Sus sempiternas gafas de sol de cristales opacos y el rictus adusto no facilitan la conexión personal en las entrevistas con Jafar Panahi (Miyaneh, 1960). Las experiencias de censura, acoso y encarcelamiento en Irán, su país de origen, detalladas con precisión casi quirúrgica, le dan todavía una mayor gravedad a la conversación.
“Las primeras horas fueron con los ojos vendados, cuatro días de aislamiento en una habitación de metro y medio por dos y medio donde no podía tumbarme ni caminar”, explica a El Cultural. “Solo podía ir al baño tres veces al día. Luego vinieron los interrogatorios de ocho horas, sentado frente a una pared, de espaldas al interrogador. Me permitían levantarme la venda lo justo para leer la declaración antes de firmarla”.
El iraní es uno de los cuatro cineastas, junto a Henri-Georges Clouzot, Michelangelo Antonioni y Robert Altman –por tanto, el único vivo–, que ha conquistado los tres máximos galardones del cine europeo: el León de Oro en Venecia por El círculo (2000), el Oso de Oro en Berlín por Taxi Teherán (2015) y desde este año la Palma de Oro en Cannes por Un simple accidente, que llega a los cines este próximo 17 de octubre.
Panahi, no obstante, resta importancia a los reconocimientos: “Lo más importante es que el premio atraiga atención hacia la película. Todo cineasta filma para que su obra sea vista. Los jurados dependen del gusto del momento; esta vez tuve la suerte de que el suyo coincidiera con el mío”.
Este thriller moral ha sido, además, seleccionada por Francia como su representante en los Oscar, un gesto que amplifica su resonancia internacional y celebra al cine independiente como espacio de contestación y denuncia.
Estos reconocimientos dan valor a una filmografía que se expresa como forma de resistencia política y testimonio del poder del arte para enfrentar la censura. No en vano, la obra de Panahi se mezcla con su propia biografía, motor de películas profundamente humanistas.
Su visita a Cannes fue la primera en 15 años, desde que fuera condenado en 2010 a seis de prisión y a 20 de prohibición de filmar o viajar. Encarcelado nuevamente en julio de 2022 y liberado en febrero de 2023, trajo a Europa bajo el brazo una cinta que entrelaza memoria, encierro y humanidad. En la recta final de su estancia en la cárcel fue trasladado a un pabellón con 300 personas. Allí escuchó historias de presos comunes y políticos, “vivencias que hoy conforman el tapiz de la película”.
Un atropello accidental
La trama arranca con una familia que atropella accidentalmente a un perro. El padre, al pedir ayuda en un cobertizo, es reconocido por el sonido de su andar: una cojera que supuestamente lo delata ante uno de los hombres que lo atiende en su percance como la persona que lo torturó.
Esa atención a los sonidos procede de la propia experiencia carcelaria de Panahi. “En la celda, lo único que te queda son los sonidos: la voz del interrogador, sus pasos”, asegura. “Cuando salí, buscaba esos ecos en la sociedad. No quería venganza, sino entender quién era ese que me hizo sufrir, y quién me había roto por dentro”.
Durante el rodaje, siete miembros de su equipo fueron citados por la policía iraní. Panahi acudió voluntariamente junto a su director de fotografía, Amin Jafari, para acompañarlos. “Han sido objeto de mucha presión, pero conseguimos que la película estuviera en Cannes y no pudieron impedir que se exhibiera”, relata.
Una imagen de 'Un simple accidente'
Pese a las detenciones, los arrestos domiciliarios y los años de censura, el cineasta nunca ha dejado de filmar. “Mi gente cercana pensaba que tiraría la toalla y me reinventaría en otra profesión, pero no sé hacer otra cosa. No sé atornillar un tornillo ni cambiar una bombilla. Busqué soluciones”. Esa solución fue girar la cámara hacia sí mismo y convertir la restricción en imágenes.
Así nacieron propuestas como el documental Esto no es una película (2011) y Taxi Teherán, donde los vehículos se convierten en refugio, excusa argumental y símbolo. “Rodar dentro de un coche es más seguro que hacerlo en la calle. Si tienes una cámara dentro del vehículo, nadie repara en ti. En el exterior comienzan los problemas”, compartía en el pasado Festival de San Sebastián, donde su último título se presentó a concurso en la sección Perlas.
En esta Un simple accidente, un utilitario familiar y una furgoneta vuelven a ser protagonistas. “El coche es un espacio íntimo, móvil, libre”, apunta el director. “En Irán es el único lugar donde se puede hablar sin ser escuchado del todo. Por eso se ha convertido en mi escenario natural”.
