Publicada

Con trece largometrajes y cinco series a sus espaldas, Guillermo del Toro (Guadalajara, 1964) ha sabido navegar por las industrias del cine mexicano, español y estadounidense para construir uno de los corpus fílmicos más compactos del panorama actual.

De hecho, si la cinefilia tiende a celebrar la inclinación de los grandes cineastas a realizar una y otra vez la misma película, con pequeñas variaciones, entonces Del Toro merece ser considerado un autor total. No en vano sus obras acostumbran a desplegar relatos fantásticos en los que la inocencia y singularidad de sus protagonistas se ven amenazadas por el carácter autoritario de las fuerzas institucionales.

Nadie se identifica con los inadaptados e incomprendidos como Del Toro, y su sugerente adaptación de Frankenstein o El moderno Prometeo, producida por Netflix, lo ratifica nuevamente. De la mano de Mary Shelley, el cineasta de Guadalajara subraya la cara más insensible del egocéntrico Víctor Frankenstein, mientras que la criatura revivida por el arrogante científico brilla como una sublimación de la fragilidad y la candidez.

En este sentido, la mirada de Del Toro podría pecar de un cierto maniqueísmo, al presentar las tinieblas como el espacio natural de la vulnerabilidad y la benevolencia. ¿Pero quién podría reprochar al director de El laberinto del fauno (2006) su interés por la escritura arquetípica cuando sus películas abrazan con absoluta convicción la forma fabulística?

Para descifrar las claves de esta nueva aproximación a la figura de Frankenstein, resulta revelador atender a la labor de adaptación realizada por Del Toro, que se mantiene escrupulosamente fiel a la estructura de la novela de Shelley, con su prólogo y sus dos partes, centradas en las perspectivas de Víctor Frankenstein (un enérgico Oscar Isaak) y su criatura (un Jacob Elordi que aúna suavidad y brusquedad en una excelente interpretación).

Sin embargo, más allá del respeto al esquema general del libro, Del Toro moldea el relato con la intención de subrayar el carácter despótico de los poderosos –Harlander (Christoph Waltz), el mecenas del científico, es un fabricante de armas que saca provecho de la Guerra de Crimea– y la lucha de los marginados contra una férrea ortodoxia social.

De hecho, llama la atención la negativa de Del Toro a otorgar a Frankenstein ninguna gracia, ni siquiera el amor recíproco que fulguraba entre Víctor y Elizabeth en la novela de Shelley. Por el contrario, en la película, el científico solo llegará a conocer el amor a través de la relación edípica con su madre, un factor traumático que lo acompañará en su trágica odisea vital.

Jacob Elordi interpreta al monstruo.

En cuanto a la criatura devuelta a la vida, Del Toro le otorga una voz narrativa primordial, suaviza su apetito homicida y la presenta como un avatar esencialista y marmóreo de lo humano, en las antípodas de los monstruos deformados que encarnaron Boris Karloff y Robert De Niro en las versiones de James Whale y Kenneth Branagh.

Incapaz de matar a una mosca, si no es en defensa propia, y tocado por un espíritu benefactor, la criatura imaginada por Del Toro se asemeja al buen salvaje de Rousseau, emblema impoluto de una inocencia interrumpida por la brutalidad de la “civilización”. Aunque el giro más original de esta nueva versión de Frankenstein radica en el personaje de Elizabeth (una emotiva Mia Goth), que deviene la voz de la razón en un mundo de hombres megalómanos.

Convertida en una entomóloga dotada de una compasión inquebrantable, Elizabeth resguarda los valores de la Ilustración frente a la cara más oscura del Romanticismo, aunque al mismo tiempo permite a Del Toro desatar su ímpetu sentimental. El referente de La mujer y el monstruo (1954) de Jack Arnold, que ya sobrevolaba La forma del agua (2017), sigue palpitando en un Frankenstein que contiene guiños a las figuras de Pigmalión, Romeo y Julieta, y un Jesucristo crucificado.

Al igual que la criatura protagonista, el Frankenstein de Del Toro se presenta como un cuerpo fílmico elaborado a partir de retales de múltiples obras.

Mia Goth en 'Frankenstein'

La herencia más evidente es el halo gótico procedente de la icónica El doctor Frankenstein (1931) de Whale, aunque por las comisuras del filme también corretean las citas a Moby Dick de Herman Melville (Víctor Frankenstein se hermana con el capitán Ahab al perder una extremidad en la persecución de su bestia) y a los poemas El paraíso perdido de John Milton, que ya aparecía en la novela original, y Ozymandias de Percy Bysshe Shelley, el marido de Mary Shelley.

Luego, a un nivel plástico y figurativo, cabe destacar el apego de Del Toro a los cuerpos venosos y las manos que surgen del subsuelo, que traen a la memoria tanto el cine de Sam Raimi como la magnífica El hombre sin sombra (2000), en la que Paul Verhoeven ofreció una clase maestra sobre cómo integrar la imaginería digital en una obra de talante artesanal.

Así, con estos retazos de inspiración artística, Del Toro elabora su personal aproximación al universo de Mary Shelley, engendrando una versión de Frankenstein en la que el mayor pecado del moderno Prometeo no es la presunción desmedida, sino su manifiesta falta de empatía.

Frankenstein

Dirección y guion: Guillermo del Toro.

Intérpretes: Oscar Isaac, Jacob Elordi, Mia Goth, Christoph Waltz, David Bradley, Lars Mikkelsen.

Año: 2025.

Estreno: 24 de octubre