En 2020 se celebró el centenario del nacimiento de Federico Fellini (Rimini, 1920-Roma, 1993) y, de nuevo, entre fastos y reposiciones, la obra y la vida personal del director fue revisada en las páginas de cultura de todos los periódicos y revistas del mundo (también en El Cultural). En Cannes se le debería haber rendido homenaje con el estreno del documental Fellini de los espíritus, pero la cancelación del festival y el retraso de los estrenos por culpa del coronavirus ha provocado que el filme llegue a España finalmente en 2021, este 22 de enero. Dirigido por Anselma Dell’Olio, que colaboró con Fellini en Ginger y Fred (1983), se trata de una profunda investigación sobre la fascinación que el autor de Amarcord (1973) sentía por eso que llamamos ‘el misterio’, por lo esóterico y por lo oculto.

Fellini profesaba un gran interés por los magos, los quiromantes, los astrólogos, los médiums o los telépatas y por todo aquello que pudiera ponerlo en contacto con lo sobrenatural, algo que se percibe en su cine. También tuvo una conflictiva relación con la religión católica, a la que cuestionó, retó, honró y ridiculizó en muchas de sus obras. Pero hasta ahora no teníamos ningún trabajo que hubiera profundizado en la búsqueda personal que realizó el director en torno a estas cuestiones a lo largo de su vida.

En su propia voz

Con una estructura algo deslavazada, pero sin que decaiga nunca el interés, el documental se sostiene a través de declaraciones de colaboradores cercanos al director, como los guionistas Gianfranco Angelucci, Filippo Ascione o Ermanno Cavazzoni, la productora Marina Cicogna o el músico Nicola Piovani, además de amigos como el dibujante Vincenzo Mollica o su asistente personal Fiammeta Profili. También aparecen los directores norteamericanos William Friedkin, Terry Gilliam y Damien Chazelle. Pero es sin duda la inserción de fragmentos de entrevistas del director lo que ofrece el contenido más nutritivo de conjunto. Todo ello ilustrado con momentos clave de sus filmes, secuencias animadas y algunas de sus caricaturas y viñetas. Aunque el documental sostiene la idea de que el viaje hacia el interior fue una constante en la obra Fellini, en contraste con los escasos estímulos que encontraba en sus viajes por el mundo (“Vuelvo con pequeños detalles inútiles y angustiosos, que me generan problemas y remordimientos, que me ponen triste”, aseguraba), lo cierto es que no fue hasta que se puso en manos del psicólogo jungiano Thomas Bernhard para tratar una depresión, entre 1960 y 1965, que su manera de entender el mundo, el arte y, sobre todo, la narrativa sufrió una revolución. “Jung es una especie de científico vidente que tocó las cuerdas más profundas y más sagradas del misterio humano”, aseguraba Fellini, que aplicó parte de lo vivido en su terapia de psicoanálisis al guion de Ocho y medio, potenciando a partir de entonces la vertiente onírica en sus filmes, uno de los aspectos clave de lo que hoy conocemos como felliniano.

Imagen del documental 'Fellini de los espíritus', de Anselma Dell'Olio

Pero si la influencia de Bernhard en su vida fue importante, no lo fue menos la del pensador y pintor italiano Gustavo Rol, al que Fellini definía como “una antología de fenómenos paranormales”. Rol era un hombre elegante, culto y refinado que era capaz de realizar pequeños ‘milagros’ relacionados con la telequinesis o la adivinación. Según cuenta el documental, Rol y Fellini tuvieron una relación muy intensa, hasta el punto que el director decidió abandonar los proyectos de Viaggio a Tulum e Il viaggio di G. Mastorna tras recurrir a los poderes del maestro espiritual y recibir malos augurios.

También se interesó Fellini por el I Ching, el Tarot, el zodiaco, la antroposofía de Steiner o la filosofía rosacruz, e incluso durante cierto tiempo practicó el espiritismo. Su búsqueda de trascendencia le llevó a experimentar con el LSD bajo la supervisión de un médico, pero la experiencia fue insatisfactoria. “No recuerdo haber experimentado ninguna sensación especial, pero el médico me dio una explicación con la que estoy de acuerdo”, aseguraba el director en una entrevista. “Me dijo que los artistas viven siempre en la imaginación y que eso hace que la frontera entre la realidad sensorial y la imaginación sea muy tenue”. Sin embargo, fue su problemática relación con la religión católica uno de los aspectos más fértiles de su obra, siempre dispuesto Fellini a cultivar la idea del misterio en pantalla al tiempo que lidiaba con el concepto de la culpa en su vida privada, algo inculcado en su personalidad desde la infancia.

En este sentido, La dolce vita (1960) fue un filme fundamental, ya que provocó un cisma en la Iglesia entre detractores y defensores. Pasolini pensaba que era un filme católico. Como mínimo, es una obra que nos habla del narcisismo de la sociedad del espectáculo y de cómo imposibilita el acceso a lo trascendente.

El retrato femenino

Aborda también Fellini de los espíritus cuestiones como el retrato femenino, en especial su colaboración con la que fue su pareja y musa, Giulietta Masina. “A los hombres les cuesta crear personajes femeninos”, opinaba. “La mujer, como dice Jung, se sitúa en el punto en el que empieza la zona oscura del hombre, su parte de sombra. De ahí la dificultad para proyectarla de forma objetiva”. Su relación con la música tampoco era sencilla. “Me parece una voz constante, con un tono amonestador, que te reclama, te sugiere, te evoca algo de lo que a mí, personalmente, me hace sentir excluido o bajo escrutinio, como si aún no pudiera entrar”. En cualquier caso, como recuerda el escritor Andrea de Carlo, quizá lo que mejor definía a Fellini era “su disposición a creer en determinadas cosas hasta cierto punto”, su capacidad de dudar de las respuestas absolutas.

@JavierYusteTosi