Solía filosofar Sergiu Celibidache sobre el sentido profundo de la dirección de orquesta, aunque la mejor explicación al fenómeno musical la ofreció Arturo Toscanini cuando dijo que hasta un "asino" estaba en condiciones de dirigir. "Pero hacer música, amigo mío, eso es otra cosa...". No se entendía Toscanini con su colega Vittori Gui, fundador del Maggio Musicale Fiorentino. Antes de morir, Gui, que además de dirigir componía, le hizo una confesión al entonces aprendiz Riccardo Muti. "Las notas no son otra cosa que la expresión concreta de los sentimientos y del alma humana". Aquel consejo le sirvió a Muti para abrirse paso entre los "guardias de tráfico" que a menudo se colaban y se cuelan en los podios de las salas de concierto y defender un estilo propio de "conducir" una orquesta.



Aunque no los aparenta, este verano el director napolitano cumplirá 70 años y lo celebrará con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2011 que acaba de fallarse, aunque es un acierto de pleno. Hace sólo unos meses Muti recibía el prestigioso premio al Director del Año que concede la revista Musical America, poco después de estrenarse en el foso del Metropolitan con una portentosa producción de Attila que coincidía con su incorporación a la plantilla de la Sinfónica de Chicago. Aseguraba entonces Muti estar "a mitad de camino" y que nunca llegará a la otra orilla del río. "Porque detrás de la música habita el infinito. Es decir, Dios. Nosotros somos muy pequeños a su lado...". Quién necesita entender cuando la respuesta está en el mismo misterio.