Desde su publicación en 1954, El Señor de los Anillos se convirtió en material muy codiciado en Hollywood. Los trajeados directivos de la industria confiaban en el potencial comercial de la epopeya fantástica de Tolkien y se lanzaban a seducir al escritor, tan interesado en cobrar un cheque que aliviara su jubilación –la trilogía no se convertiría en un best seller hasta finales de los 60– como horrorizado ante las propuestas de los guionistas.

Nadie sabía cómo hincarle el diente a la Tierra Media, hasta el punto de que algunos de los proyectos resultan hoy francamente extravagantes, como aquel que contaba con los Beatles como protagonistas y para el que la United Artist, que a mediados de los 60 se había hecho con los preciados derechos de la obra, tanteó a directores como Stanley Kubrick, Michelangelo Antonioni o John Boorman.

Finalmente, fue el animador Ralph Bakshi quien consiguió sacar adelante, con producción de Saul Zaentz, un filme de animación en 1978. Visualmente impactante, aborda la mitad de la historia en 132 minutos, por lo que los acontecimientos se suceden a ritmo frenético, resultando tan confusa como lisérgica y magnética. La ambición de Bakshi, que optó por el innovador uso de la rotoscopia, chocó con los recortes en la producción, que se convirtió en un infierno.

Algunos de los proyectos resultan extravagantes, como aquel que contaba con los beatles como protagonistas

No menos ambicioso fue Peter Jackson 20 años más tarde. Gracias a la intervención del maléfico Harvey Weinstein, consiguió los derechos de adaptación y diseñó un plan de producción inédito hasta la fecha: rodar a lo largo de un año las tres partes de la trilogía y estrenarlas en años consecutivos. Contó con un presupuesto de 281 millones de dólares y recaudó casi 3.000. Toda una epopeya fílmica que convenció a los fans y conquistó la friolera de 17 premios Óscar, entre ellos el de mejor película para El Retorno del Rey (2003). Jackson, muy fiel a la letra de Tolkien, acertó con el casting y con la ambientación en Nueva Zelanda y logró dotar de ritmo y emoción a la narración, al tiempo que combinaba con elegancia efectos especiales tradicionales y CGI. El resultado, un clásico imperecedero.

El director, sin embargo, regresó en 2012 a la Tierra Media para convertir El Hobbit, que en la mayoría de ediciones no tiene más de 300 páginas, en otra vasta trilogía, pero su narrativa hinchada, el exceso de efectos digitales y la grandilocuencia impostada jugaban a la contra, siendo un fracaso artístico del que el director no ha logrado resarcirse. Por aquellos años, en cambio, el fenómeno de Juego de Tronos comenzaba a despegar y la televisión acabaría acaparando la épica fantástica.

Prime Video tomó nota y, tras invertir 712 millones de dólares (250 por los derechos de adaptación y 462 en la producción), estrenó en 2022 la serie Los Anillos de Poder. Abordando La Segunda Edad de la Tierra Media, periodo muy anterior al de Frodo y Cía., que Tolkien desarrollaba en El Silmarillion, los showrunners J. D. Payne y Patrick McKay se esmeran en lo visual, se aferran a los golpes de efecto y pinchan a la hora de dotar de carisma a los personajes, algo que podrán solventar en la segunda temporada.