Joel Schumacher ha fallecido este lunes a los 80 años en Nueva York, la ciudad en la que nació, como consecuencia de un cáncer de páncreas. El director de cine llevaba ya años sin trabajar, desde que dirigiera dos capítulos de la serie House of Cards en 2013, pero lega al universo cinéfilo más de una veintena de películas que, insertas dentro del cine más comercial, siempre pudieron destacar por algún componente excéntrico. Es el caso de sus dos acercamientos a Batman, las películas protagonizadas por Val Kilmer (Batman Forever, 1995) y George Clooney (Batman y Robin, 1997), las más comentadas de su filmografía desde que se conociera la noticia de su muerte. Dos filmes histéricos, visualmente abigarrados, con interpretaciones excesivas y con un exceso de pezones superheroicos. Pero también con una ligereza y un sentido del humor que no ha vuelto a verse en las películas del hombre murciélago.

Schumacher estudio moda en Nueva York, y pronto enfocó su carrera hacía el mundo del cine. Empezó trabajando en los 70 como diseñador de vestuario en El dormilón o Interiores, ambos de Woody Allen, y en esa época fue capaz de vender alguno de los guiones en los que trabajaba. Su debut en la gran pantalla desde la silla del director se produjo con La increíble mujer menguante (1981), pero no conocería el éxito hasta St. Elmo, punto de encuentro (1985), un drama sobre un grupo de amigos que se enfrenta a los retos de la vida adulta en la que reunió a una camarilla de actores que reinarían durante buena parte de la década: Emilio Estévez, Rob Lowe, Demi Moore, Andie MacDowell...

En los 80 todavía le daría tiempo a estrenar otro de esos trabajos que adoran los nostálgicos de la década, Jóvenes ocultos (1987), filme de adolescentes vampíricos protagonizado por Kiefer Sutherland, que volvería a ponerse a sus órdenes en Línea mortal (1990). En 1993 llegaría la que probablemente sea su película más meritoria, Un día de furia, en la que Michael Douglas interpreta a un ciudadano normal que se revela de manera violenta y destructiva contra todo lo que le rodea en una agobiante y calurosa jornada en Los Ángeles.

Posteriormente, compaginaría sus alocados Batman con dos solventes adaptaciones de novelas de John Grisham, El cliente (1994) y Tiempo de matar (1996). Otro de sus filmes más inspirados, con un atmósfera malsana y enervante que no desaparece en todo el metraje, sería Asesinato en 8 mm (1999), en el que Nicolas Cage compartía reparto con James Gandolfini y Joaquim Phoenix. Con la entrada en el nuevo milenio echaría la vista atrás para acercarse a la Guerra de Vietman en Tigerland (2000) y homenajear a Hitchcock en Última llamada (2002), ambos filmes protagonizados por Colin Farrell. Tras estrenar en 2004 una fiel adaptación de El fantasma de la ópera, el musical de Andrew Lloyd Webber, su carrera comenzó decaer con una serie de thrillers poco entonados como El número 23 (2007) o Bajo amenaza (2011). Este sería el último filme de su filmografía.