Un momento de la película Verano 1993

Después de ganar el premio a la mejor ópera prima en el Festival de Berlín, la película catalana Verano 1993 llegaba a Málaga con la máxima expectación. Debut de Carla Simón, el filme parte de la propia, complicada, biografía de la directora. Siendo una niña, Simón perdió a sus padres por culpa del Sida y fue cuidada por sus tíos. Lo que cuenta el filme es precisamente ese verano en el que mueren los padres de Frida (Laia Artigas), una niña de seis años demasiado pequeña para entender lo que sucede alrededor mientras los "mayores" le arreglan la vida y se siente condenada a pasar el resto de su infancia con una familia que no es exactamente la suya.



Todos conocemos esa sensación de estar de visita en casa de alguien y asistir a un momento de intimidad familiar que nos hace sentir como unos intrusos. Esta es la sensación, la de perplejidad e incomodidad de esas situaciones, que transmite un filme rodado maravillosamente en el que la mirada poética de Simón alcanza altas cotas de sutileza y verdad. Construida a partir de los detalles, toda una novedad en un cine español con tendencia a lo tosco, Verano 1993 refleja en pantalla unos personajes de carne y hueso, tan imperfectos como reconocibles, para contarnos una historia con la extraña cualidad de llegar a lo más hondo de nuestro corazón. Sin duda, la máxima favorita para la Biznaga de Oro.



De Argentina ha concursado el biopic Gilda (No me arrepiento de este amor), dirigida por Lorena Muñoz con la superestrella pop Natalia Oreiro como protagonista. Gilda fue una cantante de cumbia muy popular en su país y toda Sudamérica en los 90 que falleció trágicamente en un accidente de tráfico en 1996. Considerada casi como una santa, la película cuenta las dificultades de la cantante y compositora para atreverse primero a dar el paso de cantar pagando por ello el precio de romper con su matrimonio por culpa de un marido más tonto que malo que teme perderla. Muy bien interpretada por Oreiro, la película no cuenta nada que te cambia la vida pero sí cuenta bien lo que quiere contar y además tiene una banda sonora fantástica.



Fotograma de Últimos días en La Habana

En la retina aún quedan grabadas las imágenes de la maravillosa Suite Habana (2003) del hoy veterano director cubano Fernando Pérez. En ese filme pequeñas historias reales componían un apasionante mosaico de una isla empobrecida pero irreductiblemente vitalista. Casi quince años después, la visión de la ciudad que nos presenta el director en Últimos días en la Habana, que él mismo ve como una continuación de aquell película, es más amarga y más terrible. Alrededor de la pareja de homosexuales maduros que protagonizan la película, uno enfermo terminal de Sida y el otro deseando emigrar a Estados Unidos, Pérez construye un mundo de miseria en el que como él mismo dice la moral puede ser relativa. Bonita película sobre una isla rota sirve para constatar la decadencia de una sociedad literalmente al límite.



En un festival de Málaga más internacional que nunca que se promociona como de cine "en español", cabe también una película brasileña hablada en portugués como la fantástica Redemoinho, adaptación de varias piezas del escritor Luiz Ruffato del director Jose Luiz Villamarim. La película transcurre durante una noche de Navidad en el distrito de Minas Gerais, vecino de Rio de Janeiro, en el que malvive una comunidad de obreros de esas tristemente célebres maquilas en la que se reencuentran dos viejos amigos cuarentones para visitar los lugares que marcaron su infancia y hacer balance. La historia del amigo que se marchó a la gran ciudad y el que se quedó en la pequeña provincia no es nueva pero Villamarim insufla vida en una película con un fondo triste que desprende gran humanidad y por momentos alcanza una poética belleza. Bien por esta Redemoinho que hace que vibren sus conmovedores personajes.