Nadie se percata de la muerte absurda de Keita, de ocho años, durante la fiesta que sus padres y abuelos han organizado en casa. Parece que ni siquiera la película, de colores brillantes y montaje discreto, atienda a las dimensiones trágicas que conlleva el accidente. No es la primera gran pérdida de Taeko (Fumino Kimura), joven madre recién casada con su supervisor en los servicios sociales, Jiro (Kento Nagayama), un hijo de papás que no la tienen en demasiado aprecio…



Sin embargo, no hay ni un punto de crueldad en la película que Kôji Fukada le dedica, y que pasó injustamente desapercibida tras su estreno en la Sección Oficial del Festival de Venecia. Hay algo de amable en esa vida que sigue a pesar de todo. Fukada es suave, que no indiferente. En realidad, ni tras las sacudidas que mueven a Taeko hay rastro de crueldad o de abismo, solo de justa medida: si la cámara se aleja, es para dar sentido trágico a momentos que de por sí son muy dolorosos, como cuando Park, el padre biológico de Keita (Atom Sunada), desaparecido años atrás, aparece en medio del funeral.



De cerca, y con la sordera de Park por salvoconducto, la puesta en escena jugará con la exposición silenciosa, ya sea con fines cómicos, confesionales (interpretar en signos todo aquello que nunca nos atreveríamos a decir) o simplemente porque cuando sus personajes hablan con las manos también pueden oírse los pájaros de la primera mañana de fondo.

Con la llegada de Park, las escenas se desdoblan entre las formas transparentes del culebrón y el sosiego de Ozu. ¿Cómo encajar semejante mezcla? Por si fuera poco, Fukada encuadra a sus personajes siempre demasiado enteros para ser tomados del todo en serio, pero nunca lo suficientemente lejanos para que dejen de importarnos. Incluso en el carácter teatral del clímax de la película, grave y deshilvanado a partes iguales, podemos reconocer una mirada amistosa que trata de explicarnos que nada es para tanto.

En Love life, nadie se percata de la muerte de Keita, de ocho años, durante la fiesta que le han organizado en casa

En realidad, las imágenes sonarán familiares a ojos de quienes conozcan el mejor melodrama japonés contemporáneo; en este sentido, la influencia de Ryusuke Hamaguchi, en su máximo esplendor dramático-irónico, es impepinable. De hecho,la película señala sin problemas a sus referencias cinéfilas predilectas: Taeko baila bajo la lluvia con el dramatismo relajado de los finales de Mother, de Bong Joon-ho o Más allá de las montañas, de Jia Zhangke, y la pulcritud del tanatorio recuerda al mejor Roy Andersson.



Es fácil ver el cine tras la serenidad de Love Life, pero eso no reduce ni una pizca su bravura. Porque, por lo contrario, es menos sencillo detectar cómo procesa Fukada las imágenes que la tradición melodramática anterior le ha regalado. La vida después de la muerte de un niño se explica a base de barridos laterales sencillos, discretos. La cámara no teme al artificio si ello puede ayudar a sus personajes a superar un duelo absurdo, demoledor. ¿Para qué deberían servirnos las películas, si no? 

Dirección y guion: Kôji Fukada. Intérpretes: Fumino Kimura, Kento Nagayama, Atom Sunada, Marika Yamakawa. Año: 2022. Estreno: 19 de mayo.