Jodie Foster habla francés, y muy bien. En Vida privada, la estrella de Hollywood interpreta, eso sí, a una americana judía afincada en París donde trabaja como terapeuta. El suicidio de una de sus pacientes, que todo parece indicar que es esoy no otra cosa, la obsesiona.
Obstinada, comienza una investigación (algo chapucera) para esclarecer la “verdad” en esta película que mezcla géneros: es un thriller “freudiano”, una comedia familiar sobre una mujer que reconecta con su ex (Daniel Auteuil) y un hijo medio perdido (Vincent Lacoste) al tiempo que se mete en un lío que nadie le ha pedido.
Muy enmarcada en el mundo de la burguesía judía parisina del que proviene la propia Rebecca Zlotowski (París, 1980), guionista de la reciente Emmanuelle (Audrey Diwan, 2024), Vida privada explota la vena cómica de esa “rígida” Jodie Foster en un filme inspirado en clásicos de la psiquiatría como Recuerda de Hitchcock o El callejón de las almas perdidas, de los años 40.
Pregunta. En los años 40 y 50 hubo muchas películas sobre psiquiatría: Hitchcock (Recuerda), Buñuel (Él) o Fritz Lang (El testamento del Dr. Mabuse)… ¿Es un campo desaprovechado por el cine?
Respuesta. Existe una tradición. El cine nace, más o menos, al mismo tiempo que el psicoanálisis: son dos campos de representación que aparecen juntos. Siempre he sentido que están conectados. Y además había una competencia con otra práctica, la hipnosis. La hipnosis y la psicoterapia compitieron durante mucho tiempo. Eso está en la película.
P. ¿Qué referentes concretos usó?
R. Cuando pienso en las películas sobre psicoanálisis un referente claro es Recuerda de Hitchcock, con la colaboración de Dalí. Allí vemos cómo representar imágenes del inconsciente: fantasías, la represión… Esa idea de que la investigación es, en realidad, una investigación de uno mismo. En los años 40 había una manera muy concreta de estructurar eso en guion.
»Y una película fundamental es El callejón de las almas perdidas. La original, de 1947 Edmund Goulding, no la versión de Guillermo del Toro —aunque adoro a Guillermo—. Es una película extraordinaria porque conecta a una psiquiatra de la alta sociedad de Chicago, que graba a sus pacientes y conoce todos los secretos, con un falso mentalista de feria. Hacen un pacto para estafar a la élite.
»Ese tipo de tramas me encantan porque todos necesitamos ficción para vivir. La política es una ficción, el amor es una ficción, y hay profesiones muy fantasmatizadas. ¿Qué pasa cuando tu psiquiatra te escucha? ¿Qué piensa? ¿Cómo es su vida? Ese era el terreno de juego que quería explorar.
Jodie Foster en 'Vida privada'.
P. ¿Hay que volver a los clásicos?
R. Lo que me fascinaba de aquellas películas eran sus finales abruptos: de golpe, se acabó. En cierto sentido, una película como Black Swan, de Darren Aronofsky, es muy de los 40. Y hoy vuelve a ser contemporáneo hacerlo así porque el público quiere más profundidad y sorpresa.
»Con el acceso actual a las narrativas, todos sabemos que si suena cierta música y alguien fuma en pantalla, probablemente es el villano. El espectador es adulto. Yo quería tenderle la mano al público y decirle: sé que sabes lo que estoy haciendo, pero vamos juntos, hagamos el viaje juntos.
»Hay una referencia lúdica a ese cine de los 40, sí, pero también quería hacer tabula rasa y preguntarme: ¿qué podemos hacer ahora? Mezclar géneros, superponer capas. No es solo un thriller. En los 40 había que ceñirse a un género y cumplir las reglas hasta el final. Yo no quería jugar según esas reglas.
P. ¿Lilian Steiner fue siempre una psiquiatra estadounidense cuando escribía el guion? ¿Pensaba ya en Jodie Foster?
R. Llegó muy pronto. Esta es mi sexta película y no me avergüenza decir que la escribí para ella. Era el momento. Llevaba queriendo trabajar con Jodie desde siempre.
