Antes de ganar el Oscar con Parásitos (2019), Bong Joon-ho realizó una película bellísima como Mother (2009), en la que veíamos a una "madre coraje" dispuesta a todo para salvar a su hijo, disminuido psíquico, de una acusación de asesinato que cree injusta.
Se trata de un conmovedor thriller-melodrama en el que una mujer modesta es capaz de adentrarse en un mundo de violencia para salvar a lo que más ama, su hijo, aunque quizá no lo merezca.
La "madre coraje" forma parte del imaginario de la ficción tanto como del popular: desde las Madres de la Plaza de Mayo argentinas, inasequibles al desaliento, buscando a sus hijos "desaparecidos" durante la dictadura argentina, hasta esas luchadoras gallegas que se enfrentaron al narco a finales de los 80.
En el cine, quizá ninguna como esa inolvidable Anna Magnani de Mamma Roma (1962), una prostituta que no se arredra ante nada para salvar a su hijo de la miseria.
En la película Érase una vez mi madre, que ha arrasado en Francia con más de un millón y medio de espectadores, vemos las luces pero también algo de las sombras de ese amor tan gigantesco de la "madre coraje".
Basada en las memorias del abogado y comunicador Roland Pérez (tituladas Mi madre, Dios y Sylvie Vartan), vemos la historia de un niño que nace con un pie zambo que, según los médicos (y visita a muchos), nunca podrá curarse.
Su madre, Esther (Leïla Bekhti), se niega a aceptar que su hijo sea un discapacitado y decide encerrarlo en casa hasta que aparezca quien lo salve. Al final, una curandera sin título de medicina acaba siendo quien logre el "milagro" de colocar el pie en su sitio tras un complejo proceso de torniquetes, ejercicios y sacrificio.
La madre coraje
La fuerza de esa Esther que no se arredra ante nada lo marca todo: "Es un homenaje a las madres, pero uno honesto —dice el director, Ken Scott—. Las madres no son perfectas, y esta madre está lejos de serlo. Pero sí una apasionada con sus hijos. Da todo por ellos, los protege. La película explora esa relación tan compleja. ¿Cómo te liberas de alguien que te lo ha dado todo?".
La acción sucede en los años 60, en un barrio popular de inmigrantes. Los Pérez también lo son: judíos sefardíes que se trasladan de Marruecos a París en busca de una vida más próspera. Bulliciosos y jaraneros, forman un núcleo familiar unido y "melodramático", como hemos visto en otras películas sobre familias judías, como Avalon (1990), de Barry Levinson, o títulos de James Gray como Two Lovers (2008).
Canadiense, hijo de un padre de ascendencia sajona y una madre francesa, Scott creció en Québec y ya obtuvo un gran éxito internacional con la divertida Starbuck (2011), sobre un donante de semen que tuvo más de 500 hijos y 140 de ellos quisieron conocerlo.
Soportando un largo calvario y encerrado en casa, el protagonista de Érase una vez mi madre, Roland (interpretado por Gabriel Hyvernaud de niño y Jonathan Coen de mayor), se obsesiona con la cantante Sylvie Vartan, quien además formaba con el mítico Johnny Hallyday la pareja más explosiva de Francia. Vartan estaba marcada también por una estrecha relación con su madre, tan apasionada y auténtica como, de alguna manera, castrante.
El director canadiense Ken Scott. Foto: Marta Pérez / EFE
Dice Scott: "En esta historia es muy importante el vínculo que podemos llegar a establecer con los artistas que admiramos. Para Roland, las canciones de Vartan se convierten en un refugio durante su larga convalecencia, le afectan de una manera muy profunda. Ella ahora es amiga de Roland y estuvo encantada de aparecer en la película. Habla del peligro de ese vínculo tan fuerte porque es un amor idealizado que luego choca con la realidad".
¿Es capaz el ser humano, aunque quiera de una manera tan sincera a sus hijos, de realizar grandes sacrificios sin esperar nada a cambio? Responde Scott, el director: "Es una buena pregunta que se plantea la película, porque como personas imperfectas que somos, solemos esperar una recompensa por nuestro esfuerzo. He recorrido Francia con la película, y mucha gente me dice: 'Lo primero que quiero hacer al salir del cine es llamar a mi madre'. La película hace pensar en esa relación. No es perfecta, pero es apasionada y profundamente humana".
En la segunda parte del filme, cuando Roland es un hombre adulto, vemos sus problemas matrimoniales, que él mismo achaca a su excesiva dependencia de su madre. Dice Scott: "En estos casos no es solo culpa de la madre. El hijo también tiene responsabilidad. Esa incapacidad de madurar completamente... él sigue encontrando excusas para no separarse".
La herencia sefardí
Ambientada en un barrio de inmigrantes, en Érase una vez mi madre adquiere importancia la comunidad de vecinos, quienes se desloman a trabajar pero también encuentran tiempo para tejer lazos de solidaridad. Comenta el director: "Me gustó mucho mostrar el barrio, con vecinos de distintas religiones, esa convivencia. Tiene algo de cine neorrealista, como Rocco y sus hermanos, de Visconti. Es una de mis películas favoritas".
Mientras en los filmes de Levinson o Gray mencionados, como en muchas películas de Woody Allen como Días de radio (1987), queda muy claro desde el principio el judaísmo como identidad de los personajes y también como tema, en Érase una vez mi madre queda mucho más difuminado.
"Hay señales, como las oraciones al salir del hospital o los tefilín (pergaminos con la Torá) del padre. Queríamos que se sintiera la comunidad, pero sin hacer una película sobre el judaísmo, para mostrar una historia universal, más allá de lo religioso. Hay también una cultura mediterránea común donde la familia es muy importante y está muy presente".
