Esta entrevista, como Día de lluvia en Nueva York (en nuestras pantallas el próximo día 11), podría haber terminado en catástrofe. Hay algo casi milagroso en el simple hecho de que la tenga usted delante de sus ojos. Para llegar al Hotel María Cristina de San Sebastián a tiempo para la cita, un lluvioso día de agosto, hubo que sortear imprevistos de todo tipo: desde un vuelo perdido a una ciudad en llamas pasando por el pinchazo de una rueda. Por suerte, Woody Allen (Nueva York, 1935) tuvo que retrasar la cita por el rodaje de la que será su próxima película, Rifkin’s Festival, debido, precisamente, a la lluvia. “Es de locos, porque esta película que ruedo en San Sebastián transcurre en verano, pero está lloviendo casi todos los días –explica el cineasta para romper el hielo–; pero en la que rodé en el otoño de Nueva York, en el guion llueve constantemente, pero no cayó ni una gota. El cine es una gran mentira”.

También hay algo casi milagroso en que el penúltimo trabajo de Woody Allen, rodado en la ciudad de sus sueños (de su cine) hace más de dos años, llegue a nuestras pantallas tras el bloqueo de Amazon, la productora, a cuya supuesta rectitud moral (o hipocresía) le pareció innegociable distribuir la película ante el renacer de la atención mediática por las acusaciones de acoso sexual de Dylan Farrow, su hija adoptiva, allá por 1992. El 47 largometraje del autor de Manhattan (1979) se verá finalmente, pero no en Estados Unidos, limitando su estreno a Europa y Asia. El director neoyorquino, que había firmado un contrato de cuatro películas, ha demandado al gigante cibernético para reclamar nada menos que 68 millones de dólares. Aún tiene esperanzas de que el filme se pueda ver en su país, el mismo que ha retirado de catálogo la serie de Louis C.K. o borrado del celuloide a Kevin Spacey.

Valores feministas

“Prefiero los viejos tiempos al mundo en el que vivimos. Había más encanto en el parís de los veinte o en el Nueva York de los treinta o cuarenta”

Pero estos temas, que sabemos que son carnaza, estaban fuera de la agenda. Una pregunta mal formulada y adiós entrevista. O al menos el gesto contrahecho, la apatía, el silencio. A este cronista, con la suerte de que entrevistaba al autor de Hannah y sus hermanas (1986) por tercera vez, le interesaban otras cuestiones cuyas respuestas no tenía ya anticipadas. No en vano, en recientes declaraciones, el propio “acusado” se autoerige como portador de todos los valores del feminismo en su cine y su vida: “He trabajado con cientos de actrices, y ninguna de ellas tiene una sola queja de mi conducta en todos estos años. En mis películas, sus sueldos siempre han sido exactos a los de los hombres. He hecho todo lo que el movimiento #MeToo desearía haber conquistado”.

De modo que todas las preguntas de esta entrevista surgen al calor de una comedia romántica filmada en Manhattan, como en los viejos tiempos. Día de lluvia en Nueva York aglutina los tropos más reconocibles de su cine para traducirse en puro anacronismo cinematográfico. Quizá nunca antes la escritura de Woody Allen, fluida y despreocupada como una pieza de free jazz, se ha sentido tan fuera del tiempo respecto a la era que describe. El Manhattan actual que atraviesa la pantalla es tan irreal y nostálgico que Día de lluvia en Nueva York bien podría pasar por una película de época. Si el filme no acaba en catástrofe, como hemos dicho, es porque el oficio de Woody Allen detrás de la cámara le permite ya escribir y filmar como si pintara con brochazos impresionistas, y también por un reparto de rostros florecientes encabezado por Thimotheé Chalamet, Elle Fanning y Selena Gómez, que dramatizan el guion de Woody Allen como si fueran adolescentes de otro tiempo.

Pregunta. Un personaje del filme dice que vive un sueño romántico en una era extinguida. Creo que esa definición se ajusta muy bien a su película. Y que usted como director también persigue esa época…

Respuesta. Es una trampa. Sigo imaginándome que sería más feliz en una época pretérita, o al menos regresando al tiempo en el que era más joven, incluso un niño. Es muy seductor tener esta visión nostálgica del pasado. Te ves arrastrado por ello y te imaginas una vida sin problemas ni errores, extraordinariamente tranquila y feliz, pero cuando miras con más calma esas épocas que retrato, te das cuenta de que no era tan maravilloso.