»Cuando pensé que podía ser para Jodie, y que fuera una estadounidense instalada en París, todo cobró sentido. No entiende del todo a sus pacientes, por eso los graba, por eso es una terapeuta mediocre al principio. Es, de hecho, una pésima terapeuta. Que fuera americana me parecía muy interesante.
»Para Jodie era un reto actuar en francés, y lo hizo de forma impecable. De hecho, tuve que añadir palabras en inglés en posproducción para que se notara que no era francesa: “fuck, shit…”. Uno siempre insulta en su lengua materna.
Jodie es tan perfeccionista como yo. Yo le decía: “Es interesante que pierdas un poco el control”. Fue como en el amor: no eres un erotómano, percibes si hay una reciprocidad. Me dijo: “quizá ahora es el momento”. No tenía nada que demostrar. Y creo que tenía razón: está extraordinaria.
P. ¿Ha hecho terapia usted misma?
R. Cuando comencé a trabajar en la película yo había empezado terapia hacía poco —soy una judía parisina de cuarenta y tantos y nunca había ido al psicólogo— y me fascinó ese mundo. De pronto tenía el personaje, el deseo de trabajar con Jodie y el título, Vida privada. Todo encajó.
P. En la película Foster hace de Sherlock Holmes amateur pero acaba siendo una investigación sobre su propia vida familiar. ¿Cómo quería fusionar ambas dimensiones?
R. La respuesta está en la pregunta. Me interesan las películas en las que la historia no es el argumento. Como Misterioso asesinato en Manhattan u Otra mujer, de Woody Allen. Me gustan las películas que usan una trama como metáfora.
»En Vida privada hay una investigación, pero todos sabemos que, en el fondo, es un señuelo. No hay conspiración. Ella se suicidó. Nos gustaría que hubiera una explicación secreta —por eso amamos las teorías conspirativas—, pero no la hay.
Una psiquiatra me dijo algo que me impresionó mucho: cuando alguien se suicida, hay una pregunta inevitable —terrible— para el terapeuta: “¿Quién mata a quien se mata?”.
Jodie Foster en 'Vida privada'.
P. Lilian Steiner tiene buenas intenciones pero es bastante caótica. ¿Refleja una crisis que llega con la edad?
R. La película es, en cierto modo, un gaslight movie. Ella es manipulada y nos manipula. Pero en realidad se está preguntando algo íntimo: cómo recolocarse en su vida. Es una mala terapeuta, una mala madre, una mala exmujer, quizá una mala amiga.
»Puedes ver la película como un thriller con revelación final, o como una crisis vital tardía: qué pasa a los 60, cuando sigues trabajando, teniendo sexo, siendo madre y abuela, y todavía tienes que preguntarte quién eres y cómo ser mejor persona. También hay una comedia de recomposición sentimental: ¿qué ocurre después del amor?, ¿se puede ser amigo de tu ex? Soy francesa, eso me interesa mucho.
P. Aparece la idea de vidas pasadas, especialmente en la relación con su hijo. ¿Crees en ello?
R. Yo no. Mi guionista sí, completamente. Yo soy atea y racional, pero precisamente por eso acepto que no lo sabemos todo. Me gustaría que existieran otros mundos.
»Por eso hago cine. Filmo a mi padre en todas mis películas; aquí es el rabino. Es una forma de retener a la gente antes de que desaparezca. Es muy judío, lo sé.
»La primera versión del guion era más oscura y traumática. Luego decidimos que la conexión entre los personajes fuera amorosa, ligera, incluso divertida. Por eso Vincent Lacoste aparece con ese disfraz casi gestapista: para mí es comedia.
El cine sirve para experimentar eso, aunque yo, personalmente, no crea que exista.
P. La psiquiatría parece una profesión condenada a la frustración: no siempre se puede curar, no hay una sanación completa. ¿Te interesaba ese límite?
R. Hay dos campos en su práctica. Ella es psiquiatra, es médica y puede recetar. Pero decide trabajar con las palabras, con lo que falta, con lo que no se dice. En Europa seguimos dialogando con Freud; en Estados Unidos eso se abandonó hace tiempo en favor de la medicación.
La película no trata de psicoanálisis en sí, sino de un espacio de juego: qué pasa cuando quien debe hablar calla, y quien debería escuchar empieza a hablar. Es un jeu de rôle sobre los límites, sobre lo obsceno y lo que no lo es.
