Elle Fanning es una modelo de 16 años y belleza virginal en The Neon Demon.

El danés Nicolas Winding Refn estrena The Neon Demon, una fábula sobre una modelo en un universo de vanidades donde se idolatra la belleza efímera. Como la princesa de un sueño encantado, se adentrará en ese mundo para conquistarlo o ser devorado por él.

Los extremos se retroalimentan. Una película como The Neon Demon existe por y para ellos. Cannes suele ser el ring donde detractores y admiradores se golpean dialécticamente. Este año el honor ha caído sobre la última película de Nicolas Winding Refn, autor que se ha ganado el respeto de crítica y audiencia en más de una ocasión -con Pusher (1996) y con Drive (2011), por ejemplo-, un provocador nato que esta vez ha llevado el escándalo al primer plano de su creación con una fábula sobre la belleza y la muerte situada en el competitivo mundo de la moda de Los Angeles. El resultado, para quien esto escribe, es pueril y ridículo, pretencioso y hasta ofensivo, compuesto de imágenes de segunda mano (recicladas de otros cineastas) y pastiches sonoros, y con un garrafal error de casting que cae sobre la pobre protagonista, Elle Fanning, cuya belleza virginal deslumbra a todos los que están dentro de la pantalla pero no a los que quedamos fuera.



Los peligros de la belleza

The Neon Demon es un perverso y alucinado cuento de hadas en manos de un maníaco que en realidad está muy cuerdo. El director danés emplea las sesiones de fotos, los castings, moteles, pasarelas y clubes nocturnos de Los Angeles como un diáfano y anodino patio de recreo, completamente desvinculado de la realidad, influido por el horror giallo y los peligros de la belleza. Se trata de la impostura excesiva de alguien que entiende la provocación como discurso de inanidad cultural. Esto le diferencia de su compatriota Lars Von Trier, para quien la provocación suele atesorar una poderosa filosofía de subversión artística.



La fábula de Winding Refn sobre una chica inocente y tres brujas bellas en un universo de vanidades donde se idolatra la belleza efímera, pretende ser a su vez la crónica de la experiencia del autor de Solo Dios perdona en Hollywood, del artista supuestamente puro que debe protegerse de los canibalismos, las necrofilias y los vampirismos del fashion business. Y de todo eso anda sobrada la película. Como si fuera la princesa de un sueño encantado, una modelo de 16 años (Fanning) se adentra en ese mundo para conquistarlo o para acabar devorado por él. Quien acaba devorado por tanta futilidad y grosería es el espectador. Cada plano es como el grito ensangrentado de un cineasta por hacerse oír a toda costa, pero la delirante y embrutecida metáfora del universo que retrata se revela tan vacía como en ocasiones insultante.



Es difícil imaginar una visión del mundo más masculina, o directamente machista, en una película protagonizada enteramente por mujeres. Dice en el relato un estilista pasado de vueltas, interpretado por Alessandro Nivola, que la belleza manufacturada se distingue muy pronto de la belleza genuina. Sus palabras nos hablan directamente del filme, que pretende vender como alta costura un baúl de ropa vieja y colorida recién lavada.



En el peor de los casos, cuando su discurso estético nos aboca al déjà vu, podemos decir que Winding Refn no desarrolla ni una idea de su cosecha. Son regurgitaciones engoladas, infértiles y pomposas, es decir, manufacturadas hasta el manierismo más cargante posible, de universos y poéticas precedentes. Sus imágenes, buscando deslumbrar y aterrar, vincular belleza y muerte hasta hacerlas indistinguibles, son a la postre tan efímeras como la superficie incandescente del universo que pretendidamente quiere dinamitar.