Image: Hacia la luz: Kawase y la gravedad

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Cine

Hacia la luz: Kawase y la gravedad

La película de Kawase propone una compleja reflexión sobre la esencia misma del arte, es cine pensado para remover y agitar

17 noviembre, 2017 01:00

Ayame Misaki y Tartsuya Fuji en Hacia la luz

Naomi Kawase (Nara, Japón, 1969) siempre ha sido una directora alabada por la crítica pero no excesivamente conocida por el público. Sus películas graves y solemnes como la célebre El bosque del luto (2007) triunfaron en festivales de todo el mundo y le procuraron una pequeña legión de fans entre los amantes del cine más exigente. Todo cambió con el enorme éxito de Una pastelería en Tokio, película de espíritu good feeling sobre una abuela virtuosa para la repostería que arrasó en los cines. Su nuevo filme, el muy grave Hacia la luz, es una obra plenamente coherente con una trayectoria marcada por películas intelectualmente exigentes y visualmente exquisitas en las que la idea de la muerte suele estar muy presente.

Hacia la luz nos propone un dilema que no deja de ser muy adecuado para hablar de la propia Kawase. Protagoniza la película una joven, Misako (Ayame Misaki), que se dedica a narrar películas para ciegos. Cuenta Félix de Azúa en su Diccionario de las Artes que durante el Holocausto las personas se turnaban en los largos viajes en tren hacia la muerte para contar a los demás el paisaje que se veía a través del ventanuco de los vagones. Y no eran mejor recibidos los más puntillosos o realistas sino los mejores "narradores" de una realidad que podía permitirse algunas licencias. Mediante la figura de esta profesional (una profesión, está claro, muy curiosa) que trata de explicar de una manera bella pero que no arruine la imaginación de los potenciales ciegos que 'verán' la película a través de sus comentarios, Kawase propone una compleja reflexión sobre la esencia misma del arte, inaprensible en último término, y sobre la propia idea de lo visual tanto como una realidad empírica (lo que vemos) como una realidad imaginada que también se construye a partir de imágenes mentales.

Los esfuerzos de Misako por explicar lo mejor posible la misma película chocan con frecuencia con las críticas de un fotógrafo que se está quedando sin vista (Tartsuya Fuji). Es un hombre al que sabemos muy apegado a su profesión para el que el hecho de quedarse ciego es un drama. Forma parte de un panel que juzga y ayuda a Misako a desarrollar su trabajo. Es un hombre adusto, incluso malhumorado, al que en seguida adivinamos un gran tormento interior. De esta manera, la juventud radiante de esa bellísima Misako contrasta con la remisión espiritual y moral de un hombre que siente que al perder la capacidad de tomar instantáneas le roban también el alma.

La interpretación de Fuji, majestuosa y lúgubre, posee la grávitas del mejor cine de Kawase. Su fina reflexión sobre lo audiovisual se parece un poco a la de La conversación (1974, Francis Ford Coppola) en la que el mismo personaje se dedica una y otra vez a escuchar la misma grabación tratando de encontrar un sentido final a lo que parece confuso y al mismo tiempo muy claro, como si en todo momento se tratara no de buscar la verdad sino de descubrirla en su propia exposición sin complejos. Hacia la luz es cine grave, tiene algo de grandes filmes de los 70 y primeros 80 como ese Veredicto final (1982, Sidney Pollack) en el que Newman lograba la intensidad emocional de ese Fuji como seres en decadencia. Demasiado pretenciosa por momentos, lo cual es habitual en el cine de Kawase y forma parte de su encanto, Hacia la luz es cine pensado para remover y agitar. Lo consigue. Es tremenda.

@juansarda