Una imagen de la película

El director georgiano Rezo Gigineishvili estrena el tenso thriller Rehenes, basado en la historia real del secuestro de un avión comercial en 1983 por parte de un grupo de jóvenes idealistas de las clases altas que pretendían huir a Occidente

La nueva generación de cineastas de los países que formaron parte de la Unión Soviética tiende en los últimos años a rendir cuentas con su pasado comunista y a mostrar las secuelas que este régimen totalitario dejó en la sociedad una vez que se abrieron al capitalismo. Por poner dos ejemplos recientes, la película estonia Mandarinas, nominada al Oscar a Mejor Película de Habla no Inglesa en 2014, ya se adentraba en la llamada Guerra Civil Georgiana de 1991 en clave de western destilando un profundo humanismo a través de la historia de un viejo agricultor estonio al que las circunstancias del conflicto le llevan a acoger en su casa a dos combatientes de bandos rivales heridos, un georgiano y un checheno. Y hace unos meses se estrenó en España la excelente última película del joven director polaco Tomasz Wasilewski, Estados Unidos del Amor, que a través de un frío drama se acercaba al estado de confusión de cuatro mujeres en una Polonia que acababa de recobrar la libertad pero cuyos ciudadanos no sabían qué hacer con ella.



La última película del director georgiano Rezo Gigineishvili, Rehenes, que se estrena hoy, retrocede algo más en el tiempo para narrar la historia real del famoso secuestro de un avión de pasajeros que en 1983 llevaron a cabo varios veinteañeros procedentes de las clases privilegiadas de la sociedad georgiana, que pretendían huir al idealizado Occidente de los Beatles. La inocencia de esta pandilla de guapos e inexpertos rebeldes, entre los que hay estudiantes de Bellas Artes, actores, enfermeros y clérigos de la por entonces subversiva Iglesia Ortodoxa, se contrapone al elaborado sistema represivo del estado que, por otro lado, les había proporcionado una elevada educación y un futuro laboral bastante seguro. Pero también se contrapone al cínico servilismo que demuestran sus progenitores, tan dispuestos a quejarse en privado como a agachar la cabeza en público.



La película se toma su tiempo para narrar los preparativos del plan de escape y, siempre bajo los postulados del thriller, consigue mantener la atención en una historia que ya desde el principio sabemos que conduce al fracaso no solo del secuestro sino de todos los implicados. Gigineishvili no pierde el tiempo en lanzar mensajes al espectador, simplemente entretiene con una narración precisa que no distingue entre buenos y malos sino que muestra que los ideales nunca están a salvo cuando entra en juego la violencia. El director no convierte en mártires ni en héroes a sus protagonistas, que hubiese sido tan efectivo como tramposo, lo que termina por elevar la película.



Técnicamente Rehenes resulta eficaz y placentera. La reconstrucción de la época es envolvente y la secuencia del secuestro es tan tensa como patética, al igual que la boda entre los dos personajes principales, ese actor que fue estrella infantil y esa chica de mirada absorbente. Ambos protagonizan un momento para el recuerdo tras el secuestro frustrado, tan inapropiado como irresistiblemente humano: cuando todo se tuerce y no hay escapatoria siempre nos quedará mirarnos a la cara y reírnos de la fatalidad.



@JavierYusteTosi