1965 fue un año redondo para Julie Andrews (Reino Unido, 1935). La actriz británica estrenó en marzo el taquillazo de la década, Sonrisas y lágrimas (Robert Wise), encarnando a una novicia rebelde que transforma a los hijos del capitán Von Trapp, y solo un mes después ganó su primer y único Oscar por esa niñera mágica llamada Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964) que irrumpe por sorpresa en la familia Banks.
Ambas películas consolidaron el éxito del género del musical durante los 60, fórmula que reinventó magistralmente Jacques Demy con Los paraguas de Cherburgo (1964) y Las señoritas de Rochefort (1967), y consagraron a Andrews como la gran dama del musical de Hollywood.
En menos de un año había pasado de ser una promesa de Broadway a convertirse en el rostro global de una industria que todavía confiaba en las historias familiares contadas a golpe de partitura. Pero detrás de ese éxito fulgurante había un largo recorrido.
Criada entre bambalinas con una madre pianista y un padrastro ligado al vodevil, Andrews empezó a cantar muy pequeña. Actuaba en teatros y para soldados británicos en la inmediata posguerra y muy pronto se convirtió en niña prodigio en la radio y en los escenarios, deslumbrando con una voz que rozaba lo operístico.
En 1954, dio el salto al otro lado del Atlántico y en Broadway encontró su primer gran escaparate. Primero llegó The Boy Friend, musical que triunfó en Londres pero se exportó a Estados Unidos, aunque fue My Fair Lady la que la situó en el mapa, dando vida a Eliza Doolittle, esa florista cockney callejera que busca cambiar de vida.
El cine tardó un poco más en abrirle la puerta. Cuando Hollywood adaptó al cine el musical de Alan Jay Lerner, su papel protagonista fue a manos de Audrey Hepburn.
En una de sus memorias, Homework: A Memoir of My Hollywood Years (2019), la actriz recuerda el vértigo y el alivio al descubrir que el papel que le habían negado la había llevado, paradójicamente, a algo mejor: un fichaje de Walt Disney para interpretar a Mary Poppins.
El éxito de esa niñera mágica fue inmediato y arrasador. Le dio su único Oscar —aunque estuvo nominada en tres ocasiones—, un Globo de Oro y la etiqueta de estrella internacional, pero también fijó su imagen de mujer disciplinada y perfecta.
Sonrisas y lágrimas, que cumple 60 años este diciembre, no hizo sino reforzar el icono. Andrews pasó de ser la niñera a la institutriz, de Londres a Salzburgo, siempre con niños que necesitaban una heroína capaz de cantar, educar y salvar a la vez.
Sin embargo, en los años siguientes, la actriz trató de desencasillarse del musical familiar, de la mano de Blake Edwards, con quien se casó en 1969.
En sus memorias, la actriz retrata a Edwards como un cineasta talentoso pero atormentado, y su hogar como una familia atravesada por depresiones y adicciones, muy distinta del orden perfecto de los Banks o los Von Trapp.
Por ello, protagonizó películas que jugaban con su propia imagen pública, arriesgando, siendo más consciente del artificio del star system y dispuesta a cuestionar su propio mito de perfección.
Comedias como 10 (1979), donde encarna a Samantha Taylor, una pareja sentimental madura, irónica y sexualmente segura, muy lejos de la institutriz angelical, S.O.B. (1981), en la que interpreta a la estrella Sally Miles, obligada a dinamitar su imagen virginal en una sátira feroz sobre Hollywood, o Victor/Victoria (1982), donde interpreta a una cantante arruinada que se hace pasar por hombre para triunfar, llevando al límite la idea de género.
Julie Andrews en 'S.O.B.' (Blake Edwards, 1981).
Cuando parecía que su carrera podía seguir transitando con naturalidad entre el teatro, el cine y la televisión, llegó el golpe que marcaría el resto de su vida profesional.
A finales de los 90, tras años soportando el esfuerzo de funciones diarias en Broadway, se sometió a una operación de cuerdas vocales que debía ser rutinaria y acabó dañando de forma irreversible la voz que la había hecho célebre.
Una negligencia médica que la dejó prácticamente incapaz de cantar —Andrews demandó a los médicos y llegó a un acuerdo extrajudicial— y que supuso una auténtica amputación artística.
Para una intérprete definida, mayoritariamente, por su manera de cantar, perder la voz equivalía a perder su centro de gravedad. Podría haberse retirado con una filmografía digna de ser recordada en Hollywood, pero eligió reinventarse.
En el cine abrazó con naturalidad papeles que volvían a esa calidez de sus inicios, pero esta vez con madurez y no ingenuidad. Como la monarca de Princesa por sorpresa (2001), que la conectó con una nueva generación de espectadores adolescentes, para quienes siempre será la reina de Genovia.
Julie Andrews con Anne Hathaway en 'Princesa por sorpresa'.
Al mismo tiempo, se volcó en la escritura, desarrollando una fructífera carrera como autora de literatura infantil y juvenil, a menudo en colaboración con su hija.
En paralelo, explotó otra faceta vocal, doblando películas de animación y series tan populares (y recientes) como Los Bridgerton (2020), donde pone voz a Lady Whistledown, la cronista anónima que comenta los escándalos de la alta sociedad londinense.
La actriz, que cumplió 90 años el pasado mes de octubre, seguirá poniendo voz a la narradora en la próxima temporada de la serie, prevista para estrenarse el 29 de enero, pero ha rehusado aparecer en ella físicamente.
Andrews no protagoniza una película desde hace más de dos décadas, cuando encarnó de nuevo a la reina Clarisse en Princesa por sorpresa 2 (2004).
De hecho, en los últimos años se ha hablado de una posible tercera entrega de la saga, alentada por el interés explícito de Anne Hathaway, coprotagonista del filme, que solo concibe un Princesa por sorpresa 3 con Julie Andrews implicada de algún modo. La propia Andrews, sin embargo, ha enfriado esas expectativas, aludiendo a su edad y a su firme retirada de los rodajes.
