El diccionario Merriam-Webster, el más antiguo de Estados Unidos, seleccionó en 2023 gaslighting (hacer luz de gas) como la palabra del año. Al parecer, las búsquedas en Google de este concepto subieron un 1.742 % en 2022.

La palabra tiene su origen en una obra de teatro de los años 30 llevada al cine por George Cukor en 1940. Trata sobre una mujer, a la que interpretaba Ingrid Bergman en la gran pantalla, casada con un hombre malvado que la hace creer que está loca mediante una serie de trucos y una despiadada manipulación. Ella acabe encerrada todo el día en su habitación, convencida de que ha perdido la cabeza.

En 2020, la escena literaria francesa se vio convulsionada por la publicación de El consentimiento (Lumen), en la que la editora Vanessa Springora rememoraba su relación sexual con el escritor Gabriel Matzneff cuando ella tenía catorce años.

Y en ese “consentimiento”, palabra que en España ha traído mucha cola, está la clave del asunto. Y no por su ausencia, precisamente, sino porque, como reconoce la autora, ella misma se prestó a esa relación sexual con un hombre que no era más que un pedófilo y un manipulador monstruoso.

¿Puede hablarse de violación cuando hay “consentimiento”? ¿No basta, por tanto, con que lo haya?

Protagonizada por la joven Vanessa (Kim Higelin), insaciable lectora de novelas, cuyo punto de vista la película mantiene todo el rato, vemos cómo el diabólico Matzneff (Jean-Paul Rove), primero la persigue y, finalmente, consigue seducirla gracias a su estatus de celebridad literaria.

El monstruo, con buenas palabras, logra hacerla sentir especial, tergiversando la evidencia para presentar lo que no es más que vulgar y criminal pedofilia como una forma de “transgresión” en un mundo “moralista”, ya que el amor “no conoce la suciedad ni la vergüenza”.

Filmada como una película de terror, Filho nos muestra cómo, poco a poco, esa joven vulnerable, marcada por una familia rota y una madre alcohólica (Laetitia Casta) que acepta la relación, va perdiendo la cordura a medida que el depredador la acorrala y le hace “luz de gas”.

Mientras, de manera insólita, el mundillo literario de París no solo no rechaza la actitud de Matzneff, que en uno de sus libros confesó que en Manila se había acostado con niños de 10 años, sino que incluso la celebra como una muestra de falta de prejuicios y liberalismo.

Pregunta. Muchas veces, para deslegitimar a las víctimas, se les achaca que aguantaran tanto tiempo la relación. ¿No se dan cuenta del daño que se está sufriendo?

Respuesta. Para las personas que están atrapadas en una relación tóxica es muy difícil reconocer la manipulación. Esa toma de conciencia puede ser muy larga. Todos hemos vivido o hemos conocido a alguien que ha sufrido estas relaciones y aún no son capaces de explicarlo con palabras. Incluso dicen que a ellos eso no les pasará nunca. No se reconocen como víctimas.

»Sin embargo, en el mismo momento en el que alguien ejerce un abuso de poder y hay un sometimiento, eres una víctima. Con frecuencia, después de un trauma o un abuso, es necesario un tiempo para poder tomar la palabra. ¿Por qué hay mujeres que necesitan treinta años para explicar lo que vivieron? Lleva muchísimo tiempo desembarazarse del sentimiento de culpabilidad y de vergüenza.

P. En España ha saltado el caso del realizador Carlos Vermut. Algunas de las chicas que lo acusan de violencia sexual y manipulación salieron con él varios meses. En internet salían comentarios acusándolas de estar resentidas. ¿La sociedad no está del lado de las víctimas?

R. Si hay algo que se repite de manera sintomática en este tipo de depredadores es que siempre tienen un discurso victimista. Entra dentro de la manipulación y la perversión narcisista. Ese cambio de papeles por el cual el agresor se presenta como víctima hace que la verdadera víctima no se reconozca como lo que de verdad es. El depredador se define por un modus operandi. No conozco el caso que me comenta, pero parece que repite el mismo método.

»Cuando comencé a escribir la película escuché muchas cosas diferentes sobre el relato de Springora, a veces poniéndolo en duda. La gente quiere reivindicarse como indestructible y no quiere reconocer el sufrimiento de los demás, porque tienen miedo de su propio sufrimiento. Y es terrible. Esa negación colectiva hace mucho daño a las víctimas. Interrogué a muchos expertos en psicología, y uno me contó que el depredador no existe sin su víctima, ya sea voluntaria o involuntaria.

