito, lo tiene contratado para un tiempo indefinido. El gesto de Dudamel es trémulo, vibrante, vigoroso, de una vitalidad aplastante; de él parece manar la música a borbotones, de forma imparable e irrefrenable.



La firme batuta, más bien corta, es aladamente empuñada, en un permanente dibujo de claras anacrusas, con una segura batida que no pierde nunca el norte de las partes, diáfanamente perfiladas; un movimiento amplio y omnicomprensivo que viene impulsado por una permanente agitación del cuerpo y por el subrayado veloz y atosigante de la felina mano izquierda. Imaginamos que el sello discogáfico aprovechará, como ha hecho legítimamente en otras ocasiones, para lanzar sus últimos registros. Se han volcado con él; y se siguen volcando, como lo demuestra el ropaje con que rodea todas sus giras y el boato que otorga a sus ediciones. Algo muy justificado, bien que el artista aún no haya alcanzado la completa madurez, el reposo que suele exigir toda música, aun la más desbordada. Pero todo llegará. Es cuestión de tiempo. Mientras tanto se puede uno entregar al imparable juego chisposo que despliega su batuta, eléctrica donde las haya, y que ha permitido, partiendo además de su corta y triunfal historia, preparar a conciencia fulgurantes campañas comerciales.



El director venezolano está realizando una gira con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera. Dentro de nuestro territorio actuarán en el Príncipe Felipe de Oviedo (lunes 7 de abril), Auditorio de Zaragoza (martes 8) y Palau de la Música de Barcelona (miércoles 9). Con un único y sugerente programa de dos obras. La primera es la Sinfonía n° 6, Pastoral, de Beethoven, que requiere un temple exquisito para la exposición de los motivos evocadores de los sentimientos de un viandante ante la contemplación de la naturaleza. El arco dinámico ha de estar muy controlado y la sutil rítmica debe ser aplicada con mesura. Se desarrolla prácticamente todo en un mezzoforte solamente alterado en el episodio de la tormenta, en cuyo ápice el compositor coloca el único fortísimo de la partitura. Un efecto que suele ser mal administrado por directores planos y vulgares.



Muy otra cosa, claro, es el ballet La consagración de la primavera de Stravinski, la segunda composición anunciada, agreste, rompedora, en la que se combinan tumultuosamente pequeñas células motrices de una tímbrica ruda, primordial, de raíz popular. Las dinámicas son extremas y el ritmo de una violencia telúrica. Nada fácil es saber manejar y organizar los planos que se superponen, lo mismo que los esquinados compases irregulares. Unos planteamientos que determinaron el gran fiasco de su estreno por los Ballets Rusos de Diaghilev, con coreografía de Nijinski, en el Parísde1913.