Con más de dos millones de espectadores en Francia, nuestros vecinos del norte han podido renovar su pasión por una figura legendaria de su cultura. Protagonizada por Tahar Rahim en la piel del cantante, Monsieur Aznavour nos cuenta, a modo de biopic clásico –desde su infancia hasta su muerte en 2018, a los 94 años–, la larga y azarosa vida de un hombre que logró vender más de 180 millones de discos y convertirse en uno de los iconos más reconocibles de la cultura francesa.
Bajito (medía 1,60), más bien feote, con una voz ronca que provocaba muchos prejuicios y, para colmo, hijo de unos refugiados armenios. Por su cabello y piel oscura, lo confundían a menudo con judío. Y eso nunca le ayudó. "Mira de dónde venimos y hasta dónde hemos llegado", decía su padre, dueño de un modesto restaurante. Para hacerse con él, tuvo que vender su diente de oro.
Conocido como una gran estrella, lo más sorprendente de Monsieur Aznavour es lo mucho que tuvo que luchar el pobre cantante y compositor para alcanzar el éxito.
Porque lo tenía todo en contra: "Fue el propio Aznavour, con el que hablamos largamente antes de su muerte preparando este proyecto, quien insistió en que diéramos valor a todos esos años de juventud en los que no conseguía el éxito que buscaba. Fue muy duro para él", explica Grand Corps Malade (nombre real: Fabian Marsaud), muy conocido en Francia como rapero desde hace más de veinte años. Esta es su tercera película, siempre en compañía del cineasta Mehdi Idir.
Los años de "bohemia y galeras", como los llama el rapero y director, fueron aquellos en los que Aznavour iba de club en club nocturno, algunos mejores que otros, acompañado de su amigo y compañero de cuitas musicales Pierre Roche (Bastien Bouillon). En la relación entre ambos se revelan sus distintos caracteres: Roche se "conforma" con seguir tirando y ganarse la vida con la música, mientras que Aznavour, muy ambicioso en todo momento, sueña con triunfar a lo grande y tener "el caché de Frank Sinatra".
En busca del éxito
Porque lo peor no fueron los garitos de mala muerte, sino las críticas de los periodistas, que fueron despiadados con él. "Es la historia de una vocación y de una enorme fuerza de voluntad", dice el director. "Aznavour estaba obsesionado con su carrera y, aunque todos esos comentarios tan brutales le hicieron daño, no dejó que lo destruyeran. Trabajaba sin descanso, a veces todas las horas del día, los siete días de la semana. Se esforzó en ser un buen músico, en perfeccionarse en su oficio como compositor y cantante, pero también como performer".
Prosigue: "En su caso, su ambición iba pareja a su vocación. Crear música, escribir esas letras tan preciosas, era su absoluta pasión y quería ser el mejor. Él se dirigía a la gente, venía del pueblo y se dirigía al pueblo. Fue también un renovador de la chanson por la forma en que utiliza el 'yo' de manera muy sincera. Por ejemplo, en La Bohème describe de manera muy cruda la dureza de sus inicios como cantante. Y en Comme ils disent fue muy valiente al contar la historia de un homosexual y travesti en primera persona".
Continúa el director: "El París intelectual y el mundo de la cultura le rechazaron de manera muy agresiva durante mucho tiempo. Después, lo acogieron con los brazos abiertos. Es un París que ha hecho grandes cosas, en el que había gente muy interesante, pero que también podía ser muy cruel y tener muy poca vista con el verdadero talento. No queremos criticarlo, pero sí mostrar que podía tener un lado muy oscuro. De hecho, ese 'todo París' no ha cambiado mucho".
La cruda vida del refugiado
El director Robert Guédiguian, también de origen armenio, ha explicado en varias películas –de manera muy clara en Une histoire de fous (Una historia de locos, 2015)– la lucha de los refugiados armenios en Francia tras escapar del genocidio perpetrado por los turcos. Fue en 1923 cuando fueron asesinados entre un millón y medio y dos millones de armenios en una brutal limpieza étnica, casi todos durante su deportación, que expulsó a toda la población armenia y provocó una diáspora por medio mundo.
"Tuvo una infancia pobre pero feliz", explica Grand Corps Malade. "Lo pasaron muy mal, pero siempre estuvieron muy unidos, y Aznavour creció en el restaurante de su padre, donde siempre había música y un ambiente intelectual en el que se reunían exiliados –no solo armenios, también muchos rusos que habían huido de la revolución bolchevique–. De todos modos, siempre se sintió francés: su cultura era la francesa. Fue así como logró representarla mejor que nadie".
Señala el director: "Hijo de refugiados, sufrió comentarios racistas. Y, sin embargo, se convirtió en un monumento de la canción francesa, hasta el punto de encarnar la cultura francesa en el mundo. Nos gustaría que la sociedad entendiera este mensaje: sí, los hijos e hijas de refugiados pueden convertirse en símbolos de Francia, con su propio bagaje cultural. A veces, incluso pueden hacerlo mejor, porque tienen una perspectiva más clara, menos mediatizada por prejuicios culturales adquiridos".
Esa infancia "pobre pero feliz" se ve truncada por la Segunda Guerra Mundial, la invasión nazi de Francia y la persecución de los judíos. Sus padres ayudaron a muchas personas a huir del país, mientras ellos mismos eran perseguidos porque la gente pensaba que eran judíos. "El problema del racismo en Francia no es nuevo, ni mucho menos", insiste Grand Corps Malade.
Un hombre solitario
Sin duda, la parte más polémica de la trayectoria de Aznavour tiene que ver con su relación con la familia. Obsesionado con ese éxito que tantas veces se le escapaba, de manera constante abandona a sus tres esposas y cinco hijos para irse de gira por el mundo o encerrarse en el estudio de grabación horas y horas.
"No hemos querido juzgarle –dice Grand Corps Malade–. Es evidente que no se sentía cómodo en el ambiente familiar, porque su lugar era la música, el trabajo. No fue un padre presente, pero nunca dejó de ocuparse de ellos ni de garantizarles el bienestar económico. Sucede con muchos grandes artistas como Aznavour, que están obsesionados con sus carreras y no se dedican tanto a su familia".
El ejemplo más trágico surge con la muerte de Patrick, un hijo cuya existencia desconocía hasta que, casi adolescente, su madre le anunció que era suyo. A los veinte años, Patrick fue encontrado muerto en su apartamento. Dice el director: "Lo conoció cuando ya no era un niño. Venía muy marcado por un pasado difícil. Era además un chico frágil, muy sensible. Su muerte le traumatizó, fue muy dolorosa. En una escena con ambos vemos que para Aznavour nunca fue fácil comunicarse con él".
La misma noche de su funeral, como se ve en el filme, cantó en el Olympia de París. Acto seguido, se fue de gira por el mundo –para olvidar–, dejando a su esposa sueca y a sus dos hijos en París.
