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El cine europeo reciente se está esmerando en recuperar del olvido a talentos femeninos. Algunas mujeres célebres, como Marie Curie, en la película francesa Madame Curie (2019) dirigida por Marjane Satrapi, reivindican la figura de la científica para mostrar el precio personal y social de su genio en un mundo científico masculino.



Pero también hay mujeres silenciadas. Lo vemos en la italiana Miss Marx (2020), de Susanna Nicchiarelli, sobre Eleanor Marx, intelectual y militante socialista. La francesa Violette (2013), de Martin Provost, se adentra en la vida tortuosa de la escritora Violette Leduc.

Y la española La abadesa (2024), de Antonio Chavarrías, recupera la figura de Emma de Barcelona, quien se rebeló contra el patriarcado en la Iglesia.

El cine alemán reivindica ahora a Gabriele Münter (1877-1962), fundadora del movimiento expresionista de Múnich “Der Blaue Reiter” (El jinete azul) y pareja de Wassily Kandinsky, cuyos nombres más conocidos son el propio Kandinsky y Franz Marc. Su objetivo era liberar el arte de la representación literal y explorar la espiritualidad, el color y la emoción interior como esencia de la creación.



Münter y el amor de Kandinsky, dirigida por Marcus H. Rosenmüller, veterano del cine alemán, nos adentra en la vida de una mujer que lo arriesgó y sacrificó todo por un hombre al que amó con locura y que la abandonó. “Para mí era esencial contar esta historia desde la mirada de Gabriele Münter. Es ella el verdadero corazón del relato. Durante mucho tiempo su figura quedó eclipsada por la de Kandinsky, y era hora de devolverle su lugar”, explica el director a El Cultural.

Aires de libertad

La película arranca casi al final, en pleno nazismo, cuando Münter recibe la indeseada visita de oficiales nazis que buscan en su casa “arte degenerado”. Jugándose la vida, la artista salvó de la destrucción una parte importante de la obra de Kandinsky, que a su muerte donó a la Lenbachhaus de Múnich, un museo fundamental para conocer las vanguardias.



Dice Rosenmüller: “El caso de Münter me parece paradigmático. No sólo fue una gran pintora, también una visionaria. Salvó y conservó buena parte de las obras del Jinete Azul cuando todo parecía perdido. Sin ella, buena parte de la historia del arte moderno no existiría. Y, sin embargo, su nombre apenas se menciona en los libros".



La paradoja del asunto es que Münter se jugó la vida por un hombre con el que compartió casi quince años de su vida, de 1901 a 1915, cuando la Primera Guerra Mundial los separó. Kandinsky prometió regresar; no lo hizo.

Explica el director: “Lo que más me conmovió fue la lealtad de Münter. Al principio le dice: ‘No mereces que arriesgue mi vida por ti’, y, sin embargo, lo hace. Hay una belleza inmensa en ese gesto, pero también una tristeza infinita. Es la historia de una mujer que ama, protege y finalmente es abandonada. Esa herida marca toda su existencia".



Tras unos años de formación en “escuelas de señoritas” con cánones clásicos, Münter encontró la libertad creativa y el apoyo que necesitaba en las clases de Kandinsky. Ruso emigrado en Alemania, cuando se conocen a principios de siglo el pintor no era tan famoso como luego lo sería.

Una pasión truncada

La “pasión” de Münter y Kandinsky ocupa buena parte del filme hasta que llega la separación. El pintor engaña a su amante y le pide matrimonio aunque está casado. Aun así, conviven varios años de viajes, cierta felicidad y entrega de ella a él.



“Soy un gran admirador de Kandinsky, pero quería huir de la idealización. En la película lo muestro como un hombre lleno de luz y talento, pero también profundamente egoísta, obsesionado con su carrera, incapaz de ver el daño que causaba a quienes lo querían. Esa ambigüedad lo hace más humano".



Münter ama con locura a Kandinsky; éste, por momentos, se deja querer mientras ambiciona una fama que se le escapa. Cuando comienza a llegar, la relación se deteriora. La “gran guerra” lo acabaría de destruir: “La película refleja también el contexto histórico: las guerras, el nazismo, el exilio. Todo ese peso cae sobre ellos. Es una historia de amor, pero también una crónica del siglo XX, del impacto devastador que la historia tiene sobre las vidas privadas", cuenta el director.

Pero no todo es culpa de los dramas históricos. La separación es forzosa por la guerra, pero no la humillación posterior, cuando el pintor se casó con otra mujer y no quiso saber nada más de Münter. El retrato de la artista, plenamente elogioso y con la intención de reivindicarla, tampoco oculta su inestabilidad mental y los desgarros de una pasión volcánica.



Al respecto, dice el director: “Las mujeres artistas siempre han tenido que luchar el doble. Hoy hay avances, sin duda, pero todavía persiste una diferencia de percepción. Cuando un hombre es un genio excéntrico, se celebra. Cuando una mujer actúa igual, se la tacha de loca o inestable. Ese doble rasero sigue ahí, incluso entre quienes se consideran modernos".