Joaquín Kremel y Javier Gurruchaga, protagonistas de Los reyes de la risa.

Una mirada a la alta comedia. Un guiño al vodevil, a, por qué no, nuestras variedades. Neil Simon consumó su revolución en Broadway en 1972 tras estrenar 'The Sunhine Boys'. El jueves vuelve al Teatro Arenal de Madrid con el título 'Los reyes de la risa' con Jaquín Kremel y Javier Gurruchaga dirigidos por Juan José Afonso. Ignacio García May analiza las claves escénicas del autor estadounidense.

"El humor no sirve de nada si no puede hacerte sentir y reflexionar", declaró una vez Neil Simon. "Cualquiera puede hacer reír a un bebé sacudiendo un sonajero en sus narices. No quiero escribir para bebés ni sacudir sonajeros". Está bien recordar esto, ahora que de pronto se alzan tantas voces reclamando pomposamente el regreso del "teatro de ideas" y dando por hecho que tal cosa exige una autocomplaciente circunspección. Simon ha hecho reír a mucha gente en más de medio siglo de carrera sin rehuir nunca el compromiso básico de cualquier dramaturgo, que es hablar de su tiempo.



En un memorable artículo publicado hace ya años sobre otro maestro de la comedia, Preston Sturges, el cineasta David Trueba recordaba cómo Sturges había sido abofeteado de niño por su padrastro, durante una representación teatral, porque no dejaba de reírse. Y sugería que tal vez en ese episodio estuviera la raíz de la obra posterior de Sturges: el deseo de que nadie, nunca más, pudiera frenar la risa.



Disputas homéricas

La infancia de Simon, niño judío, pobre y tímido, nos permite apostar por similares traumas freudianos como detonantes de su dramaturgia: sus padres protagonizaban constantes y homéricas disputas que se resolvían unas veces con la separación temporal y otras con efusivas demostraciones de cariño. Jack Lemon y Anne Bancroft tirándose los trastos a la cabeza en algún apartamento neoyorquino constituyen tal vez la forma de exorcizar algún mal recuerdo...



En su libro sobre la historia de los Premios Tony, Lee Alan Morrow define así algunas claves del teatro de Simon: un tema serio (el alcoholismo, el adulterio, el suicidio, Dios) tratado como una sucesión de bromas que invita a la batalla dialéctica entre los protagonistas, normalmente una pareja de amigos mal avenidos o un matrimonio en crisis, ambos, en cualquier caso, decididamente urbanitas y propensos a desatar el conflicto. Por supuesto, La extraña pareja es el paradigma y acaso su obra más conocida entre nosotros (sobre todo porque hay cierta cadena televisiva que pone la correspondiente versión cinematográfica veintiséis veces al mes...) pero estas mismas claves reaparecen en El prisionero de la Segunda Avenida, Descalzos por el parque, Capítulo dos, Plaza Suite o The Sunshine Boys, que aquí se conoció en su momento como La pareja chiflada y que ahora, siguiendo el ejemplo argentino, se estrena como Los reyes de la risa. A partir de la trilogía autobiográfica Brighton beach memoirs, Biloxi's blues y Broadway bound la crítica creyó descubrir a un nuevo Simon, más introspectivo, menos "gracioso", pero esto se debe a que, para variar, y como suele hacerse con los comediógrafos, se le había juzgado superficialmente. No en vano una de sus obras menos conocidas, The Good Doctor, es un simpatiquísimo homenaje a un autor con el que tiene mucho en común, Chéjov, quien, por su parte, siempre quiso verse a sí mismo como autor de comedias y no como el dramaturgo melodramático en que le convirtieron.



No he visto aún el montaje de Los reyes de la risa. Desde luego Kremel es un comediante notable, con frecuencia infravalorado, y Gurruchaga ha demostrado muchas veces su carisma escénico, pero la españolización de la historia que se deja ver a través del material de prensa (y que también se hizo en la versión argentina) sugiere que puede haberse minimizado en la traducción un aspecto importante de la obra: la presencia en ella del vodevil.



Los protagonistas son dos viejos actores de este tipo de espectáculo que se reúnen para hacer un programa de televisión después de muchos años sin dirigirse la palabra. El vodevil norteamericano se emparenta a veces con la tradicional revista española, pero en realidad se corresponde con lo que nosotros llamamos "variedades"; un tipo de espectáculo basado en la sucesión de números diferentes: magos, acróbatas, animales domesticados, cantantes, recitadores.... Uno de los platos fuertes de todo vodevil era la presencia de humoristas populares, y de hecho muchas leyendas del teatro cómico norteamericano se formaron en este difícil campo de batalla: los hermanos Marx, W.C. Fields, Chaplin y Keaton, entre otros.



Neil Simon conocía bien el vodevil porque, si bien había desaparecido prácticamente de la escena a mediados de los años cincuenta, cuando él empezó su carrera como guionista televisivo, algunos de los más importantes veteranos de los viejos circuitos, como Groucho Marx, Jack Benny o Ed Wynn, habían acabado refugiándose en los programas de televisión.



Allí influyeron sobre una generación de jóvenes cómicos que a la larga se harían famosos por sí mismos y entre los que se encontraban Woody Allen, Mel Brooks, Carl Reiner o el propio Simon, que velaban entonces sus primeras armas escribiendo gags para estos venerables maestros. Así pues, The Sunshine Boys no es sólo una comedia más, sino un sentido homenaje que el autor hace a su propia juventud, al aprendizaje del oficio y a esa forma peculiar en que las tradiciones del teatro van perpetuándose, adoptando nuevas identidades acordes con el paso del tiempo. Teniendo en cuenta que Simon es el único dramaturgo vivo que tiene un teatro con su nombre en Broadway, está claro que aprovechó la lección.