Todo tirano tiene sus brazos ejecutores, hombres sin empatía que aprovechan el momento para dar rienda suelta a sus bajos instintos contra aquellos que presenten la menor oposición, psicópatas con carta blanca para utilizar la violencia más salvaje. Lo peor es que, cuando el sátrapa cae, no siempre es fácil que sus anónimos esbirros cumplan la condena que merecen, ya sea por una amnistía, la prescripción de los crímenes o porque a la comunidad internacional no le interesa remover ciertas aguas. O bien porque los verdugos, sabedores del daño causado, se dan a la fuga y se esconden bajo nuevas identidades en latitudes lejanas.
Pero para las víctimas no es fácil olvidar y muchos deciden tomarse la justicia por su mano, como nos han enseñado en muchas ocasiones el cine de venganza, ya sea por esta u otras vejaciones como el abuso sexual o el bullying. Ahí tenemos thrillers como La muerte y la doncella (Roman Polanski, 1994), Old Boy (Park Chan-wook, 2003) o Una joven prometedora (Emerald Fennell, 2020).
La red fantasma está lejos de estos estilizados ejemplos, apostando por una puesta en escena naturalista y por el rigor en su narrativa. El título de la primera ficción del reputado documentalista Jonathan Millet (París, 1985), que abrió la Semana de la Crítica de Cannes, se refiere a una organización clandestina de refugiados sirios que buscan a los dirigentes del régimen de Bashar al Asad escondidos en Europa para llevarlos ante la justicia.