Los grandes logros de Yo capitán quedan reflejados en los premios recibidos por la película en su trayectoria por festivales. En Venecia, conquistó dos preciados galardones: el de mejor director, que reivindica la gran capacidad que tiene Mateo Garrone para construir universos sugerentes y creíbles con imágenes impactantes, sin renunciar a derivas hacia el onirismo, la fabulación y la poesía; y el de mejor intérprete emergente, que recibió el joven Seydou Sarr, que aguanta con mérito el peso de la narración sobre su rostro y otorga corazón a la historia.

Por su parte, en San Sebastián recibió el Premio del Público al mejor filme europeo, lo que viene a decirnos que Garrone alcanza el objetivo autoimpuesto de tocar la fibra al respetable para remover conciencias con su acercamiento al drama de la emigración desde el África subsahariana a las costas europeas.

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Sin embargo, algunas de las estrategias que lleva a cabo el guion –escrito por el propio Garrone junto a Massimo Ceccherini, Massimo Gaudioso y Andrea Tagliaferri– provocará que más de un espectador levante la ceja con incredulidad. Porque, ¿realmente es necesario recurrir constantemente a giros de guion fáciles y a casualidades increíbles para hacer avanzar la historia? ¿Es lícito que una tragedia como esta acabe convirtiéndose en una aventura, en el viaje del héroe?

Sí, Garrone consigue facturar una película emocionante y atractiva, con un protagonista magnético, pero Yo capitán también es un filme político y de denuncia efectista y algo tramposo. Por tanto, no será la gran obra que el cine nos debe sobre aquellos que se ven obligados a atravesar fronteras de manera ilegal en el mundo actual, pero quizá sí consiga que muchos miren a una dura realidad que genera grandes controversias en Europa.