»El cómplice acaba siendo la sociedad, un amigo, un entorno que le permite ejercer su modus operandi. Después de escuchar historias brutales de muchas víctimas te das cuenta de que todos somos cómplices. Si no escuchamos y no tratamos de entender, todos somos cómplices, aunque sea involuntarios. Parte del problema es que la sociedad juzga de manera constante sin saber nada.

P. Hay varias escenas sexuales que son lo contrario a lo erótico, son secuencias de una película de terror. ¿Al abordar tal alto grado de intimidad, el sexo puede ser un instrumento de verdadero pavor?

R. Hay mucha violencia, porque ella tiene una edad en la que no es posible consentir, y confunde amor y sexualidad. Para ella es la primera vez en todo. Su inocencia va a ser robada y va a dejar trazos en su memoria y en su cuerpo. Sentimos todas sus emociones en tiempo real en un túnel del que no puede salir. Hay una crueldad, porque la convierte en un objeto y luego escribe sobre ella, es una violación pública. Es como un ogro que se come a sus víctimas para que le inspiren. Como espectadores sentimos la necesidad de protegerla, pero no podemos y eso hace que efectivamente surja una violencia.

»Es muy delicado mostrar al espectador que al principio ella está verdaderamente fascinada, seducida y desconcertada por este hombre. Ella piensa que está enamorada de él y descubre su intimidad con Matzneff. Es una iniciación perversa y terrible, física y sexual. Mi objetivo en todo momento era mostrar en tiempo real su confusión y toda la mutación de sus sentimientos y de su cuerpo.

»En la víctima se suceden etapas muy complejas. En la primera parte de la película, es su mirada sobre él. Ella está atrapada y, muy poco a poco, comienza a darse cuenta de lo que de verdad está pasando. Quiero contar toda la mecánica de esa manipulación, de esa depredación, con las palabras pero también con los gestos. La mira de una manera que la hace sentir que es única, que es interesante a los 13 o 14 años, una edad tan vulnerable. A través de esa mirada siente estar viva.

»Utilizará palabras que son como caricias y luego comenzará a hacerla sentir insegura, a poner distancias y hacerla dudar de todo, pero ella ya está sometida. Todos hemos estado alguna vez en una relación tóxica, en el amor o en el trabajo, personas cuyos comportamientos despiertan inseguridades que no podemos explicar y que hacen que nos pongamos en cuestión.

P. Vemos cómo el mundo literario de París de los 80 acepta la pedofilia en una Francia que se congratula de su liberalismo contra el puritanismo de Estados Unidos. Sartre y Beauvoir firmaron una carta a favor de despenalizar las relaciones sexuales con menores. ¿Cómo es posible que Matzneff publicara un libro explicando que se acostaba con niños de 10 años en Filipinas y fuera a la tele a hablar de él?

R. Es lo que más me enfadó al leer el libro de Springora. La intelligentsia de la época utilizó la cultura como un arma destructiva para hacer daño a los otros. Cuando vi el programa Apostrophe [un programa de libros muy popular en Francia del que vemos un fragmento en la película] en el que Matzneff habla de su pedofilia y todos se ríen, estaba aterrorizada. 

»Hubo muchos programas de televisión en el que se le llamaba “pedocriminal” y todo el mundo aplaudía. No era un escritor que vendiera muchos libros, sobre todo eran conocidos sus diarios íntimos en los que explicaba esas relaciones. Se le invitaba por ese lado escandaloso que gustaba mucho. Luego son aburridísimos, habla de lo que come, las niñas con las que se acuesta, su obsesión con los niños pequeños… y le invitaban por eso. Se tomaba por transgresión y estaba bien visto.

»Surge esa idea por la que en nombre del arte todos estos niños no son más que materia para servirle como escritor. Aun me sorprende cómo es posible que nadie se diera cuenta, que tuviera la inteligencia emocional para ver el sufrimiento de sus víctimas. Creo que todos hemos sentido esa sensación de deslumbramiento del mundo de la cultura y luego comprender cómo a veces existen personas que están vacías y tienen mil referentes, pero no tienen ninguna empatía.