Artista polifacético de la categoría de los intensos, Luis Eduardo Aute (Manila, Filipinas, 1943) es un personaje fundamental de la cultura española de los últimos cincuenta años. Conocido popularmente sobre todo como músico que marcó la Transición y los primeros años de democracia con sus bien escritas y emotivas canciones, Aute también ha destacado como pintor, dibujante, director de cine y poeta. Un hombre que según nos cuenta en este documental de homenaje dirigido por Gaizka Urresti se mueve sobre todo por la curiosidad y el deseo de no dejar de ser nunca un poco niño, una facultad que para él es “la madre del cordero”.

Hombre famoso con una conflictiva relación con la fama, el propio Aute se ha empeñado en rechazar el éxito masivo que cosechaba con cierta sorpresa y algo de timidez, como si se hubiera sentido más cómodo siendo toda su vida un artista de minorías. Un artista para el que es mucho más importante el proceso artístico, la búsqueda de lo sublime, que alcanzarlo, y que prefiere empezar de nuevo con una nueva actividad con el entusiasmo del principiante a demostrar al mundo su virtuosismo. Como ese Sísifo que según Camus describía el alma humana, Aute se dedica a subir la roca para ver cómo cae por el valle y volverla a subir. La diferencia es que Aute es un Sísifo feliz que disfruta enmendándose la plana a sí mismo y rehaciendo lo que acaba de hacer.

Con un tono absolutamente hagiográfico, conocemos a un Aute simpático, modesto, buen amigo y honesto a través de la voz de sus muchos amigos. Nadie es perfecto, pero Aute tiene pinta de ser un buen tipo y desde el productor (Luis Mendo) que cuenta agradecido que el músico le ayudó cuando era joven y nadie apostaba por él hasta Marwan, que explica que siempre es el primero en apuntarse a los conciertos benéficos, el patrón es el mismo. Un hombre que procura ser bondadoso y no hacer daño, lo cual es un mérito, con la elegancia suficiente como para ser alegre y simpático pero con tendencia a ser un artista hermético que sobre todo disfruta en la soledad de su estudio de pintura.

Rememorar la etapa dorada de Luis Eduardo Aute significa volver a esos finales de los años 70 que él mismo marcó a fondo junto a otros cantautores como se decía en la época como Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Ana Belén o Víctor Manuel, que pusieron música a una época de incertidumbre, miedo y esperanza en España. Un tiempo que hoy parece muy lejano en el que agonizaba el dictador y tuvo un final feliz en la pacífica Transición, hoy tan cuestionada, que para sus protagonistas tuvo un legítimo sabor a victoria y luz después de años de oscurantismo. De todas sus facetas, lo que más me gustan son sus canciones y ahí están joyas de gran sensibilidad como Al alba, La belleza, Sin tu latido o Las cuatro y diez para dejar constancia de que sigue siendo una figura fundamental de nuestro panorama cultural.

@juansarda