En su magistral Infiltrados (2006), Martin Scorsese retrata el destino de dos hombres de los bajos fondos de Boston que podrían intercambiarse. Por una parte, Billy (Leonardo DiCaprio), se convierte en policía y se infiltra en la mafia. Por la otra, Colin (Matt Damon), es mafioso pero se infiltra en la policía. El personaje de Jack Nicholson, un veterano delincuente, dice solemne: "Cuando era joven me decían que podía terminar como policía o como criminal. Hoy, lo que te digo es lo siguiente: ¿Cuando te apunta una pistola, cuál es la diferencia?".
En Tierra de nadie, Albert Pintó recoge el testigo de Scorsese para contar el dispar destino de tres hombres a los que, como dice Nicholson, la vida les ha dado pocas oportunidades más allá de situarse a un lado u otro de la ley en un mundo sin compasión en el que los chavales pobres lo tienen crudo. Además, la línea entre un lado y otro no está tan clara porque hay honor en los "malos" y corrupción en los "buenos".
A los protagonistas de la película les unen vínculos de afecto forjados desde hace años, pero les separa el lado de la ley en el que se sitúan. Protagonizada por dos grandes de la interpretación española como Karra Elejalde y Luis Zahera, el primero es Mateo "el gallego", un honesto guardia civil que a edad madura planea tener hijos con su mujer y se desespera por la falta de medios y las sospechas de corrupción entre sus filas. Por la otra, Juan "el Antxale", un tipo de origen vasco, que acaba como narcotraficante porque le va mal como pescador.
Entre ambos, igualmente a medio camino entre el mundo legal y el ilegal, Benito "el Yeye" (Jesús Carroza), que a sus treintaymuchos no es capaz de enderezar su vida. La trama de Tierra de nadie acabará uniéndolos, claro, en una historia "inspirada en hechos reales" sobre la guerra entre dos bandas, por una parte, los "locales", encabezados por Elejalde, en lucha contra los "nuevos" y además extranjeros, latinoamericanos, más violentos.
Sin ánimo de hacer crítica woke, la película presenta un reflejo que podría ser más cuidadoso con los estereotipos raciales. Los españoles criminales son víctimas del sistema y despiertan empatía, los colombianos parece que lo sean porque han salido así.
Un mundo inhóspito
En aquella soberbia Traffic (2000), Steven Soderbergh nos mostraba la desesperación de un "zar contra la droga" del gobierno de Estados Unidos (Michael Douglas), al constatar que pese a todos los cientos de millones de euros y personal de alta cualificación destinado a luchar contra el tráfico de drogas, la lucha no solo es inútil, quizá es incluso contraproducente.
Con una tasa de paro superior al 20 por ciento y una renta per cápita tres veces más baja que Madrid, Cádiz es un lugar hermoso y castigado que además tiene una vibrante y ancestral cultura local. Esa mezcla entre miseria y autenticidad, entre lucha obrera y la lacra de la delincuencia en una ciudad tan bella, la convierte, claro, en un escenario de excepción para el cine.