Daniel Barenboim al frente de la West Eastern Divan.

Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942) se metió en el bolsillo a medio mundo con su triunfante concierto de Año Nuevo en Viena, televisado en directo en más de 90 países. Su capacidad para conectar con el público y su telegenia quedó patente una vez más. Unas virtudes que en el maestro argentino-israelí no son fuego de artificio oportunista. Bajo sus ademanes sobre el podio subyace el poso intelectual sedimentado en su ya larga y sólida carrera. Ahora tendremos la oportunidad de verle en España de nuevo al frente de la West-Eastern Divan, agrupación alumbrada en compañía del pensador palestino Edward Said. La fundación que lleva los apellidos de ambos, asentada en Sevilla, cumple en este 2014 una década y Barenboim viene a celebrarlo con dos conciertos. Uno en la capital hispalense (domingo 19 en La Maestranza) y otro en Cádiz (martes 21 en el Teatro Gran Falla). Wagner, Beethoven y Mozart en los atriles. La ilusión de que la orquesta sea una de las puntas de lanza en la reconciliación entre palestinos e israelíes sigue intacta, a pesar de tantas decepciones y tantos procesos de paz truncados. Los proyectos en torno a ella siguen creciendo. El año próximo abrirá una academia en la que la formación musical y filosófica se complementarán ("No me interesan los especialistas", dice). El centro diseñado por Frank Ghery se alzará justo al lado de la Ópera de Berlín, que actualmente dirige. Barenboim explica a El Cultural que su repliegue en la Scala (la dejará un año antes de lo previsto) se justifica por su deseo de concentrar esfuerzos en este templo educativo que abrirá sus puertas en 2015.



Pregunta.- ¿El sueño de Said y suyo está tomando el cuerpo que deseaban?

Respuesta.- Según desde el plano que se mire. Hay, por un lado, un objetivo crucial que todavía no hemos conseguido. No podemos tocar en muchos de los países de los que proceden nuestros músicos. Ni en Egipto, ni en Siria, ni en Jordania... La situación que viven lo hace imposible. Y el problema es que sigo sin ver que los bandos enfrentados sientan la necesidad de dialogar. Además, los que pretenden poner fin al enfrentamiento no terminan de enfocarlo bien: no es un conflicto social o político, sino sencillamente humano, el de dos pueblos que se sienten dueños legítimos y exclusivos de un mismo territorio. Al enfermo se le está dando una medicina equivocada. Es necesario que Israel permita a los palestinos la fundación de su propio Estado, no para luego levantar fronteras herméticas entre ambos sino para establecer una relación fluida de cooperación cultural y económica. En el plano interno, sin embargo, está siendo un éxito, gracias a la Junta de Andalucía y al Gobierno español, que nos han dado un hogar.



P.- La orquesta y la fundación surgen de vuestra amistad y de largas conversaciones entre ambos pero ¿a quién se le encendió la bombilla primero?

R.- La leyenda dice que Said y yo queríamos fundar una orquesta y así lo hicimos. Pero como toda leyenda, no es verdad. En 1999 Weimar fue la capital cultural europea. Los responsables me pidieron ocuparme del programa musical. Pensé que podría organizar un foro de encuentro entre músicos jóvenes de Palestina y de Israel. Las aplicaciones [sic] desbordaron todas las previsiones. Muchas de músicos con gran talento. Vimos que de ahí podía salir una orquesta que trascendiese el evento y se prolongara en el tiempo. En el 2000 nos volvimos a reunir en Weimar. Luego viajamos a Chicago cuando yo era director, en 2001 y 2002. Y en 2003 surgió la posibilidad de instalarnos en Sevilla.



P.- Echará mucho de menos a Said, ¿no?

