No pudo ser. Medios como el francés Libération daban por hecho la Palma de Oro al director gerundense Albert Serra. Indiewire se refería a su película Pacifiction como “la más enigmática y desafiante apuesta de esta edición”, una propuesta que de seguro iba a despertar “la admiración y la curiosidad” entre el jurado. Benoît Magimel se perfilaba para el premio al mejor actor, pero cuando empezaron a desfilar por la alfombra roja de la gala de clausura los elencos de las películas a concurso y de las alpargatas del catalán no hubo rastro, la decepción cundió entre la prensa española.

Las expectativas eran altas por la larguísima ovación del día del estreno, por los halagos de la prensa internacional y porque el director, afincado en París, se ha criado a los pechos de Cannes. Con esta iban cuatro las picas puestas en el festival: Honor de caballería participó en 2006 en la Semana de la Crítica, La muerte de Luis XIV, en proyecciones especiales, y la muy sexualmente explícita Liberté se alzó en 2019 con el premio especial del jurado en la sección Una Cierta Mirada.

Este jueves, Fernando Arrabal compartió en redes sociales unas fotos paseando por las calles de la Cannes de la mano de Serra. El festival presentaba en su sección Cannes Classics la copia restaurada en 4k de la ópera prima del fundador junto a Alejandro Jodorowsky y Roland Topor del Movimiento Pánico, Viva la muerte (1970), y ambos cineastas aprovecharon la coincidencia para compartir una conversación que imaginamos torrencial, aguda, agitada y por momentos, surrealista.

El catalán, a concurso en Sección Oficial con su thriller político y alucinado Pacifiction, nos confiaba que la charla se alargó y del bar se movieron al hotel, porque Arrabal es un genio lúcido e insomne, pero en agosto cumplirá 90 años.

Su amistad tiene un componente de relevo generacional en la provocación y la experimentación creativas. Esas instantáneas de afecto y respeto reúnen a dos de los cineastas más iconoclastas, lenguaraces e incomprendidos en la tierra que los vio nacer.

'Pacifiction' aún no tiene distribución en España. Su autor no lo pone fácil: su primera película narrativa tiene una duración de 163 minutos

El melillense se ha quejado estos días de que su debut en el cine, exhibido en Cannes en 1971, no pudo verse en España hasta 1980, y la única película española que optaba esta edición a la Palma de Oro todavía no tiene distribución en nuestro país. Su autor tampoco lo pone fácil: su primera película narrativa tiene una duración de 163 minutos. La más accesible de sus obras exige, por tanto, un voto de confianza de la audiencia, que en contrapartida, asiste a una inmersión en una telaraña de intrigas políticas en la suntuosidad del Tahití contemporáneo.

'Pacifiction', de Albert Serra

El realizador rompe así con el contexto temporal de sus dos anteriores propuestas, La muerte de Luís XIV y Liberté, ambientadas ambas en el siglo XVIII. Pero no abandona su afición a los planos largos, la generación de atmósferas y la sensación de espejismo.

Pacifiction se prestaba a un sinfín de películas, ya que el punto de partida fueron 540 horas de material rodado con tres cámaras y 1.276 páginas de diálogos transcritos. Se podría decir que Serra es el Terrence Malick de Banyoles: el elenco no sabe si pasará el corte de la mesa de edición. Que se le digan si no a Sergi López, con una presencia anecdótica como confidente del protagonista, cuasi espectral, en esta película de sospechas en torno a una potencial reanudación de los ensayos nucleares en los atolones polinesios.

Si anteriores proyectos han estado liderados por personajes emblemáticos del imaginario cultural -en Honor de Cavallería (2006), Quijote y Sancho, en El cants dels ocells (2008), los tres Reyes Magos, y Historia de la meva mort, el conde Drácula y el seductor Casanova-, el protagonista en esta ocasión dista de toda condición mitológica.

Tachado de pretencioso por unos y fascinante por otros, el 'enfant terrible' ha acometido en 'Pacifiction' una obra grandilocuente e hipnótica

Su antihéroe es un alto funcionario francés en el Pacífico, interpretado por un Benoît Magimel en estado de gracia. Ataviado con un traje de chaqueta blanco, gafas de sol y unas camisas hawaianas que ya quisiera para sí el periodista de Radio 3 Ángel Carmona, recaba confidencias y cuitas entre las autoridades locales y los poderes fácticos de la metrópoli en un incansable ir y venir en coche, moto de agua y avioneta al encuentro de interlocutores de pocas palabras y muchos sobreentendidos.

Como es habitual en su filmografía, Serra invita al público a una experiencia de fascinación intelectual, pero a diferencia de sus trabajos precedentes, donde rehusaba la narrativa, aquí concede una trama a la que anclarse y chicha política. En una Polinesia expresionista, filmada como si se tratara de una réplica en movimiento de los lienzos de Gauguin, Serra realiza una aproximación sociológica a la pervivencia del colonialismo y al desprecio de los poderes públicos por la opinión del pueblo.

En cada nueva entrega, Serra reta invariablemente a sus espectadores, no importa que ya estén iniciados en su poemario fílmico. Este quiebro continuo responde a que él también se reta a sí mismo. Si siente que se repite, explora otros caminos. Tachado de pretencioso por unos y fascinante por otros, el enfant terrible ha acometido en Pacifiction una obra grandilocuente e hipnótica, de duración innecesaria y excesiva, pero nadie le puede negar el logro rupturista en esta edición del festival.

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