Tiene el sello de Alfredo Sanzol, pero la autoría es compartida con otros nombres del momento como Miguel del Arco, Juan Carlos Rubio, Yolanda García Serrano, Verónica Fernández y Anna R. Costa. Ignoro cómo se han repartido el trabajo para tan gozoso resultado; pero tiene la estructura de sketches propia de En la luna y parecida temática: Falange y nacionalcatolicismo rectores de la vida española en los años cuarenta y cincuenta. Después con el desarrollismo y con los tecnócratas del Opus Dei en el poder, la Falange perdió gas. Sorprende que, al hablar de mujer y franquismo, El manual de la buena esposa, se olvide del Opus de Carrero y López Rodó: el no papel de la mujer en el Obra. Sin entrar en otras consideraciones, El manual de la buena esposa demuestra que había mandos, o mandas, de la Sección Femenina aficionadas al ludibrio y la fornicación. Una cosa es predicar y otra es dar trigo.
Lo indiscutible es el talento, la vis cómica de Llum Barrera, Mariola Fuentes y Natalia Hernández. Se derraman en el humor, pero cuando llegan momentos serios, como Fuentes y, sobre todo Hernández, en el sketch del consultorio sentimental, cambian de registro con naturalidad. Y si hay que llegar al exceso, como la parodia de Lola Flores y Échale guindas al pavo, con Llum Barrera, pues se llega.
Estas pautas de conducta y otras para ser español intachable eran de una estupidez sonrojante. Pero estaban ahí, aunque El manual de la buena esposa roce la caricatura. A los menores de cuarenta años no les dice nada; el franquismo lo ven tan lejano como la Inquisición. Nos queda de franquismo lo que nos queda de inquisidores, es decir los genes de una raza cainita. Eso es lo malo de los políticos y de obras tan divertidas como ésta; que el compromiso político sigue girando sobre franquismo y antifranquismo. Sobrevivimos a aquello; ¿sobreviviremos a una democracia pervertida por la traición de la izquierda y por la derecha montaraz? Ahí quiero ver el compromiso del joven teatro español.