Aunque oficialmente se le ha levantado la prohibición de filmar, Un simple accidente también se rodó en clandestinidad. “En los últimos quince años, en los que he rodado seis películas, nunca he tenido libertad total. El gobierno jamás me daría un permiso para una historia así. Así que, una vez más, la hice en secreto”, apunta Panahi, que no se considera un héroe. “No soy un caso especial. A las mujeres iraníes no se les permite salir sin hiyab, pero lo hacen igual, sabiendo que corren peligro. No estoy haciendo nada heroico que no esté también afrontando el resto. Cuando regrese a Irán, mi única pregunta será cuál es la próxima película que voy a hacer”.
El movimiento Mujer, vida y libertad lo sorprendió en prisión. “Me enteré por llamadas telefónicas”, recuerda el director. “Tres meses después, cuando me dejaron salir al hospital, vi que las mujeres ya no llevaban velo. Las calles habían cambiado. Comprendí que no podía seguir filmando solo mujeres con pañuelo. Mi deber como cineasta es mostrar la realidad y la libertad que ellas mismas conquistaron”.
El sexagenario realizador ha convertido la represión de la que ha sido víctima en material creativo: “Cuando estás bajo interrogatorio, lo que escuchas se vuelve tu única verdad. Esa experiencia la proyecté en mis películas. En todas las familias hay una tensión entre el perdón y la venganza, y en mi cine esos impulsos siempre coexisten”.
La violencia, sin embargo, nunca se muestra de forma explícita. Tampoco en su nueva película: “Parece que el protagonista sufre por haber atropellado a un perro, pero luego sospechamos que ese mismo personaje puede haber tratado con violencia a otras personas. La muerte del perro abre una grieta dentro de la familia. Cuando la madre dice que fue ‘la voluntad de Dios’, la hija formula una pregunta sencilla que lo desmonta todo. Esa es la violencia que me interesa: la que se infiltra en lo cotidiano”.
A pesar del tono grave, su cine mantiene un humor sutil. “Si quieres hacer un cine realista, tienes que observar los pequeños detalles. En Irán, incluso en los momentos más duros, la gente introduce humor. Nosotros lo hemos incorporado con naturalidad”, asegura el director, cuyas películas siguen prohibidas en su país. “La gente no puede ir a verlas. Solo pueden hacerlo por medios en línea o no oficiales. Y eso es muy triste, porque cuando haces una película en un lugar, lo que más deseas es que la vea tu gente. Cuando tus compatriotas no pueden ver tu cine, te falta algo esencial: saber cómo reaccionan, cómo evalúan tu trabajo”.
Ebrahim Azizi en 'Un simple accidente'
Su fama, admite, tiene un doble filo: “Por un lado, la notoriedad aumenta el riesgo; por otro, también te da cierta protección. Cuando estuve en prisión, si yo hacía una huelga de hambre de dos días, todo el mundo se enteraba. Pero había otros presos que llevaban semanas y nadie sabía nada. Esa visibilidad, de alguna forma, te protege”.
El director y guionista eligió quedarse en Irán, aunque muchos colegas se exiliaron. “Tengo que vivir en mi país. Si lo hiciera en otro sitio, me deprimiría. Me inspiro en lo que ocurre a mi alrededor. Conozco bien esta cultura y sus matices. Si filmara fuera, sería como un turista rodando algo que no comprende. Por supuesto, si en Irán hubiera libertad, mis películas serían diferentes. Pero un cineasta social siempre refleja lo que sucede en su sociedad”.
Por otro lado, el perdón y la venganza son fuerzas constantes en la obra de Panahi. “Hubo un incendio en la prisión de Evin. Algunos presos lograron escapar y vieron a los guardias heridos. En lugar de huir, los ayudaron. ¿Eso es perdón o humanidad? Yo lo llamo humanidad. Mientras las personas actúen con humanidad, el mundo podrá avanzar. No hace falta forzar ni el perdón ni la venganza. Lo que falta hoy es humanidad”.
Para él, perdonar no significa olvidar ni cerrar los ojos. “Es un empujón que te obliga a pensar. Y no siempre se trata de liberar al otro, sino de liberarse uno mismo del peso de la violencia”. Su cine se mueve precisamente en esa frontera: resistir sin reproducir la violencia del poder. “El gobierno intenta imponer su violencia a la sociedad, y cuanto más lo consigue, más violenta se vuelve la respuesta. Es un ciclo. Hay que resistirse a aceptar su lenguaje”, asegura.
¿Ha sentido alguna vez que no vale la pena seguir filmando? Panahi niega sin dudar: “No. Nunca”. Ya prepara su próximo proyecto: “Quiero hacer una película que no esté situada en un tiempo ni en un lugar concretos. Una reflexión sobre la guerra y la muerte, pero no solo en Irán, sino en todo el mundo”.
Cuando se le pregunta por la situación actual del régimen, su respuesta es firme: “Las grietas ya no son grietas. El sistema está hundido moral, económica y políticamente. Se sostiene por la fuerza. Es como en mi película: el final está cerca, pero todavía no sabemos cuándo llegará”.
