Tom Hanks encarna al capitán Sully con su habitual perfección

Dice un personaje en Sully que hacía mucho tiempo que una buena noticia sobre aviones no ocupaba las portadas de los periódicos. Clint Eastwood y Tom Hanks reviven con excelencia la hazaña del piloto que amerizó en el río Hudson.

La pertinencia de llevar la historia del piloto Chesley B. Sullenberger III a la pantalla no guarda misterio alguno. En una fría mañana de enero de 2009, Sully amerizó un vuelo de US Airways en el helado río Hudson. Durante el despegue, impactó con una bandada de pájaros y perdió la potencia de los motores. Sobrevivió toda la tripulación y los 155 pasajeros dentro, entre ellos dos bebés. No había precedentes, se tildó la hazaña de milagro. La pertinencia entronca con la filmografía de Clint Eastwood en cuanto es el relato de una heroicidad, y las preguntas alrededor de la propia naturaleza del héroe incardinan todo el filme hasta hacerla literal -"¿un héroe o un fraude?"-, lo que no deja de ofrecerse como una cuestión primordial en la sociedad y el cine americanos, elevada a crisis nacional frente al caso Edward Snowden. Más pertinente resulta que el acontecimiento ocurriera en Nueva York, donde como dice un personaje en el filme hacía mucho tiempo que las buenas noticias no ocupaban las portadas de los periódicos: "Menos aún si hay un avión implicado".



Sully es, si queremos, una película sobre la excelencia en el trabajo. O sobre personas que hacen su trabajo con excelencia. Sully, el copiloto, la tripulación, la torre de control, los servicios de rescate, la comunidad neoyorquina... En 204 segundos de caída libre y en los 24 minutos posteriores, todo funcionó, por una vez, del mejor modo posible. Y, también, es la película sobre la excelencia del hombre que la ha dirigido. Eastwood rueda con solidez y economía narrativa, sin ceder a la vacua espectacularidad, mediante una estructura de saltos en el tiempo y a diferentes estados de concienca que resulta sorprendentemente orgánica, detallada y hasta de una extraña belleza, sobre todo el tramo del rescate en el río. La imagen del capitán Sully permaneciendo solo en el avión semihundido, con el cielo gris al fondo, es de una pregnancia misteriosa.



Es la imagen, en definitiva, que define al héroe. Tom Hanks lo encarna también con su habitual perfección. Su protagonismo en el filme solo compite con el de la ciudad de Nueva York, que es mucho más que un telón de fondo o un contexto urbano. De hecho, es una película sobre la ciudad que todavía arrastraba el trauma del 11S y necesitaba una historia con final feliz. Es la película con la que el director de Sin perdón (1992) regresa a la Gran Manzan desde que filmó Bird (1988), el biopic de Charlie Parker. Con el accidente como punto de fuga, al que la narración regresa una y otra vez desde múltiples variantes (en la mente y los sueños del personaje, en la recreación con simuladores, etc.), la película condensa los diez tensos días posteriores, en los que se realizó la investigación del amerizaje, y Sully tuvo que permanecer en la ciudad bajo sospecha de no haber tomado la decisión correcta.



Acaso sin proponérselo, Eastwood ha realizado su película más espiritual desde Más allá de la vida (2010). Lo que hace tan interesante una historia cuyo final conocemos de antemano es el enfoque casi científico del relato. Sully bien podría ser la deconstruccion empírica de cómo se produce un milagro, pues todas las variaciones posibles, en los más mínimos detalles, con toda probablidad hubieran acabado en tragedia. A la postre, eso es lo que demostraron los simuladores informáticos y humanos del vuelo, muy a pesar de las compañías aseguradoras. Y eso es lo que quiere contarnos, con verdadera excelencia, Clint Eastwood.