En 2017 el cineasta canadiense Phillipe Lesage estrenaba en España su primera película, Los demonios (2015), en la que veíamos como un niño empezaba a desarrollar su identidad a golpes contra la sombra de ciertos terrores cotidianos (el bullying, la separación de los padres, la sexualidad, el amor no correspondido…). El filme descubría a un director elegante y con personalidad, ligeramente influido por la tensa frialdad y los golpes de efecto de Michael Haneke, que manejaba con la precisión de un relojero la luz y el sonido natural, el color y el tempo, algo pausado pero eficaz para sus intereses.

Aunque el director cuenta con una segunda película que no hemos podido ver en España, Copenhage. A Love Story (2016), ahora se estrena en nuestras salas Génesis (2018), un relato de iniciación que dialoga directamente con Los demonios. No en vano, el director ha afirmado que ambas obras son autobiográficas. Pero si en aquella Lasage miraba a la infancia, ahora avanza para centrarse en la adolescencia. Y, además, en una emotiva coda final de casi media hora –que a muchos resultara desconcertante ya que no guarda ninguna relación narrativa con lo visto anteriormente (aunque sí temática)- recupera a Félix, el protagonista de su filme de debut.

Génesis, que ganó la Espiga de Oro y los premios a mejor director y actor en la Seminci, narra la historia de dos hermanos en paralelo, sin que ambas peripecias conecten salvo en un par de ocasiones. Por un lado tenemos a Guillaume (un magnífico Théodore Pellerin), un chaval extrovertido y bromista, lector de Salinger y fan de Morrissey, que vive interno en un instituto y que esconde sus sentimientos amorosos por su mejor amigo. Por el otro, tenemos a la bella Charlotte (Noée Abita), universitaria de primer año que se desencanta con su novio de toda la vida después de que éste le diga que le gustaría tener una relación abierta. Charlotte, entre fiesta y fiesta, decide dejarse llevar por un proceso de experimentación sentimental y sexual que acabará con su relación.

Como en Los demonios, la sombra de Haneke vuelve a estar presente, aunque también hay cierta pulsión pop que recuerda a Xavier Dolan, sobre todo en la utilización de la música (impecable la elección de las canciones). Y esos planos largos y abiertos en los que Lasage obliga al espectador a estar a la expectativa, sin indicarle donde posar la mirara, parecen ya marca de la casa y una herramienta más que eficaz para crear tensión.

Sin embargo, la película finalmente está algo descompensada. Mientras la historia de Guillaume es compleja, tensa y natural en su desarrollo, con picos de emoción importantes (la salida del armario es memorable) y un final que aborda el tema de la pederastia desde una perspectiva bastante inusual, la deriva del personaje de Charlotte resulta rutinaria y parece escrita desde su descorazonador final y no al revés, por lo que uno no puede más que pensar que hay cierta manipulación en la escritura que hace Lasage de este personaje.

Como decíamos más arriba, media hora antes de que acabe la película, nos despedimos de Charlotte y Guillaume para regresar al Félix de Los demonios, algo más joven que estos. Y resulta curioso porque el director narra aquí una historia de amor heterosexual absolutamente inocente entre preadolescentes, desarrollada en un campamento de verano, que contrasta con los problemas con la orientación sexual y la sexualidad de los hermanos, a los que habíamos dejado después de que tocaran fondo. Este final feliz, por tanto, lanza un mensaje positivo sobre el amor (cuyo cénit es un paseo de la mano) para una película que hasta entonces dejaba un sabor amargo al retratar temas como el machismo o la homofobia. Sin embargo, este viaje a la Arcadia remite al título, al Génesis, por tanto, no debemos confundirnos: solo estamos al comienzo de la vida, y por tanto del dolor.

@JavierYusteTosi