R.- Muchísimo, personal y profesionalmente. Era un hombre extraordinario, con una amplitud de intereses intelectuales única. Era profesor de literatura en la Universidad de Columbia y tenía unos enormes conocimientos de filosofía, de política... Además tocaba el piano muy bien. Si hubiera querido dedicarse profesionalmente a él le habría ido muy bien. Era todo lo contrario a un especialista. Fue una grandísima pérdida. Él, palestino, daba a la fundación un equilibrio natural con respecto a mí, israelí. Su viuda ahora está involucradísima, pero, claro, él es insustituible. Y por encima de todo fue el amigo más cercano de toda mi vida.



P.- La orquesta es el ejemplo minimalista de que la paz en Palestina es posible...

R.- Para un sirio todo lo que viene de Israel es monstruoso. Y viceversa ocurre lo mismo. Pero si un sirio y un israelí se sientan frente al mismo atril juntos todo el día, y trabajan en el mismo objetivo (conseguir la afinación adecuada, el volumen justo y la intensidad apropiada), al final tienen algo en común a partir de lo cual es posible el diálogo y entender el relato del otro.



P.- ¿Musicalmente, cómo se complementan los músicos árabes y los hebreos, herederos de tradiciones diversas?

R.- Es verdad que cada uno trae su tradición pero aquí todos trabajamos en un mismo repertorio, de sobra conocido: Verdi, Wagner... Ambos tienen la misma curiosidad por estos genios y por tanto están en posición de igualdad. Durante muchos años se consideró la música como un territorio al margen de la vida de las personas normales. Y se estudiaban sus relaciones con la obra de escritores, con teorías políticas, con corrientes psicológicas... Pero el valor de la música es intrínseco a la propia música. A partir de ella se pueden extraer criterios y valores aplicables a la vida. Yo soy un ejemplo. Creo que cuando era un niño aprendí más de la música que de la propia vida. A mi padre le criticaban porque me dejaba tocar las últimas partituras de Beethoven. Decían que para tocarlas había que tener una determinada madurez... Pero es que yo maduraba tocándolas: aprendía el equilibrio entre la razón y la emoción, la pasión y la disciplina, la simultaneidad entre la risa y el llanto... Todos esos contrapuntos de la vida humana.



P.- ¿Le ha desilusionado el desenlace de la primavera árabe?

R.- Es cierto que no han dado los resultados que prometían. Pero yo creo en el flujo incesante de la política y de las sociedades. Los levantamientos eran la catarsis necesaria para romper el estancamiento. A partir de ahí pueden surgir soluciones originales y más justas, aunque ahora parezca de nuevo que estamos estancados en el error. Seguro que este es provisional, como el que se confunde momentáneamente al tomar una calle.



P.- En Sevilla van a tocar el II acto de Tristan und Isolde. Es la primera vez que lo acomete la WED, ¿no?

R.- Es un paso adelante que ya tocaba dar. De Wagner habíamos tocado algunas oberturas y La valquiria. Es irónico que los israelíes aquí no puedan tocar a Wagner sin tener al lado a colegas árabes.



P.- Dice que en Tristan und Isolde Wagner lleva a límites extremos la música tonal... Luego costó muchas décadas conseguir un impacto similar.

R.- Es importante hacer una distinción. Una composición se puede medir por su calidad y por su relevancia en la historia de la música. Mendelssohn dejó obras magníficas. Seríamos mucho más pobres sin su Concierto para violín, sin El sueño de una noche verano... Pero si no hubiera existido o no se hubiera dedicado a la música ésta habría continuado la misma evolución. Los que sí cambiaron su curso fueron Bach, Wagner, Beethoven, Debussy... Wagner fue clave. El dividió el mundo de la música. Entre los que siguieron el camino abierto por él y lo que consideraban que era un callejón sin salida.



P.- ¿Tiene intención de acercarse al Teatro Real a ver el montaje de Tristan und Isolde urdido por Mortier junto con Peter Sellars y Bill Viola?

R.- Pues me encantaría pero no va a ser posible por motivos de agenda. No tengo tiempo. Yo lo he dirigido en el Real varias veces en los 90 con la Ópera de Berlín. La acústica del Teatro Real es estupenda, la echo de menos.



