Daniel Guzmán (Madrid, 1973) es el “último guerrero” del barrio madrileño. Ese hombre que sigue diciendo “tronco” y hablando con eses en vez de jotas con ese casticismo que la nueva generación, de dicción neutra, va perdiendo.
Y superviviente también a una generación de actores y directores que surgieron a finales de los 90 con aires renovadores y canallas. Lo mejor, una vez más, es que se mantiene totalmente fiel a su espíritu callejero, social y conectado con las problemáticas que azotan a la España actual, y con Madrid como escenario predilecto.
Guzmán se “hizo famoso” como actor en series como Menudo es mi padre o Aquí no hay quien viva y películas como Éxtasis (Mariano Barroso, 1996), a sus 23 años junto a Javier Bardem, antes de debutar tras la cámara.
Ganó el Goya al mejor corto en 2004 con Sueños y al mejor director novel por A cambio de nada (2015), que consolidó su mirada humanista y social en un filme que lanzó a Miguel Herrán y donde ya trataba la relación entre una mujer anciana y un hombre más joven en un barrio humilde. Posteriormente dirigió Canallas (2022) y ahora presenta La deuda, un thriller sobre la culpa, la redención y la precariedad contemporánea.
Los planteamientos morales de Guzmán pueden resultar chocantes incluso a las personas más progresistas. En Canallas, el protagonista era un estafador real que llevaba toda la vida viviendo con engaños a bancos y entidades financieras. "El bien y el mal no existen como absolutos", asegura Guzmán. "Existen las circunstancias".
En La deuda, Lucas (interpretado por el propio Guzmán), también tiene aristas, pero resulta más cálido. En paro, vive con una señora anciana (Rosario García), en un piso en pleno centro de Madrid. Es, casi se diría, la "última abuela" de un barrio gentrificado hasta que llega la orden de desahucio. Para pagar "la deuda", el protagonista primero roba un desfibrilador, con trágicas consecuencias, y luego se mete en un lío de delincuencia para evitar ese desahucio, pero buscando su inmolación.
Con tono grave, la sombra de Paul Schrader (guionista de Taxi Driver, director de El contador de cartas), el gran maestro de los dramas sobre redención, planea sobre un filme seco, áspero, en el que late una dolorosa humanidad.
Pregunta. ¿Es La deuda su película más ambiciosa?
Respuesta. Sí, sin duda. Es la más ambiciosa y también, creo, la mejor. Es una historia muy exigente, pero profundamente humana. Habla de redención, de culpa, de amor. De un tipo que ha fracasado, pero que intenta hacerlo bien antes de irse de este mundo.
Daniel Guzmán, en 'La deuda'
P. ¿La idea central es la redención?
R. Totalmente. Es una película sobre la culpa, sobre el perdón a uno mismo. El protagonista intenta reparar el daño causado a alguien a quien quiere. Y se pregunta hasta dónde puede llegar por amor. En el fondo, es la culpa cristiana que tenemos metida hasta los huesos: ese impulso de redimirnos haciendo el bien, aunque lleguemos tarde.
»Habla del sacrificio como forma de redención. El protagonista sabe a lo que se expone y lo acepta. Se la juega hasta el final. La muerte también puede redimir. Su viaje termina en un acto de entrega, que es lo más humano que puede hacer.
P. El dinero también está muy presente.
R. Siempre. Cuando no lo tienes, el dinero se convierte en el centro de tu vida. No por codicia, sino por necesidad. Vivimos en un sistema donde si no hay dinero no puedes cubrir lo básico.
»El protagonista lo intenta todo, pero las puertas se le van cerrando. Y cuando ya no puedes acceder al mercado laboral con 50 años, ¿qué haces?
P. ¿La película habla también de precariedad?
R. Claro. Es un thriller, pero también un retrato social. Hay un Madrid oculto, una pobreza invisible. He rodado en barrios como Entrevías o Vicálvaro y me he dado cuenta de lo que hay ahí: la realidad más jodida de esta ciudad. Un 20% de la población gana menos de 700 euros al mes. Hay familias viviendo hacinadas y gente que sostiene la sociedad con su trabajo y su vocación, pero que vive al límite.
P. En la película, el desahucio de la anciana con la que convive se convierte en el desencadenante del drama. ¿La gentrificación es la otra cara de esa precariedad?
R. La gentrificación ha echado a los vecinos. Ya no hay identidad de barrio, ni arraigo. Todo está pensado para el turismo, para la gente de paso. Eso no es un barrio, es un decorado. Y cuando te echan, pierdes tu sentido de pertenencia.
Daniel Guzmán y Rosario García, en 'La deuda'
P. ¿El afecto como resistencia?
R. Exacto. La gente no se mueve por dinero ni por poder. El ser humano se mueve por afecto. Cuando eres mayor necesitas el mismo cariño que de niño. Pero vivimos en ciudades cada vez más deshumanizadas. El sistema te empuja a recluir a los mayores en residencias porque no tienes tiempo para cuidarlos. Te tiene atrapado: no te deja cuidar de tus padres, pero te pide tener hijos para mantener la rueda girando. Es una trampa total.
P. ¿Se puede robar y no ser un villano?
R. El protagonista de La deuda es un tipo que lo intenta por el camino correcto, pero como no le sale, busca otra salida. Lo hace por necesidad. Y eso tiene consecuencias. No es un mal hombre, solo alguien a quien la vida ha empujado demasiado. El thriller está construido desde ahí: desde la comprensión del fracaso, no desde la condena moral.
»El bien y el mal no existen como absolutos. Existen las circunstancias. Puedes hacer algo terrible sin ser mala persona. Todos cargamos con algo. Yo tengo amigos muertos que no llegué a despedir, y no hay día que no piense en ellos. Todos llevamos alguna culpa.
P. La película tiene un tono trágico.
R. Sí, como una tragedia griega. El personaje apenas sonríe. Solo cuando busca cariño. No es un tipo feliz, pero sigue creyendo. Por eso resulta inocente, incluso cuando hace cosas malas. Es alguien que aún confía en la bondad, aunque el mundo le devuelva golpes.
P. ¿Y los personajes femeninos?
R. Son dos fuerzas opuestas: la luz y la oscuridad. Una representa la esperanza y la otra la culpa.
»Hay una escena entre los dos protagonistas, en una habitación, que para mí es de lo más emocionante que he rodado: dos personas que se necesitan, pero no pueden estar juntas. Se aman, pero hay una deuda entre ellos que nunca se saldará.
Susana Abaitua, en un momento de la película.
P. ¿Hay en la película una mirada crítica al sistema?
R. El sistema te empuja a sobrevivir, no a vivir. Y además te convence de que es culpa tuya si no llegas. Está todo diseñado para que fracases. Nos han metido en la rueda del hámster: trabaja, paga, consume. Y mientras tanto, el país se lo juega todo al turismo y al ladrillo. No producimos nada. Y el que se queda fuera, se hunde.
P. El thriller es sencillo, pero muy efectivo.
R. No me gustan las tramas enredadas. Quería un thriller emocional, no un acertijo. Un protagonista con un objetivo y un tiempo límite. Si no lo consigue, la persona que quiere se queda en la calle. No necesito más. La estructura juega con la información, pero la historia es clara y humana.
P. ¿Qué le interesa al escribir?
R. La contradicción. Que el espectador vea que todos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Que el mal y el bien conviven en la misma persona. Que todos llevamos algo roto. Y que, aun así, seguimos buscando amar y ser amados. Eso es lo que me interesa. El afecto. Porque al final, la vida no se mueve por dinero ni por poder. Se mueve por amor.
