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Cine

Benjamín Naishtat: "Argentina tiene una historia de sangre y fuego"

Ganador del premio al mejor director en el Festival de San Sebastián, 'Rojo' es un thriller policiaco ambientado en los años 70, poco antes del brutal golpe de Estado de los militares en Argentina

2 agosto, 2019 08:57

En El huevo de la serpiente (1977), el maestro Ingmar Bergman nos contaba el caos de la Alemania de los años 20 en la que floreció y se asentó el nazismo. Un mundo de violencia, amoralidad y pobreza que sirvió como caldo de cultivo para que Europa acabara inmolándose. Una época y un lugar muy distinto, pero con un clima moral semejante, retrata el argentino Benjamín Naishtat (Buenos Aires, 1986) en la espléndida Rojo, un thriller policiaco ambientado en los años 70, poco antes del brutal golpe de Estado de los militares que hicieron "desaparecer" a más de 30 mil personas. Protagonizada por Darío Grandinetti en la piel de un respetable e hipócrita abogado de provincias, la película cuenta lo que sucede cuando una riña de bar aparentemente banal se convierte en algo mucho más peligroso que revela la verdadera catadura moral del protagonista. 

Después del éxito de su debut, Historia del miedo (2014), película que su autor hoy considera "demasiado fría", en Rojo Naishat vuelve a crear un clima enfermizo que en este caso define a una época atroz que destruyó de manera profunda las expectativas de futuro de Argentina. Ganador del premio al mejor director en el pasado Festival de San Sebastián, Rojo fue la gran triunfadora del palmarés al ganar también el premio para mejor actor para Grandinetti y el de mejor fotografía.

Pregunta. ¿Después de Historia del miedo quería reflejar cómo la violencia es una especie de virus que se contagia?

Respuesta. Son muy distintas pero entiendo que tienen algo en común al crear ese fresco de una sociedad. Ahora Una historia de miedo me parece una película muy fría, la haría de otra manera porque por suerte cambiamos. Ya se sabe que no nos bañamos dos veces en el mismo río. Creo que Rojo trata otros temas y hay diferencias importantes como que hay un protagonista claro que marca una subjetividad, aquella era una película más coral. Aquí también hay un abordaje de género mediante el policíaco.

P. ¿Qué películas le inspiraron para acercarse al género?

R. Me gusta el cine de los años 70, películas como La conversación (1974) de Coppola. Hay una manera de acercarse al  género policial más dura y seca en la que entran los temas políticos. Esa fue la época de oro.

P. La primera escena impacta y marca el tono del filme. ¿El protagonista le da una lección al alborotador o se comporta ya como un miserable?

R. Me parecía interesante ofrecer al espectador un viaje moral. Tenemos a ese abogado interpretado por Grandinetti que es un hombre respetado, elegante, apuesto… es un personaje que juega con nuestras aspiraciones. En general, el público se identifica con él. Poco a poco te vas dando cuenta de que es un tipo oscuro. En realidad, todos somos miserables en mayor o menor grado.

Benjamín Naishtat en la última edición del Festival de Cine de San Sebastián. Foto: Gari Garaialde

P. ¿Señalar al que sufre es un acto de grandeza moral?

R. Es humano y frecuente señalar al que no se acopla al conjunto. Los que nos hemos sentido freaks o a contracorriente creo que conocemos esa sensación. En esa escena el público puede disfrutar humillando porque el cine también es un vehículo para que haya un gozo en lo no moral. Como vemos todos los días, las noticias que más llaman la atención son las morbosas. Después se trata de que el espectador confronte con ese sentimiento el resto de la película.

P. ¿Por qué la violencia puede normalizarse como pasó en Argentina?

R. No siempre se cumple la regla de que el país más pobre es más violento. La India es muy pobre y las tasas de delincuencia son muy pequeñas, es un lugar bastante seguro. Sin embargo, Estados Unidos es inmensamente rico y ya sabemos que la gente se está matando. Es algo difícil de entender. En el caso argentino hay una historia violenta de sangre y fuego que resuena hasta el día de hoy. Es esa cultura de avanzar quitándose de encima y pasando por encima del otro en la que seguimos instalados.

