En Los profesores de Saint-Denis, que se estrena en la plataforma de A Contracorriente, vivimos un curso escolar completo en un instituto de un barrio humilde y periférico de París. Aunque la película es bastante coral y retrata a profesores, alumnos y familiares de alumnos, sí que hay un mayor protagonismo de dos personajes: Samia (Zita Hanrot), la nueva jefa de estudios, una dedicada y eficiente joven de raíces antillanas y argelinas que acaba de llegar a la ciudad para estar cerca de su novio, preso en la cárcel por un fraude con tarjetas de crédito falsas, y Yanis (Liam Pierrom), un chaval de raíces árabes sin ninguna ambición ni plan de futuro que ha sido separado junto a otros chicos problemáticos en un clase especial para que no perjudiquen el desarrollo del resto de alumnos.  

La película de los directores franceses Mehdi Idir y Grand Corps Malade busca por tanto hacer un retrato completo y complejo, al situarse a un lado y al otro del pupitre, de las escuelas franceses. Sin embargo, cae en demasiados clichés cinematográficos como para que el resultado final sea apreciable desde un punto de vista narrativo o de estilo: están los clásicos montajes musicales del cine de instituto hollywoodense, el retrato naturalista de la pobreza y de la inmigración típico del cine europeo, el 'quinquilleo' estilizado anclado en El odio (Mathieu Kassovitz, 1995), la crítica social a lo Ken Loach e incluso el chiste fácil de la comedia francesa más gruesa. 

La mezcla resulta algo indigesta, aunque no deja de ser a la postre un filme amable que se deja ver sin mayor problema, aunque haya en el desenlace del personaje del camello un conservadurismo algo predecible y un poco rancio. Si por algo destaca el filme, sin duda, es por el trabajo de los actores, en especial por la naturalidad de los chicos. Es en los momentos más costumbristas donde Los profesores de Saint-Denis alcanza mayor interés.

Resulta curioso sobre todo atender a lo que implica ser jefe de estudios en un instituto francés. Samia no da clases, solamente se encarga de la disciplina de los alumnos, casi como si fuera el alcaide de un centro penitenciario, y tiene a su cargo a una especie de guardianes de patio que se encargan de impartir castigos, como escribir 100 veces una frase en una pizarra. En el instituto que nos presentan los directores acuden niños conflictivos, y hay peleas, bulling, drogas y se le hace la vida imposible a los profesores durante las clases, algo que en realidad no está lejos de lo que ocurre en cualquier instituto público.