Son siempre misteriosos e impredecibles los caminos que te llevan a escoger un tema determinado para hacer una película. Sobre el papel, nada me llevaba hasta estas dos mujeres, Elisa y Marcela, que se amaron en la Galicia de principios del siglo veinte y llegaron a casarse en La Coruña, tras hacerse pasar una de ellas por un hombre. Sin embargo, tras leer el libro del catedrático Narciso de Gabriel Elisa y Marcela, un matrimonio sin hombre el destino, en forma de una instalación artística que realicé sobre la obra de John Berger, me llevó precisamente a La Coruña. Allí conocí personalmente a Narciso de Gabriel que me contagió su pasión por esta historia y me abrió los ojos a las múltiples interpretaciones a las que se prestaba. Tras explorar junto a él las aldeas donde estas mujeres habían vivido y los paisajes y las playas donde habían paseado, regresé a Barcelona con una idea que se convirtió en una obsesión: exploraría a fondo esta historia y escribiría un guión que la contara en toda su complejidad, en todas sus contradicciones, con todas sus lagunas e incógnitas.

Y así lo hice, con la ingenua idea de que una historia así no podía sino fascinar a cuanto productor se pusiera por delante. La escribí, a mi manera, con libertad, con cientos de datos reales pero tomándome licencias históricas, poniendo el acento en las cosas que a mí, personalmente, me fascinaban de ella, prescindiendo de hechos que entorpecían la trama. Cuando la terminé, regresé a Galicia, volví a recorrer los caminos de estas dos maestras, intenté ponerme en sus zapatos y en su piel. ¿Cómo vivían su sexualidad dos mujeres que no tenían ningún tipo de referentes queer? ¿Cómo se movían? ¿Cuáles eran sus gestos? ¿Qué leían? Una tarde en la playa de Caldebarcos, ví a dos niñas vestidas de blanco cogidas de la mano jugando con las olas. Las niñas podían ser de hoy mismo o de hace un siglo. Supe que tenía la escena que me faltaba. Y reescribí el guión hasta que sentí que estaba terminado, que hacía justicia a esta peripecia única en el mundo porque fue la primera: la primera vez que dos mujeres (aunque una se hiciera pasar por hombre) se casaron por la iglesia en la historia del mundo que conocemos. Empezó entonces otro viaje, el de llevar el guión a los que teóricamente tenían que financiarlo. Hasta seis productores tuvo la película, que no consiguieron encontrar el dinero para producirla. Empecé a familiarizarme con el no. Con muchos “no”. “No, porque es una película de época”. “No, porque ¿a quién le interesa una historia de dos mujeres que lucharon por casarse?”. “No, porque nadie quiere ver películas en blanco y negro”. “No, no no y no”.

Pasaron los años, hice otras películas (que tambien, a su vez, habían tardado años en hacerse). En mi recámara siempre estaban Elisa y Marcela, vigilantes, expectantes. Cuando la casualidad me llevaba a Galicia, me asaltaba una nostalgia tremenda por la película que aún era una incógnita. Y a pesar de todo, nunca perdí la fe en que la película se haría. Más tarde o más temprano, pero se haría. Siempre digo que lo único verdaderamente importante que se necesita a la hora de llevar adelante una película es cabezonería. Y estar vacunado contra el rechazo continuo.

Isabel Coixet en pleno rodaje de Elisa y Marcela



Han pasado diez años. Se hizo por fin. Aquí está. Todas las imágenes, emociones y sentimientos que he llevado conmigo todo este tiempo están volcados en ella. Con la magia y el ángel de dos actrices, Natalia de Molina y Greta Fernández, que me han acompañado en este viaje y mas allá, dotando de vida y alma a dos personajes que se amaron contra todo y contra todos. Elisa Sánchez Loriga y Marcela Gracia Ibeas desaparecieron sin dejar huella en Suramérica. Espero que esta película sobre su fascinante peripecia vital las rescate en la memoria del espectador que se acerque a ella con expectación y curiosidad no exenta de ternura.