P.- Pues Joan Matabosch tiene previsto fichar un director musical. Ahora que va a dejar la Scala ¿no le tentaría...?

R.- A mi edad las tentaciones se miran con menos entusiasmo que antes. Soy el director de la Ópera de Berlín y ese es mi último cargo. Nunca me incorporaré a ningún otro más. Lo de la Scala fue una gran excepción. Con la Ópera de Berlín, con la academia que voy a abrir ahora y con el tiempo que le dedico al piano es más que suficiente. Pero me encantaría volver al Teatro Real, por supuesto, con alguna de las orquestas que dirijo.



P.- La tentación en la que sí cae es el concierto de Año Nuevo en Viena. Qué triunfo el suyo este año.

R.- Es el concierto más escuchado en todo el mundo. Me comentaron que más de 90 televisiones de todo el mundo lo retransmitieron en directo. Lo ve mucha gente que no tiene interés en la música clásica, porque le provoca indiferencia o porque nunca ha tenido la oportunidad de acercarse a ella. Lo disfruto muchísimo.



P.- De la Scala se va un poco antes de lo previsto. ¿En qué medida este adelanto lo ha determinado la salida también de Stephan Lissner como sobreintendente del templo scaligero?

R.- Mi responsabilidad allí estaba muy ligada a la Ópera de Berlín y hemos hecho muchas coproducciones juntos. Ha sido un gran honor pero con los años no puedo estar en tantos sitios. El año que viene además vamos a abrir una academia orquestal Barenboim-Said en Berlín para el Divan. Será un centro con unos planes docentes muy particulares, donde de estudiará no sólo el instrumento en el que se está especializado sino también el piano. Y además teoría musical, y cursos de filosofía para que los jóvenes aprendan a reflexionar. Mi papel luego será que ese pensamiento tenga una plasmación en la música. Me voy un año antes de lo esperado porque la academia va abrir también antes de lo previsto.



P.- A la Scala llega Alexander Pereira, un maestro a la hora de sacar dinero debajo de las piedras. ¿En qué posición se sitúa usted en el debate entre financiación pública de la cultura y el mecenazgo privado?

R.- No se puede plantear en términos excluyente. Hemos llegado a un punto en que las administraciones públicas deben implicarse más y al mismo tiempo las instituciones culturales han de abrirse al dinero privado porque son muy costosas. Aunque la solución a largo plazo es la implantación de la enseñanza de la música en los colegios. Es increíble que haya millones de personas interesadas en la música sin tener ninguna formación en ella. Imagine si les hubiesen inculcado la música desde jóvenes. Su importancia en la sociedad se elevaría. No se vería como un mundo para de unos pocos apasionados. Y eso precisamente propiciaría un mayor apoyo del que recibe hasta ahora.



P.- ¿Después de tantos encaramado al podio tiene ya una explicación concreta sobre la importancia del director de orquesta en el universo musical?

R.- No hay que olvidarse que el sonido lo producen los músicos. Los directores no deben olvidar este hecho para que no se le suba a la cabeza la idea de que son los protagonistas. Y a los músicos tampoco, para que tengan claro que son ellos los que deben poner el ímpetu. No pueden tener una actitud pasiva esperando que el director traiga la animación. Han de tener la voluntad y el conocimiento para proponer algo con su instrumento. Y el director tiene el deber de homogeneizarlo todo para llegar a un momento en que parezca que todos los integrantes tienen un pulmón común por el que respiramos conjuntamente.



P.- ¿Ha sido Celibidache el director del que más ha aprendido, su principal modelo?

R.- De los que he conocido en vida sin duda (de los que no conocí diría Furtwängler). De él aprendí que todo está conectado en la música. Tenía una capacidad única de oír en su oído interior la última nota de la obra cuando dirigía la primera. Por eso transmitía el sentimiento de linealidad y de unidad con sus orquestas.