Imagen de Alien Covenant

Han pasado casi cuarenta años desde Alien, el octavo pasajero (1979) y la gran noticia de esta nueva secuela de la saga es que por primera vez en todo este tiempo Ridley Scott vuelve a estar detrás de la cámara. De hecho, Alien Covenant es tanto una nueva secuela (o más bien precuela porque aún faltan dos películas más para que lleguemos hasta donde estábamos en 1979) de la propia Alien original como de la última película de ciencia ficción en el espacio del propio Scott, Prometheus (2012). Se trata de una especie de cuadratura del círculo para cuya conclusión, como ha quedado dicho, aún quedan dos películas más. No queda claro si al final Scott logrará resolver cuál es el misterio de la existencia, como parece ser su principal motivo de preocupación.



Alien, el octavo pasajero era una maravillosa película de serie B en la que Scott llevaba la aventura espacial hasta los dominios del terror para crear un opresivo y asfixiante filme. En él Sigourney Weaver, aguerrida heroína femenina, acababa librándose por los pelos de ese célebre alien que, desde entonces, encarna la figura del extraterrestre hostil y con vocación asesina. Con el alien no hay nada que hablar. Primero se incuba en los cuerpos humanos y después mata todo lo que puede. Es la maldad pura, casi invencible, y no hay posibilidad de negociar con ella.



En Alien Covenant descubrimos tanto lo que ha pasado con el único superviviente de Prometheus, Michael Fassbender multiplicado por dos en la piel de un androide bueno, el que va con la tripulación de los protagonistas; y uno malo, el que ya vimos en Prometheus, que tiene un pasado oscuro y oscuras intenciones. Aquí, también los oficiales caen en la trampa de una falsa señal espacial que los lleva hasta el desastre. Si alguna lección podemos extraer de estas películas es que nunca hay que hacer caso de los extraños.



Fiel a la saga, en Alien Covenant la heroína acaba siendo una mujer (Katherine Waterson, metralleta en ristre) aunque su protagonismo no es tan estelar como el de Weaver en el filme de los 70. La gran diferencia es que Scott ya no quiere hacer una película espacial de terror sino un drama metafísico que arranca con una conversación entre un androide y su creador sobre lo que separa a los seres humanos de las máquinas y acaba, como Prometheus, en una reflexión sobre el propio origen de la vida. Muy entretenida y magníficamente rodada, Scott evita hacer "más grande" su conocida saga a base de añadirle ruido y nos intriga con su reflexión existencialista. Quedamos a la espera de que nos desvele finalmente el misterio.







@juansarda