Puede que Eddington se convierta en el artefacto de espectrometría existencial de nuestros tiempos de mierda, y entonces habremos visto hoy una película importante, al menos para el cine americano de culto, pero más como signo / oráculo de su momento roto, cutre, nihilista, inflado, fake y sin gracia.
Puede sin embargo que se quede en eso, en un filme de marionetas, quebrado, de una extrañeza sin alma, cuyo delirio resulta las más de las veces intragable, y sobre todo carente de cualquier tensión, aunque fuera cinemática, durante la mayor parte de su metraje. Eddington quizá acabe hablando mejor que nada, porque lo encarna audiovisualmente y como recorrido final de cierta ambición total americana (es un neowestern fronterizo), el gran fracaso de nuestros tiempos, tan indigeribles en definitiva como el nuevo trabajo de Ari Aster presentado a concurso.
Este cronista en verdad no necesitaba tanto (150 minutos) y de forma tan manifiesta ratificar la certeza de una de los mayores engaños del reciente “cine de autor” concentrado en el autor de Midsommar o, de también, Beau tiene miedo. Su aplomo es el de haber querido hacer su obra grande y asilvestrada, concentrada en un microcosmos americano, un poblado de Nuevo México, y tomar la pandemia de la Covid como giro catártico que dio el mundo hacia las paranoias conspiratorias, el negacionismo, el fake y la posverdad, la idiotez y polarización política, el fanatismo tecnológico, la violencia sistémica en las comunidades, el miedo al último final de los finales y las pesadillas ambientales que nos acechan.