Dispuestas a arrasar en la taquilla en unas fechas en las que se va mucho al cine en familia, los grandes estudios apuestan por los superhéroes (una vez más). Sony sigue sacando rédito del Hombre Araña después de la reciente y memorable Spider-Man: Homecoming (2017), en la que Jon Watts lograba dar brillo de nuevo al personaje después de dos películas olvidables firmadas por Marc Webb. Si en aquel filme Watts lograba una fantástica película sobre la adolescencia en el que la dimensión superheroica era casi lo de menos, en Spider-Man: Un nuevo universo, dirigida por Peter Ramsey, Robert Persichetti y Rodney Rothman, se apuesta por la animación para crear al primer Spidey de tez oscura de la saga y crear una historia paralela.



Por su parte, Aquaman, de Warner y dirigida por James Wan, sigue la máxima de "el tamaño importa" para crear un filme fastuoso que no da respiro sobre un tipo con unos pectorales prominentes capaz de moverse por el agua y la superficie haciendo toda clase de piruetas. Ambas son películas decentes del Hollywood más espectacular y desatado que tratan, con sutiles diferencias pero acuerdo en el fondo, lo que significa, o debería significar, crecer en el siglo XXI.



Aclamada por la crítica de Estados Unidos, que se ha deshecho en elogios, Spider-Man: Un nuevo universo deslumbra gracias a una animación con guiños a las viñetas del cómic que logra que Nueva York parezca nuevo en pantalla (no es poco mérito) en una película muy entretenida de ver. El protagonista es un adolescente, hijo de afroamericano y de madre latina que le habla en español, que es picado por la famosa araña que da los superpoderes al mismo tiempo que el eterno Peter Parker muere asesinado por los malos de la película.







Es un filme para niños: Parker muere pero no muere porque se juega con la idea de los universos paralelos para plantear la posibilidad de que existan varias capas de la realidad superpuestas en el tiempo en la que los acontecimientos siguen cursos distintos. En una de ellas, el Parker vivo es un cuarentón barrigudo y deprimido que ha cortado con su novia de toda la vida, Mary Jane, y ha perdido las ganas de salvar al mundo. Frente a la fatiga del hombre prematuramente derrotado, surge la energía del mulato dispuesto a comerse el mundo.



Aquaman, protagonizada por el actor Jason Momoa (Khal Drogo en Juego de tronos) y con Nicole Kidman y Willem Dafoe en el reparto, es toda una odisea que narra la historia del superhéroe acuático, hijo de un modesto farero y la reina de Atlantis, un reino maravilloso situado debajo del mar. Mestizo como el nuevo Spider-Man, el héroe está llamado desde su infancia nada menos que a "unir los dos mundos" y para ello deberá enfrentarse a su hermano, rey malvado y vengativo que quiere declarar la guerra a la "superficie" ante lo que considera sus intolerables agresiones.







Con ecos evidentes de la historia de El intendente Sansho (1954), de Mizoguchi, esta es una historia clásica de caída a los infiernos y fuerza de espíritu para recuperar la gloria perdida con elemento melodramático incluido, una madre perdida, un hermano pérfido, etc. Atronadora hasta niveles difíciles de describir, visualmente no está tan lejos de Spider-Man: un nuevo universo al plantear un espectáculo visual deslumbrante (la recreación de los mundos submarinos impresiona), sobresaliendo en ambos filmes una especial querencia por el fosforito.



Nadie saldrá del cine distinto a como entró después de ver ambas películas, pero desde luego tampoco peor. Abonadas a la frase machacona de "un gran poder conlleva una gran responsabilidad", lo que vemos es la clásica construcción del héroe según la visión americana, ese personaje "común" con el que el público se puede sentir identificado y convertir en objeto de sus fantasías, que se ve primero desbordado por esa "gran responsabilidad" para acabar asumiéndola. El nuevo Spidey, además de negro, es de entrada más listo que Aquaman, que viene a ser una exaltación de ese personaje de tintes trumpianos que no tiene muchas luces ni lecturas a sus espaldas pero representa la "decencia de base" del americano medio. Más progresista en el fondo y en la forma, lo cual siempre ha sido una señal de identidad de la saga, el contraste entre ese Spider-Man jovencito y lleno de vida con el maltrecho Parker (más rubio que nunca) deja poco lugar a dudas sobre las intenciones de los creadores del filme.



@juansarda