P. En la secuencia en la que la profesora de teatro habla del “encuentro entre el europeo y el salvaje” vemos una herencia colonial brutal. ¿De qué manera marca ese legado?

R. Cuando la profesora habla de la raza blanca como la raza civilizatoria y de la raza más oscura como salvaje hay una idea profunda que late en la sociedad argentina desde sus inicios. El golpe de Estado de los militares se produjo bajo esa idea. Ellos hablaban de exterminio civilizatorio y veían el golpe como una segunda fase en esa conquista del desierto. Cada tirano tiene su propia base simbólica y por eso la Historia es una disputa por la subjetividad. La situación social de desigualdad en Argentina no se puede comparar con el peor país de Europa. Tenemos que disputar ese legado histórico para construir otra perspectiva.

P. Ese Grandinetti recuerda un poco a El conformista que retrató Alberto Moravia en su novela y luego adaptó Bertolucci. ¿El monstruo puede anidar detrás del hombre gris?

R. Hombre gris, ahí está la clave. Esa mezquindad de no querer perder las pequeñas conquistas personales a costa de callar ante la barbarie. En la dictadura militar hubo una complicidad de la mayoría de la sociedad, por acción u omisión. En Argentina existía una clase media que había prosperado, tenía su coche, su casita en las afueras… y cuando comenzaron los horrores se quedaron callados porque tenían miedo de perderlo. Hubo un desastre humano con la desaparición de miles y miles de personas junto a un terrible silencio.

P. Quizá la paradoja del asunto es que Argentina era un país relativamente próspero antes del golpe de Estado y nunca se ha recuperado económicamente desde entonces.

R. Lo más trágico de los 70 fue la desaparición de 30 mil personas. Ese horror ha hecho que a veces nos olvidemos de algo fundamental como que hubo un plan económico diseñado por el FMI y la escuela de Chicago que destruyó toda la base industrial del país. Después de unos años de prosperidad esas políticas han provocado que este país gire en círculos desde siempre. Ahora mismo estamos volviendo a eso con este gobierno funesto de Mauricio Macri que ha hecho que el paro se doble en cuatro años. Estamos volviendo a un modelo de miseria con una clase con mucho poder adquisitivo y una mayoría empobrecida. También se han cargado todas las políticas culturales, ahora mismo para mí es muy difícil financiar mis películas.

P. ¿Esa violencia estructural está muy relacionada con una cultura machista?

R. La sociedad argentina es muy machista. El aborto es ilegal para que te des cuenta de lo atrasados que estamos en estos términos. Ahora estamos viendo un cambio muy grande que se ha producido en los dos o tres últimos años con un movimiento feminista muy fuerte que ha tenido un impacto.

P. ¿Cómo se plantea ese policía chileno siniestro que resuelve el misterio?

R. Ese policía tiene lo que no tiene Darío, actúa con convicción. Ahí vemos como los camilleros terminan colaborando con los carniceros, es la base de lo que pasó allí. Hubo una alianza táctica entre quienes estuvieron dispuestos a tolerar la masacre y quienes la perpetraron. En el caso de ese policía hay una diferencia cultural y es que el chileno conservador es más conservador. Es una larga historia en la que se mezclan conceptos místicos como la guerra santa que identifican con el peligro rojo.

P. Viendo las películas argentinas a veces parece que en Argentina solo existe Buenos Aires o La Patagonia. ¿Por qué decidió ambientar su película en esa inane ciudad de provincias?

R. Fue importante salir de esa centralidad porteña y banal. Rodamos casi toda la película en Córdoba, que es una ciudad que está en el centro del país rodeada de desierto. También rodamos algunas secuencias en Mar de Plata. La idea era precisamente evitar esa omnipresencia de Buenos Aires en las películas.

@juansarda