En la España de los años 60, había un cine que medraba lejos del calor del régimen y el favor de los festivales, un cine de ultratumba y al mismo tiempo de supervivencia. No eran autores, más bien directores que producían bajo un único ideal: rodar una película para poder producir la siguiente. Lo que se llamaba cine de explotación.
Una filosofía a la hora de crear que Jesús Franco, más conocido como Jess Franco, tomó como bandera durante los más de 200 largometrajes que llevan su nombre. Este verano, la Filmoteca Española recupera seis de ellas en un ciclo que repasa parte de su inabarcable y controvertido legado. A veces lo monstruoso, lo sobrenatural y, casi siempre, lo erótico eran los fetiches que el cineasta filmaba para entretener al espectador de a pie.
Junto al escritor, crítico de cine y cinéfilo del 'lado oscuro' Jesús Palacios, El Cultural repasa el origen del género de terror en España, el cual arranca en los años 60 y 70 con el 'fantaterror'. Un subgénero inaugurado por el propio Franco con Gritos en la noche (1962) –filme que, este miércoles, inaugura el ciclo de los cines Doré–.
Existen varias razones por las que España no desarrolla una tradición alrededor del horror fílmico como sí hicieron sus vecinos europeos. Una de ellas, si no la principal, es por la prohibición de la Iglesia de cara a la utilización de "motivos sobrenaturales que, de alguna manera, no tuvieran ningún tipo de explicación teológica", según comenta Jesús Palacios.
Más allá de la rara avis que es La torre de los siete jorobados (1944) de Edgar Neville, el cine de terror no comienza a emerger en nuestro país hasta la década de los 60. Como bien señala Palacios: El 'fantaterror' "surge dentro del panorama del cine comercial español" y en un momento muy concreto. Tras la llegada de Fraga Iribarne a la cabeza del Ministerio de Información y Turismo, y la correspondiente progresiva apertura del sector cinematográfico español.
"Jesús Franco es una excepción. Es un cineasta aparte. Yo le pondría en cuarentena con respecto a los protagonistas del 'fantaterror'". Jesús Palacios
En vista de esta situación, cineastas como Paul Naschy, León Klimovsky, Amando de Ossorio, Eugenio Martín, Narciso Ibañez Serrador o el propio Jess Franco descubren en lo sobrenatural del folclore centroeuropeo un filón comercial. Ven en los licántropos, los chupasangres, el anticristo y demás criaturas de la noche una oportunidad para hechizar al público dentro y fuera de las fronteras ibéricas.
"Se solían hacer estas famosas dobles versiones, en las que la película estrenada en España no contenía las escenas más cargadas eróticamente. Pero en las copias que se enviaban para estrenarse en Inglaterra, en Estados Unidos, en Francia, etcétera, se conservaban estas escenas más picantes y más explícitas", apunta Palacios.
Hablamos de un cine apolítico, donde la subversión era inevitable. Pues las películas transgredían el imaginario social del momento a base de ríos de sangre, fantasía y escenas prácticamente pornográficas.
Algunos de los filmes más fundamentales de este 'fantaterror' son: La residencia (1969) –la ópera prima de Ibáñez Serrador–, La marca del hombre lobo (1968) –el primer título de la saga licántropa creada por Paul Naschy–, El bosque del lobo (Pedro Olea, 1971), La noche de Walpurgis (Klimovsky, 1971) o La noche del terror ciego (Amando de Ossorio, 1972).
Fotograma de 'El conde Drácula' (1971).
El crítico del 'lado oscuro' subraya que, para él, "Jesús Franco es una excepción. Es un cineasta aparte. Yo le pondría en cuarentena con respecto a los protagonistas del 'fantaterror'".
Nacido en una familia de intelectuales, Jesús Franco tenía múltiples intereses como el jazz, la música clásica, la literatura, además de una gran devoción por el cine americano de los 60 y de directores como Alfred Hitchcock. Todo ello impactó, hasta de forma involuntaria, en el cine del madrileño.
"Interiormente él debía reírse un poco de ver cómo muchas de sus películas, absolutamente de pura explotación comercial, porno, hechas con un cierto descuido en todos los sentidos, alcanzaban este nivel de películas de culto", piensa Palacios. Sin obviar que algunas de sus películas como Las vampiras (1971) o Miss Muerte (1966) son "fundamentales no solo dentro del panorama del cine español, sino europeo de terror".
Está claro que el autor de El conde Drácula (1970) tenía una mirada y una manera de concebir el cine distinta a la de muchos de sus coetáneos. El respeto por ciertas normas mínimas, como la suspensión de la incredulidad, no eran prácticas que el realizador español tuviese muy en cuenta a la hora de rodar. Él era un director libre, en todos los sentidos.
El escritor de Satán en Hollywood destaca que "el modelo de Jesús Franco estaba muy contaminado por el cine de autor europeo, era una especie de respuesta desde la serie Z y la serie B al cine de arte y ensayo de gente como Alain Resnais o Godard".
Aun así, sus métodos no diferían tanto del procedimiento cinematográfico de cualquier realizador de serie B. Entre algunas de estas prácticas Palacios resalta "rodar dos y tres películas al mismo tiempo, sobreexplotando a los actores, a los técnicos y dejando pufos de dinero allá por donde pasaba".
El resurgir de su cine, con el también estreno de seis de sus largometrajes en la plataforma del cine español Flixolé responde a varios fenómenos de los últimos tiempos. El auge de la estética camp y, como explica el crítico y escritor de cine, la revalorización del terror entre las nuevas generaciones, además del prestigio que la obra del director madrileño ha ganado entre los críticos y cineastas extranjeros. Un ejemplo de ello es Quentin Tarantino, quien ha confesado su admiración por Jesús Franco en varias ocasiones.