En 2018, Lukas Dhont tomaba Cannes al asalto con su ópera prima, Girl, que se alzó con la Cámara de Oro en la sección Una cierta mirada y otros tres premios. Tras deslumbrar en La Croisette con este relato iniciático sobre una bailarina transexual, el drama fue reconocido con el galardón al mejor descubrimiento del año en los European Film Awards y laureles en San Sebastián, Sevilla, Zúrich, Londres y Tesalónica.

La expectación ante su reválida era tan elevada, que el director belga se refugió en YouTube para escuchar las experiencias de directores precedentes con el síndrome del segundo filme. El mal de muchos lo desbloqueó e inició la escritura de un guion sobre la fragilidad de la amistad en el salto a la adolescencia. Un terreno pisado en primera persona, a diferencia de su debut, que provocó la reprobación de la comunidad trans por brindarle el papel protagonista a un actor cisgénero.

Aquel mal trago le hizo prometerse a sí mismo no volver a adentrarse en jardines ajenos. Su nueva película se titula Close y como indica su traducción al inglés, le es cercana.

La trama, coescrita junto a Angelo Tijssens, se ambienta en campos de flores, habitaciones en penumbra y clases de instituto. Los primeros son los escenarios en los que el estrecho vínculo entre dos chavales de 12 años se forja; el último, donde la exposición al escrutinio de sus compañeros de secundaria lo desbarata.

Close es un coming of age de gestos pequeños y miradas agudas y furtivas, donde se evidencian los recelos que todavía despierta el contacto físico entre varones y la contención de emociones que la masculinidad tóxica les impone. Porque los chicos no lloran ni se abrazan entre sí. La convención consiste en saludarse puño contra puño y hablar de Mbappé, aunque el jugador del PSG no se asome a las pantallas de sus hogares.

Como en su ópera prima, la cámara se aproxima a los rostros de sus protagonistas para captar su abatimiento. Dhont es sutil en las señales que anticipan la tragedia y evita los tópicos. Un botón de muestra es que se haya decantado por el hockey sobre hielo para integrar a uno de los personajes en el instituto, cuando la solución obvia hubiera sido el fútbol.

El adiós a la niñez está acompañado, que no subrayado, por la banda sonora de Valentin Hadjadj, junto al que el director y coguionista ya trabajó en Girls, y el elenco vuelve a estar integrado por actores naturales y profesionales. Los rostros más conocidos para la audiencia son los de las madres de los chicos, la francesa Léa Drucker y la Rosetta de los hermanos Dardenne, Émilie Dequenne, que imprimen dignidad a la asunción del duelo. La mirada sensible y pudorosa del belga poco pudo hacer para refrenar el llanto en los pases de prensa. Mañana sabremos cuánto ha calado la emoción en el jurado.

'Broker', de Hirokazu Kore-eda

En la recta final del festival también se han proyectado los nuevos trabajos de dos cineastas veteranos, pero desigualmente acogidos: Hirokazu Kore-eda y Kelly Reichardt. Él, habitual del certamen, pues ha participado en ocho ocasiones, seis de ellas, a concurso en Sección Oficial, donde en 2013 ganó el Premio del Jurado por De tal padre, tal hijo, y en 2018, la Palma de Oro por Un asunto de familia. Ella, debutante en la Sección Oficial tras su única participación en la cita cinéfila con Wendy y Lucy (2008) en la sección Una cierta mirada.

En Broker, el japonés reincide en su querencia por los dramas familiares, tomando como punto de partida el fenómeno coreano de las cajas de bebés, unos adminículos cuadrados a modo de vending machine donde se deposita a los bebés abandonados. Los protagonistas de esta road movie, que por momentos recuerda a Little Miss Sunshine (Mychael Danna, 2006), son dos traficantes de niños y una madre que renuncia al suyo. Kore-eda los aúna en un periplo en busca de padres adoptivos, pero en la dosis de almíbar se pasa de frenada. El realizador se esfuerza por hacer creíbles y queribles a tres personajes en las antípodas de la ética.

Broker repite la jugada de la familia sobrevenida, sin lazos sanguíneos, que tan bien le funcionó en Asuntos de familia. Pero aquí, en cambio, el juego de la familia feliz resulta impostado y sus protagonistas, desarrollados en bosquejo, sin hondura. Todo y aún contando entre el elenco con el respetado Song Kang-ho, protagonista de Parásitos (Bong Joon-ho, 2019).

A lo largo del via crucis en pos de los progenitores ideales para el bebé que transportan, van aflorando hasta tres subtramas criminales, pero en lugar de insuflarle tensión y tragedia, confunden y restan verosimilitud al ya de por sí desatinado argumento.

'Showing Up', de Kelly Reichardt

La puesta de largo de Reichardt en la Sección Oficial, Showing Up, coescrita junto a su guionista de cabecera, Jonathan Raymond, también se ajusta a la personalidad única de su cine, si bien no alcanza la altura ni el calado de su anterior propuesta, First Cow.

La protagonista es una ceramista en vísperas de una exposición. La actriz que le da vida es Michelle Williams, cómplice habitual de la directora estadounidense, con quien ha compartido Wendy y Lucy, El atajo de Meek (2010) y Vidas de mujer (2016). Entre el elenco, en papeles secundarios, hay otros actores reconocibles, como el antiguo miembro del grupo OutKast, André Benjamin, Amanda Plummer y Judd Hirsch.

Williams interpreta a una artista de Portland angustiada porque un cúmulo de pequeñas contrariedades personales no le permite centrarse en sus esculturas. Los problemas pasan por un hermano bipolar emperrado en cavar un agujero en su patio, una pareja de okupas instalados en casa de su padre, una casera que se desentiende de la reparación de su caldera, los daños provocados en la cocción a una de sus piezas de cerámica, y el cuidado de una paloma herida por su gato. Enumerados así invitan a pensar en una comedia disparatada, pero con Reichardt nunca van por ahí los tiros. El humor es tibio, ligero. La protagonista tiene una actitud melancólica, los diálogos son escasos, y la acción, parsimoniosa.

La paciencia del público se ve recompensada en la secuencia final, enmarcada, al fin, en la inauguración de la muestra. Todas las piezas del puzle vital de la escultora coinciden en este espacio cerrado. Las hay que encajan, las hay que en su interacción, explican el hartazgo del personaje.

Showing Up es simple, calma y sutil, un estudio minucioso del proceso creativo, donde a la audiencia se la invita a mirar detenidamente la vida y sus frustraciones.

 

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