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Hace años, muchas mujeres afrontaban un peliagudo dilema: elegir entre Paul Newman y Robert Redford. ¿Cuál de los dos era más guapo, más irresistible? Yo nunca me planteé esa cuestión.

Aunque no se me pasaba por alto su atractivo, siempre pensé que Robert Redford y Paul Newman no eran simplemente dos guapos con el poder de enloquecer al público femenino. Para mí, representaban algo más complejo.

Al igual que Cary Grant, ambos encarnaban las grandes virtudes del Hollywood dorado. Brillaban y deslumbraban porque sabían combinar seducción y talento, encanto y ambición artística, elegancia y carisma.

Si nos ponemos frívolos durante unos instantes, concluiremos que es imposible determinar cuál de los dos representaba con más perfección el ideal masculino de belleza de aquellos años. Quizás Redford era más viril, más misterioso y hermético, pero los ojos de Newman, expresivos y luminosos, eran insuperables.

Ambos poseían una mirada intensamente azul, pero el azul de Redford recordaba más al hielo, y el de Newman, se parecía más al cielo durante una mañana de verano.

Amigos desde que rodaron juntos dos películas memorables, Dos hombres y un destino (1969) y El golpe (1973), ambas de George Roy Hill, lo cierto es que a ninguno le agradaba la idea de ser un galán.

Redford había soñado con ser pintor y vivir como un bohemio, vagabundeando por Europa, y Newman había anhelado ser jugador de béisbol, pero esos sueños juveniles nunca se cumplieron.

El cine les había reservado un destino mucho más glamouroso e insospechado: convertirse en dos de los actores más deseados de todos los tiempos. Sin embargo, ninguno de los dos había destacado por su belleza durante la adolescencia.

A los dieciocho años, Newman, que había nacido en Ohio en 1925, era bajito y enclenque. Su físico estaba muy alejado de esa belleza apolínea de los años posteriores, cuando presumía de abdominales y de un rostro con la serena armonía de las estatuas griegas.

Nacido en 1936 en California, de niño Redford tenía los dientes grandes, la cara llena de pecas y su pelo, violentamente rojo, parecía estropajo. Dos patitos feos que se transformaron en cisnes.

Redford y Newman simpatizaron de inmediato durante el rodaje de Dos hombres y un destino. Sus egos no eran tan desmesurados como para rivalizar por el estrellato y ambos poseían sentido del humor.

En una ocasión, Redford contó en presencia de Newman que le había pedido unas palabras de recomendación para ayudarle a encontrar un apartamento en Nueva York. Su amigo le respondió enseguida, con una nota donde se leía: "A quien corresponda, el Sr. Robert Redford me debe 120 dólares desde hace más de 3 años. No asumirá su obligación ni bajo amenaza de pérdida de amistad, honor o lealtad. No puedo, en conciencia, recomendarlo para nada".

Redford celebró a carcajadas el gesto de su amigo. Solo era un episodio más en una famosa guerra de bromas que se había librado entre ellos.

Años atrás, Redford había dejado un Porsche aparcado junto a la piscina de la casa de Newman. Parecía un regalo, pero al examinar el vehículo, este último descubrió que no tenía motor ni asientos. El supuesto obsequio solo era una chatarra inservible.

Newman respondió con ingenio. Envió a su amigo el mismo Porsche transformado en un bloque compactado en un desguace. Redford conservó el montón de hierros durante años y lo exhibió en su hogar como si fuera una estatua.

La cosa no quedó ahí. Según la leyenda, en otra ocasión Redford envió 150 rollos de papel higiénico a Newman y este decidió aprovecharlos, no sin antes estampar en ellos el rostro de su amigo.

Al evocar las dos películas en las que habían actuado juntos, Redford comentó que aquella época nadie utilizaba la palabra "química". Simplemente, el director les decía a los actores: "¡Sal a escena y haz tu trabajo!".

Eso que hoy se llama "química", existía indudablemente en la pantalla y fuera de ella. Los dos actores compartían inquietudes sociales y políticas. Demócratas convencidos, apoyaron la lucha por la defensa del medio ambiente y se opusieron a los discursos de odio que dividían a la sociedad.

Newman atacó a dictadores como Pinochet, abogó por un control más estricto en la venta de armas y criticó la persecución del Dalai Lama por parte de las autoridades chinas. Además, desembolsó grandes cantidades de dinero para ayudar a niños enfermos y a poblaciones damnificadas por desastres naturales.

Redford se centró más en la protección de la naturaleza y no escatimó críticas al trumpismo: "Nos enfrentamos a una crisis que nunca pensé que vería en mi vida: un ataque dictatorial del presidente Donald Trump a todo lo que representa este país". El actor aseguró que la primera presidencia de Trump se pareció a "vivir en un hogar abusivo".

Cuando murió Newman, Redford pronunció una hermosa frase: "Mi vida, e incluso Estados Unidos, han sido mejores gracias a él". Años atrás, se había emocionado al hablar de su relación con Newman: "Hay ciertas amistades que a veces son demasiado buenas y demasiado fuertes para hablar de ellas".

Hoy podemos decir que nuestras vidas y la historia de este planeta han sido mejores gracias a Robert Redford y su amistad con Paul Newman. ¿Quién era más guapo? Dejo esa decisión a otros. Desde mi punto de vista, lo esencial no era su belleza, sino su grandeza como actores y como seres humanos.