Es el proyecto más sugerente y esperado del año, en donde se han aliado Isabel Coixet (Barcelona, 1960), nuestra directora más internacional, y Laia Costa, la intérprete del momento –ganadora del último Goya a la mejor actriz por Cinco lobitos (Alauda Ruiz de Azúa, 2022)–, para adaptar Un amor de Sara Mesa, la escritora española más celebrada del último lustro por críticos y lectores, con otros triunfos como Cara de pan (2015) o Familia (2022).

Tras competir en San Sebastián, Coixet estrena un filme en el que Nat, una joven traductora, abandona la vida en la ciudad para refugiarse en un pueblo de la España rural, en una destartalada casa con un hostil casero y desconfiados vecinos. Tras una inesperada propuesta sexual, inicia una apasionada relación con uno de ellos, el Alemán (Hovik Keuchkerian, premiado en San Sebastián), que poco a poco irá derivando hacia la obsesión.

Pregunta. Ha adaptado a Penelope Fitzgerald, Philip Roth, ahora Sara Mesa y, en el horizonte, Elena Ferrante

Respuesta. He rodado más guiones originales, que me resultan más fáciles de escribir, que adaptaciones, pero estas son más vistosas y tienen gancho con los productores. El problema es que te tienes que enfrentar a la opinión del autor, de los lectores...

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P. ¿Tiene las gafas de cineasta puestas cuando lee?

R. Para nada. De hecho, compré el libro de Sara Mesa porque soy una gran admiradora de su trabajo. La primera vez que leí Un amor me intrigó muchísimo. Lo volví a leer al cabo de una semana y ahí ya sí vi que había una película. Curiosamente, poco antes había tomado la decisión de no hacer más adaptaciones literarias, pero no lo pude evitar.

P. ¿Cómo recuerda aquella primera lectura?

R. Pensé que Nat era un personaje que mucha gente no iba a entender, que la juzgarían. Sara dice que es el personaje más odiado de la literatura española. Pero yo me identifico mucho con Nat, con esa cosa de outsider que tiene, con ese momento de quedarte colgada en una relación que no va a ningún sitio… En algún momento, he sido Nat.

P. ¿Qué veía cuando se le apareció la película en la segunda lectura?

R. Veía a Laia y veía a Hovik, y eso que la novela describe al Alemán de manera completamente diferente. Hovik me había gustado mucho en la serie Antidisturbios (Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña, 2020) y pensé en él, aunque no sé bien por qué. También identifiqué unas montañas cerca de Logroño que me habían impresionado, como el escenario de la película y comencé a darle vueltas a cuál podía ser el tono del filme. Y ahí contacté con Sara Mesa. Le ofrecí trabajar en el guion conmigo, pero ella ya estaba metida en otras historias y me dijo que no. Pero ha sido muy generosa con la película. Tuvo una conversación con Laia, en la que le resolvió preguntas muy específicas sobre el personaje.

P. En su cine suele seguir a personajes fuera de sitio…

R. Sí, tengo muchos personajes que llegan a un lugar nuevo y que no está claro cómo son recibidos. Eso me obsesiona. También las comunidades pequeñas, cómo te juzgan, cómo no hay nada que se les escape, todo el mundo sabe algo de todo el mundo. Sí, es verdad que es un tema que me interesa y me intriga mucho.

P. ¿Por qué ha utilizado un formato cuadrado en el filme?

R. Así ganaba peso el fuera de campo, las cosas que ocurren más allá del plano, que alimentan la historia. Me costó mucho encuadrar porque era necesario ser muy preciso. Le da al filme un tono sugerente y misterioso.

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P. Y claustrofóbico, ¿no?

R. En este formato, el espacio de la casa, con las humedades o las baldosas rotas, es todavía más asfixiante. En la casa cada vez hay más cosas que no funcionan, al igual que en ella, en su cabeza y en su cuerpo.

Pedir permiso

P. ¿Qué otros recursos utilizó para crear tensión?

R. Lo hice todo de una forma muy instintiva. Todo partió de la situación de la casa respecto a esa montaña tan amenazante. A veces pensaba que la casa, con esas paredes de piedra, estaba en su interior, como si Nat estuviera viviendo en una especie de cueva en la que la gente entra sin permiso. El único que pide permiso es el Alemán. El sonido era también muy importante. En muchos momentos hay silencio, asi que cualquier crujido de la casa, cualquier teja que se rompe, es una amenaza.

Isabel Coixet. Foto: Laura Mateo

P. ¿Qué ha aportado Laia Costa a Nat?

R. Laia me gusta mucho desde que la vi en Victoria (Sebastian Schipper, 2015). Pensé que podía hacer cualquier cosa y disfruté trabajando con ella en la serie Foodie Love (2019). Es una persona muy curiosa, que está siempre investigando el personaje, buscando cosas que la nutran. Si le dices que se tiene que leer tres libros, lo hace en tres días. Tiene una sensibilidad extrema. Además, el personaje de Nat no tiene nada que ver con ella.

P. ¿Cómo trabajaron las escenas de sexo?

R. Yo no veo ningún problema en rodarlas, es una cuestión de tener conversaciones de adultos. Hay que ser muy franco con los actores. Si necesitan un coordinador de intimidad, lo podemos traer, pero creo que es también mi labor como directora: guiar y proteger, para que todos se sientan cómodos. El sexo, al final, forma parte de la vida: quien más, quien menos, lo ha hecho.

P. ¿Qué papel juegan estas escenas en la narración?

R. Nos ayudan a entender la obsesión de Nat. El deseo femenino es muy complejo. A lo mejor al principio ella siente asco, pero de repente puede cambiar y es otra cosa. Y después, otra. El filme es una pequeña aproximación a esa complejidad. Hay escenas que son casi de cariño; otras, de violencia soterrada; otras, puramente lúdicas.

P. ¿Es, por tanto, el deseo femenino el tema del filme?

R. Es un componente más. Asistimos al proceso que vive una mujer herida al cambiar de ambiente. Al principio, Nat es bien recibida, pero todo acaba siendo hostil. Aunque no parece que sea muy social, ella querría integrarse en la comunidad, pero no sabe cómo. No es una persona con aptitudes sociales. El Alemán tampoco lo es, pero le da igual, y eso le hace más libre.