EL trío protagonista de Tierra firme.

El director de 10.000 km abre el Festival de Cine de Sevilla con una película notable, de fácil digestión y dotada de un aura de cine simpático que no es ni mucho menos despreciable.

Fue en el Festival de Málaga de hace tres años cuando se produjo uno de esos sucesos que en gran parte justifican la propia existencia de los festivales. En el certamen andaluz se estrenaba 10.000 km, película de presupuesto ajustado firmada por un total desconocido como el catalán Carlos Marqués-Marcet. El flechazo con la crítica y el público fue instantáneo. En una realidad marcada por esa liquidez emocional de Bauman y la constante movilidad geográfica, el filme lograba captar con sensibilidad los vaivenes de una pareja que se quiere, pero está condenada a vivir a miles de kilómetros de distancia, unidos, o desunidos, por el Skype.



En el nuevo filme del director, Tierra firme, la idea de la emigración vuelve a estar presente además de repetir la pareja protagonista, el "payaso" David Verdaguer, que está muy gracioso, y la ceñuda Natalia Tena, que le da fuerza a su personaje. Claro que esta vez juegan roles muy distintos. Si en 10.000 km eran una pareja sometida a la tensión de la distancia, en esta ocasión son dos amigos que viven en Londres. Ella, homosexual, convive, aparentemente de forma plácida, con otra chica interpretada por Oona Chaplin en un barco a orillas del Támesis siguiendo una vida un tanto desordenada, y desde luego bohemia, pero al fin y al cabo feliz.



La metáfora del barco que se tambalea es una metáfora tan buena como pueda serlo cualquier otra para esa ya mencionada liquidez de la que hablaba Bauman. La frágil convivencia de las dos enamoradas se remueve cuando aparece el amigo de Barcelona, David Verdaguer, y revitaliza con furia el deseo del personaje de Chaplin de ser madre gracias a la colaboración del español como donante. El drama queda así bien planteado, Chaplin quiere ser madre, Tena no lo tiene tan claro y en medio ese Verdaguer que se sitúa en un terreno ambiguo y no está muy claro si su papel es el de actuar como mero semental o si también va a ser padre de una manera más o menos convencional. Y al trío protagonista se une una deliciosa Geraldine Chaplin como madre de su propia hija en la vida real dando luz a cada una de sus escenas como es habitual en la ya veterana actriz.



De la comedia romántica un tanto tristona de 10.000 km a su nuevo filme hay un paso. Marqués-Marcet se nos presenta como un director más vitalista y más optimista en un filme que desborda un encanto desaliñado y bohemio como la propia vida en ese barco destartalado que nos recuerda a ese mítico L'Atalante que creara Jean Vigo en un lejano 1934. Metáfora de la precariedad laboral, sentimental y emocional que marca los tiempos, Tierra firme, desde su propio título, parece proponer una tabla de salvación a la fragilidad que define la vida moderna. Más convencional de lo que a veces pretende y por momentos excesivamente naïf (le hubiera venido mejor un poco más de mala uva), Tierra firme es en suma una película notable, de fácil digestión y dotada de un aura de cine simpático y buen rollero que tampoco es ni mucho menos despreciable. Marqués-Marcet no es flor de un día, tiene talento y a buen seguro seguiremos disfrutando de él durante mucho tiempo.



@juansarda