Timothée Chalamet y Elle Fanning en una escena de 'Día de lluvia en Nueva York'

P. Pero a usted claramente no le gusta el mundo de hoy…

R. No me gusta mucho, la verdad. Creo que todo tiene que ver más con cómo funciona la memoria y por lo tanto la nostalgia. Realmente prefiero los viejos tiempos al nuevo mundo en el que vivimos. Había más encanto, desde luego en el París de los veinte, que retraté en Midnight in Paris, o los treinta y los cuarenta en Nueva York. Fueron unas décadas maravillosas para la ciudad.

P. ¿Sigue disfrutando cuando filma en Nueva York?

R. Sigo disfrutando, sí. Cuando ruedo algo como Día lluvioso en Nueva York me sirve de excusa para vivir en el pasado por lo menos un año. Las mujeres visten de esa forma maravillosa, la música es increíble. El cine me permite regresar a ese mundo. Luego llego a casa y regreso a la realidad.

P. Nueva York ha cambiado mucho desde que filmó Annie Hall o Manhattan, ¿qué echa de menos de aquellos tiempos?

R. Yo me iría a un tiempo incluso antes de esas películas. Nueva York era entonces una ciudad mucho más agradable y habitable que la de ahora. Había un montón de tiendas de barrio, locales de ultramarinos y delicatessen. Ahora es mucho más grande, con grandes corporaciones. Times Square es un gran centro comercial, y solía ser un lugar muy excitante. Broadway también. Cuando era un niño había como cincuenta teatros en activo, miraras donde miraras había uno. Ahora es otra cosa. Es solo una atracción turística, con shows muy malos. Cuando era pequeño e iba al teatro, solía ver Arthur Miller, Tennessee Williams, O’Neill… Ahora solo ves revivals y musicales, producciones de Disney.

Experiencias increíbles

P. Los cines también han desaparecido de los barrios, en todo el mundo… ¿Qué opina del futuro del cine como acto social? ¿Qué siente ante la posibilidad de que las películas ya no se vean en la pantalla grande?

R. Es terrible y descorazonador. Cuando crecía, no había televisión, todo el mundo iba al cine. Había grandes y preciosos palacios, incluso en los distritos pobres como en el que yo vivía. Era una experiencia increíble. Luego se convirtieron en art-houses, y proyectaban sobre todo cine europeo, películas extraordinarias, innovadoras y brillantes. Era divertido. Te llevabas a tu novia un viernes o un sábado por la noche y estaba lleno de gente sofisticada a la que le gustaba Kurosawa, Truffaut y Bergman… Pero ahora, apenas hay cine europeo en Nueva York, algo llega de vez en cuando pero no es lo que era. La gente se queda en casa viendo televisión en pantallas gigantes. Hacen reuniones de amigos y se montan el cine en su propia casa. Sobre todo ven series. Estoy seguro de que si tú has crecido con esto, esa será tu nostalgia, pero la mía es otra muy distinta.

“La gente se centra en las ideas de mis filmes. Se fijan en lo que dicen los personajes. Pero no soy un intelectual, piensan que lo soy porque llevo gafas”

P. No es la primera vez que retrata a un director de cine en crisis. ¿Tiene algún sentido autobiográfico?

R. No, nunca he estado en crisis. He trabajado en películas que mientras estaba montándolas pensaba que nunca encajarían, y a veces sí lo hacían, de hecho la mayoría de las veces lo hacían. Para mi sorpresa. La principal crisis, para la mayoría de los cineastas serios, es conseguir el dinero para hacer la película. Ese es el 90% del problema. Hay muchos directores con talento ahí fuera, infinidad de ellos, conocidos y no conocidos, con grandes ideas, que atesoran invenciones cinematográficas merecedoras de ser vistas, o al menos de ser realizadas… pero no encuentran el modo de levantar una película. Y si lo consiguen, solo tienen una oportunidad. Más vale que la película funcione porque si no se quedan fuera del juego para siempre. Es una situación que no conduce a una forma de arte precisamente sana, sino que está enferma desde el origen. Siempre ha sido así, en todo caso. El cine no es una forma de vida muy sana.

