Los ecos feministas del escándalo de Harvey Weinstein, quién en los próximos meses se enfrentará a un juicio en Nueva York en el que se le acusa de violar a una mujer no identificada en una habitación de un hotel en Manhattan en 2013 y de practicarle sexo oral de manera forzada a otra en 2006, todavía retumban en la industria cinematográfica. Sin ir más lejos, en la presente edición del Festival de Venecia la polémica saltó a las primeras planas de los periódicos por la escasa presencia de directoras en la sección oficial –tan solo dos de veintiuna películas- y por la inclusión en la misma del último filme de Roman Polanski, sobre el que pesa una orden de extradición de EEUU por violar a una joven de 14 años en 1977. Hoy, la argentina Lucrecia Martel, directora del jurado del certamen italiano, renuncia a ir al pase de la película del cineasta polaco para no tener que aplaudirle, pero no hace tanto tiempo, en 2002, una ovación –con algún que otro pito, para ser justos- celebraba su Óscar al mejor director por El pianista. En el vídeo que registra el momento, y que se puede ver aquí, observamos a Martin Scorsese, Jack Nicholson (de quién era la casa en la que se produjo la violación), Meryl Streep y, por supuesto, Harvey Weinstein batiendo palmas a rabiar. Es obvio que los tiempos han cambiado.

Todo arrancó en octubre de 2017, cuando The New York Times y The New Yorker publicaron el testimonio de una docena de mujeres que acusaban al productor de abusos sexuales en distinto grado e, incluso, de violación. A raíz de esto, un torrente de incidentes comenzaron a salir a la luz en redes sociales bajo el hastag #MeToo y no solo sobre Weinstein, al que en total acusan más de 80 mujeres, también se vieron salpicados otras personalidades del mundo del cine como Woody Allen, Kevin Spacey, Louis C. K., Brett Ratner, Bill Cosby, John Lassetter… Un tsunami que si bien ponía en entredicho cuestiones como la presunción de inocencia o hacía reflexionar sobre si es posible separar los actos de un autor de su obra, ayudó a denunciar la precaria y abusiva situación de la mujer en la industria del cine, un problema sistémico que sigue sin resolverse. Quizá por eso, Untouchable resulta un documental bastante decepcionante ya que no consigue traspasar los márgenes de la oronda figura del mandamás de Miramax.

El documental de Ursula MacFarlane, una obra muy parecida a otra obra de la BBC de 2018 titulado Weinstein, pone frente a la cámara a diversas mujeres que sufrieron el acoso del productor, desde antiguas colaboradoras de su época de promotor de conciertos en Búfalo a actrices como Rosanna Arquette o Paz de la Huerta. El relato de cada una de ellas ayuda a configurar el modus operandi del productor para cometer sus tropelías, una suerte de intimidación sibilina en la que intervenía desde su enorme complexión física hasta su omnipotencia en la industria del cine. Al fin y al cabo, como explica una de las anécdotas más sabrosas del documental, Weinstein se creía “el puto sheriff de todo el cotarro”. Y su pistola no era otra que el poder del que disponía para hacer realidad, si le venía en gana, los sueños de un montón de aspirantes a actrices. Lo que pasa que esos sueños, como bien explicaba David Lynch en la inexplicable Mulholland Drive, normalmente acababan en pesadilla.

Más perezosa es Intocable, cuyo principal recurso visual es el manido plano cenital, a la hora de trazar el perfil del productor o de indagar en la culpa de esos colaboradores que ahora se dan cuenta de que estaban mirando para otro lado, o de encontrar una explicación a que este hombre pudiera estar durante tres décadas abusando de casi un centenar de personas cuando su manera de desenvolverse con las mujeres siempre fue la comidilla de Hollywood. En cualquier caso, lo que más impacta de esta obra es constatar que Weinstein fue intocable hasta que perdió poder por razones que nada tienen que ver con sus abusos. ¿Hubiera caído de seguir dirigiendo Miramax desde la cúspide? ¿Cuántos más hombres permanecen intocables?

@JavierYusteTosi