La verdadera historia de la banda de Kelly arranca con un aviso para los espectadores impreso en letras amarillas sobre un fondo negro: “Nada de lo que van a ver es verdad”. Acto seguido, todas las palabras desaparecen excepto el término ‘verdad’, a partir del cual se construye el título de la película.

En apenas unos segundos, y de forma sutil, el director Justin Kurzel ya nos presenta la primera tensión de su nuevo filme: la que se produce entre la experiencia real de los individuos históricamente relevantes y el relato interesado que se transmite de generación a generación de lo que fue su peripecia. No en vano, el bandido Ned Kelly fue primero un villano para los ingleses y posteriormente un héroe popular australiano por su desafío a las autoridades coloniales. Pero, ¿quién fue más allá del mito o la leyenda?

La introducción de la película ahonda en esta cuestión al ser el propio Ned Kelly, interpretado por el George McKay –visto en Captain Fantastic (Matt Ross, 2016) y 1917 (Sam Mendes, 2019)–, quien toma las riendas de su historia. Se la escribe a su hijo, como escuchamos a través de su voz en off, para que no confunda “la realidad con la ficción” y no vea a su padre como “un ser repugnante”. Mientras, una impresionante toma aérea sigue a una misteriosa figura vestida con un traje escarlata que cruza a caballo un bosque de árboles esqueléticos y retorcidos que parecen gruñir o gritar de dolor.

La superposición de las palabras de Kelly (“Cuando leas esta historia debes saber que es para ti y que en ella no hay ni una mentira. Que arda en el infierno si no digo la verdad”, continúa) con estas sobrecogedoras imágenes establece desde el principio otro de los aspectos más destacados y recurrentes del filme: una afilada poesía visual que ahonda en la ruina moral y material de los personajes, pero también en su fidelidad a la sangre y a la tierra, a la fuerza física y al coraje.

En definitiva, no es difícil entender lo que pretende el director: rebasar la mera narración de los hechos probados sobre el Robin Hood australiano para encontrar en el ficticio relato en primera persona una verdad más íntima y reveladora. Esta apuesta, que parte de la novela homónima por la que Peter Carey fue galardonado con el Premio Booker, permite al director tomarse ciertas libertades y montar un wéstern posmoderno en el que la épica al estilo David Lean, enmarcada por un vasto y desolado paisaje de tintes pesadillescos, queda refutada por detalles extemporáneos (la banda sonora o el vestuario) y por la estilización de una violencia salvaje, tanto física como psicológica. Así, nos encontramos ante un filme que, con todos estos elementos, destaca por crear una atmósfera absorbente y malsana, de gran calado emocional.

De niño a monitor

El filme se divide en tres actos: en el primer segmento, titulado ‘Niño’, atendemos a la dura infancia de Ned Kelly, que se desarrolla hacia finales del siglo XIX en una chabola de un paraje árido y yermo de Australia bajo el ala de su posesiva y orgullosa madre y la amenaza de su alcohólico, violento e inútil padre. Aquí

Kurzel, a través del guion firmado por Shaun Grant, consigue establecer el juego de lealtades dentro de la familia y el nacimiento del sentimiento antiimperialista de Ned
, para lo que tienen especial relevancia los abusos que ejerce sobre la familia un cínico policía interpretado por Charlie Hunnam. Sin embargo, será la madre quien selle con sangre el futuro de Ned al vender a su propio hijo al bandido Harry Power (Russell Crowe) para que aprenda el oficio del asesinato y el hurto.

En la segunda parte, ‘Hombre’, encontramos al protagonista como un taciturno joven que intenta enfrentarse al destino de su familia, establecido por la pertenencia a un antiguo linaje de rebeldes irlandeses que utilizaban vestidos de mujer para causar pavor en sus enemigos. El cortejo de la hermana de Kelly por otro policía (Nicholas Hoult) acabará en tragedia y obligará al clan a huir. Y en el tercer segmento, ‘Monitor’ (en referencia a la armadura a prueba de balas que utilizaba), Ned abraza finalmente su destino y recluta a un ejército de desarrapados para luchar contra los opresores ingleses.

Kurzel arrancó su carrera como director con Los asesinos de Snowtown (2011), un formidable thriller sobre el asesino en serie más letal de Australia, y sedujo a los grandes festivales con su deslumbrante y brutal versión de Macbeth (2015), un prodigio visual elevado por las interpretaciones de Michael Fassbender y Marion Cotillard. Sin embargo, la adaptación del videojuego Assassin’s Creed que estrenó en 2016 con la misma dupla de actores fue todo un fiasco que no convenció a la crítica ni a los espectadores. De una manera menos flagrante, La verdadera historia de la banda de Kelly tropieza en el mismo punto que la anterior película de Kurzel: el arco del protagonista resulta artificial y muchas de las decisiones que toma están escasamente justificadas. De esta manera, el cineasta fracasa en su intención de profundizar en la psique del bandido.

Celebrando el mito

Pero el filme funciona cuando se convierte en una celebración del mito, cuando se desata y cuela música punk entre sus imágenes o luces estroboscópicas en los puntos de mayor tensión. En cualquier caso, está muy por encima de los dos acercamientos cinematográficos previos a la figura de Ned Kelly: el filmado por Tony Richardson en 1970 con Mick Jagger de protagonista y el de Gregor Jordan de 2003 para lucimiento del malogrado Heath Ledger.

Es sin duda el reparto el gran gancho de un filme que ha logrado reunir a buena parte del star-system australiano: del veterano Russell Crowe al joven George McKay pasando por los consolidados Nicholas Hoult –turbador en el papel de archienemigo de Ned Kelly– y Charlie Humman. Ya solo por eso, a lo que hay que sumar la magnífica interpretación de Essie Davis como madre castradora, merece la pena no pasar por alto esta película. Sin olvidar que pocos directores tienen un gusto visual tan sugerente como el de Justin Kurzel.

@JavierYusteTosi