Ideas para ser feliz

P. ¿Pero no ha pasado nunca por crisis creativas?

R. Nunca. Puedo pasarlo mejor o peor con una película, a veces no encuentro soluciones, pero eso no es una crisis. Lo peor que me puede pasar es que haga una mala película y la gente no la vea. Pero eso no me preocupa, realmente. No es como contraer una enfermedad. Es solo una película de la que te avergüenzas. Mientras yo esté bien de salud, seguiré haciéndolas.

P. Billy Wilder escribía dramas cuando estaba feliz y comedias cuando estaba triste, ¿Se lo aplicaría?

R. En absoluto. Con cualquier idea que tenga, estoy feliz. Me da igual que sea drama o comedia. Yo ya estoy feliz solo con tener alguna idea que pueda funcionar. La peor parte del proceso, aparte de conseguir el dinero, es cuando terminas una película y no tienes ideas para la siguiente. Una vez que tienes la idea, lo demás es divertido. Escribir el guion, elaborar los personajes, ponerles diálogos, pensar en los actores adecuados… eso lo disfruto mucho.

P. ¿Pero el humor en el que está, o las experiencias que vive en cierto momento, afectan de algún modo a su trabajo?

R. No lo permito. Soy un ser muy “compartimentado”. Tengo mi vida muy organizada, y ningún estado de humor puede afectar a mi trabajo hasta el punto de que contagie el resultado de la película.

“La principal crisis para la mayoría de los cineastas es conseguir el dinero. El cine está enfermo desde el origen. No es una forma de vida muy sana”

P. Su cine siempre ha estado muy asociado a su persona, sin embargo, pero usted insiste en desvincularlos…

R. No sé por qué la gente sigue viendo autobiografías en mis películas. Nunca lo fueron, ni siquiera en los setenta. Yo nunca he sido el Alvy Singer de Annie Hall. De hecho, no me parezco nada a mis protagonistas. Mi vida es mucho más aburrida. Me levanto por la mañana, hago ejercicio, desayuno, escribo, paro para comer con mi mujer, sigo escribiendo, practico con el clarinete, doy un paseo… A lo largo de los años he sido capaz de hacer tantas películas porque tengo una vida muy organizada y centrada en el trabajo. Todo es muy clase media…

Variaciones argumentales

P. ¿Qué le convenció para hacer esta película?

R. Me atraía la idea de un joven universitario que visita Nueva York durante un fin de semana porque consigue una entrevista con un cineasta al que admira. El director entra en crisis porque está montando la película y quiere cambiarla entera. Entonces el joven se ve obligado a pasar el día con la mujer del cineasta y viven un romance… Esa era la idea original, pero no pude desarrollarla apropiadamente. Después volví sobre ella y cambié ligeramente el argumento. Esta vez, el joven iba con su novia a Nueva York, y era la novia la que entrevistaba al director… Bueno, tendrán que verla para comprobar lo que ocurre. Porque usted no va a contarlo, ¿verdad?

Fotografía invisible

P. Es su tercera película fotografiada por Vittorio Storaro, ¿qué cree que le aporta a su cine?

R. Vittorio es un genio. Siempre hablamos antes del rodaje sobre el foco y el color que necesita la película. Tiene grandes ideas antes y durante el rodaje. Le gusta cambiar cosas, intervenir en las escenas como si fuera un poeta, de algún modo sabe cómo trasladar un sentimiento con las luces y las lentes…

P. Lo cierto es que en general sus películas son analizadas y comentadas siempre desde la narrativa, pero nunca desde su estética… ¿a qué se debe?

R. La gente ve la película y se centra en las ideas. Siempre piensan en lo que dicen los personajes. Creen que soy un intelectual, y no lo soy, de ningún modo, pero piensan que lo soy porque llevo gafas, no sé. Lo cierto es que dedico mucho tiempo a la estética. Siempre he trabajado con grandes directores de fotografía, así que de algún modo se da por sentado que mis películas van a estar bien fotografiadas. Pensándolo bien, puede que sea buena señal que solo se hable de la narrativa, pues eso significa que la estética no llama la atención por sí sola, no destaca sobre el resto. La fotografía apoya la historia. Es una gran fotografía pero es invisible, como la buena dirección.

@carlosreviriego