En pleno centro de Manhattan, la New York Public Library (NYPL) es una de las instituciones más venerables de la ciudad. Con un presupuesto de 300 millones de dólares anuales y más de 53 millones de objetos, entre libros, DVDs, fotos o publicaciones de prensa, el veterano Frederick Wiseman (Boston, 1935) le dedica un prolijo documental de más de tres horas de duración, en el que trata de contestar a una pregunta que ataca frontalmente el núcleo de la gestión cultural: ¿para qué sirve una biblioteca pública?

Tercera parte de una trilogía que comienza con At Berkley (2013), retrato de la prestigiosa universidad californiana, para proseguir con National Gallery (2014), donde auscultaba los secretos del museo londinense, el considerado como mejor documentalista vivo pretende con estos tres filmes responder también a una pregunta con una respuesta aún más complicada que la anterior: ¿cuáles deben ser los objetivos de la gestión cultural? Y, en último término, para qué sirve la cultura, esa cosa con la que Woody Allen quería acabar de una vez por todas.

Una experta en la materia que aparece en el documental -como siempre sin rótulos porque Wiseman, fiel a su estilo, se “salta” los convencionalismos del documental-reportaje para realizar una verdadera película- asegura que las bibliotecas públicas no son almacenes de libros, al igual que los directores de museos siempre insisten en que no gestionan depósitos de cuadros. ¿Y qué son entonces o qué deberían ser? Según vemos en este Ex Libris, forman parte tanto de la política social como de la política cultural, de manera que utilizan la educación como instrumento para ayudar a las personas más débiles. Por ello, quizá lo más sorprendente de la película no sean las conferencias de músicos como Elvis Costello o Patti Smith o las presentaciones de las últimas novedades literarias sino los numerosos programas desarrollados por la institución para enseñar a navegar por Internet a personas que no tienen acceso a la red en casa, los talleres para ciegos o incluso el uso de sus instalaciones para que miembros del ejército o la policía fronteriza traten de convencer a los ciudadanos de que se alisten en sus filas.

Estamos en Estados Unidos y la NYPL se enorgullece de su modelo público-privado, como dice el director de la institución, Anthony Marx. Durante la crisis y los recortes del ayuntamiento fue el capital aportado por mecenas el que sirvió para recuperar la financiación pública mientras ahora, en una fase de crecimiento económico, se disponen a usar el dinero público para demostrar a los donantes que su modelo funciona. Vemos un sistema como el estadounidense menos basado en la retórica y más en los resultados tangibles propios del pragmatismo estadounidense. En vez de enredarse en discusiones sobre el sexo de los ángeles, como es frecuente en nuestro país, los gestores de la Biblioteca analizan con datos y baremos objetivos cuánto dinero se ha invertido y cuáles son los beneficios obtenidos, en el sentido social y educativo.

Tratando de responder a esa crucial pregunta sobre el sentido de una Biblioteca moderna, Wiseman visita las distintas delegaciones en los barrios. Allí descubrimos una faceta fundamental, la institución como archivo de la ciudad, depositaria de un legado histórico que permite a cualquier ciudadano descubrir el nombre de sus ancestros de hace doscientos años o saber qué tipo de anuncios se veían en determinada época del pasado. Así, la misión más obvia para una biblioteca (¿cuál es el sentido de acumular objetos físicos cuando no son necesarios?) queda plenamente superada en tiempos digitales porque no se trata de prestar libros, que también, sino de utilizar todos los recursos públicos, y la Biblioteca es uno fundamental, para acercar la cultura y la educación a la ciudadanía.

@juansarda